El asesinato como trámite administrativo Yago Paris Una sencilla panorámica con steadycam desde el aparcamiento de un concurrido supermercado en Estados Unidos muestra, al inicio de Sicario: el día del soldado, a un […]
Una sencilla panorámica con steadycam desde el aparcamiento de un concurrido supermercado en Estados Unidos muestra, al inicio de Sicario: el día del soldado, a un grupo de yihadistas yemeníes que entran en el establecimiento y que, al poco tiempo, se inmolan uno a uno. Los terroristas han entrado en el país norteamericano desde México, utilizando la vía de acceso que ofrecen los cárteles, que han encontrado un gran filón comercial mediante el tráfico de personas. A su vez, estos habían previamente llegado a México por mar gracias al tráfico irregular que controla un grupo de piratas somalíes, Tras el atentado, para evitar nuevos ataques, el gobierno despliega a las fuerzas especiales para eliminar el tráfico marítimo y crear una guerra entre cárteles que les solucione el problema fronterizo.
El director de la cinta, Stefano Sollima, rueda con idéntica frialdad y distancia a la descrita en la escena del supermercado la infiltración de un grupo de las fuerzas especiales estadounidenses en el campamento de los piratas somalíes. El autor muestra en planos generales cómo los militares matan a los vigilantes uno a uno. A continuación los soldados se infiltran en el interior del campamento para eliminar al resto de enemigos. En este fragmento la cámara sigue a los asaltantes, pero el tono prescinde de cualquier espectacularidad, optando por una sequedad propia del clímax de La noche más oscura.
En Sicario: el día del soldado, de reciente estreno en la plataforma Netflix, Sollima adopta el tono solemne y crudo de la primera entrega de la saga, Sicario, pero toma cierta distancia con elmodelo de puesta en escena que proponía Denis Villeneuve en aquella. Al mismo tiempo, se mantienen dos de los personajes principales, el mercenario Matt Graver (Josh Brolin) y el sicario Alejandro Gillick (Benicio del Toro), así como la dinámica de enfrentamientos entre las fuerzas especiales estadounidenses y las mafias del país vecino. Por tanto, desde el punto de vista narrativo, la secuela se mantiene fiel al original, pero, en el aspecto formal, el director italiano ha optado por rodar las escenas de acción de manera más contemplativa, casi analítica, lo que pone el énfasis en la idea de que las guerras entre los cárteles mexicanos y el gobierno estadounidense son en realidad trámites burocráticos, como si derramar sangre equivaliese a firmar un documento.
En la primera parte de este universo, Denis Villeneuve desarrollaba una narrativa inmersiva, asfixiante, que a la postre era el aspecto más relevante del filme. La trama, de hecho, era relativamente sencilla, lo que permitía que el realizador canadiense pudiera volcar el interés del filme en las imágenes, consiguiendo instantes de auténtico impacto visual. Desde el punto de vista puramente formal —encuadre, movimientos de cámara, tipo de plano, etc.—, Sollima construye sus imágenes de manera claramente diferente, pero en el fondo estas hablan de lo mismo. El tono del relato, las reflexiones subtextuales, la aproximación a los personajes, los dilemas morales… En resumidas cuentas, de la lectura de sus imágenes se extraen ideas muy similares. Por tanto, el mayor problema del trabajo de Sollima es que asume de manera muy evidente el papel de mero continuador de un legado, como si estuviera pensando más en no desentonar que en ofrecer algo verdaderamente personal. El listón estaba alto, pues Sicario probablemente sea la película mejor rodada de Villeneuve hasta la fecha, aunque al mismo tiempo hay que apreciar que, con una mirada laudatoria hacia original, el autor de Suburra es capaz de aportar granitos de autenticidad, estimables aunque escasos.
En realidad, lo que provoca que Sicario: el día del soldado sea una secuela notablemente inferior a la entrega inicial es el guion. Repite Taylor Sheridan como escritor, pero, lejos de repetir un modelo de trama escueta y contundente, en esta continuación el guionista complica la narración de manera innecesaria —la inmersión en el yihadismo es del todo innecesaria, a menos que se trate de la presentación de unos escenarios que se explorarán en futuras continuaciones. Lo más problemático del libreto consiste en un cruce de tramas forzadísimo, con algún giro de guion que no solo resulta inverosímil en un universo de tono realista, sino que desentona porque traicionar los preceptos de brutalidad que definen estos ambientes. Cabe salvar la mirada que se incluye a la adolescencia: cómo desde lo más alto o lo más bajo de la pirámide social, el narcotráfico te acaba salpicando, quieras o no quieras, si existen lazos de sangre de por medio. Lástima que a Sheridan le hayan interesado más las estructuras efectistas de trama que la investigación en los subtextos.
Reparto: Benicio del Toro, Josh Brolin, Matthew Modine, Catherine Keener, Isabela Merced, Jeffrey Donovan, Elijah Rodriguez, Christopher Heyerdahl, Manuel García-Rulfo, Bruno Bichir.
Crítico cinematográfico en pleno máster en Teoría del Cine. Escribo en los medios digitales Revista Insertos y Cine Divergente. También reflexiono sobre cine en el podcast Críticas Sobre La Marcha.