Un pozo con poco fondo

Jesús Cuéllar


La ciudad oculta se inicia con un plano inquietante que, como otras imágenes de este documental, lleva al espectador a preguntarse qué está viendo, qué es lo que tiene delante o, más bien, qué es lo que el director Víctor Moreno y su director de fotografía José A. Alayón (sorprendentemente, en su primer trabajo como tal) quieren que piense que tiene delante. Esa imagen inicial, retomada posteriormente, acaba adquiriendo un aspecto casi sideral, gracias a la delicada iluminación que se utiliza para observarla y, en última instancia, para revelárnosla.

En su nuevo documental después de Edificio España (2012), que mostraba el progresivo derribo interior de uno de los emblemas arquitectónicos de Madrid, convertido de forma sobrevenida en sutil metáfora de la última crisis económica, Moreno busca en las entrañas urbanas no tanto el reverso de la ciudad que habita la superficie, un mundo subterráneo que sustenta el que tiene encima, sino una imagen pura, abstracta, pictórica. De ella forman parte los seres humanos, al igual que los animales que pululan por el subsuelo o los organismos que vemos al final del metraje en un microscopio, pero no son lo esencial. A Moreno lo que le interesa es jugar con la imagen, retorcerla lumínicamente en busca de efectos y vistas afines a películas de terror o de ciencia ficción como Alien; 2001, Odisea del Espacio y, desde luego, Metrópolis. Y lo hace con una imaginación visual libre de ataduras: «Si voy a retratar algo tan remoto [como el subsuelo] ¿por qué no imaginarlo como yo quiera?», se pregunta el director en una entrevista publicada en la revista digital Mutaciones, confesando que prescindió del «sentimiento humanista, que aquí eliminé conscientemente».

Este enfoque, altamente sugerente desde un punto de vista formal, hace que la propuesta peque de un exceso de frialdad. Por la pantalla discurren imágenes hermosas, repugnantes, insólitas o rutinarias, en su mayoría absolutamente descontextualizadas, porque lo que se busca en este collage visual es la extrañeza, el desconcierto del espectador, al que se proporcionan tiempos de contemplación prolongados para que trate de elucidar qué esta viendo. La ciudad oculta no busca ni la plasmación ni la comprensión de fenómenos, situaciones o experiencias. Un sin techo que duerme sobre el suelo —no sabemos si en superficie o en un túnel de ventilación— puede ser tan anecdótico o visualmente relevante, por asombroso, como las ratas asustadas ante un foco, las estalactitas de una sustancia no identificada o la lechuza que en dos ocasiones nos mira desde un túnel, como si los realizadores se la hubieran encontrado verdaderamente al filmar el documental.

A través de un hábil proceso de yuxtaposición y manipulación de las imágenes y de una diestra utilización de la producción de sonido (a cargo de Joaquín Pachón y Jeroen Goeijers), La ciudad oculta ofrece al espectador una experiencia visual gratificante, a veces hipnótica, aunque en ocasiones excesivamente morosa, y un homenaje consumado y sutil a ciertos clásicos del cine. Sin embargo, el fondo de la trabajada propuesta formal que plantea este recorrido espeleológico por el subsuelo, por los recovecos ocultos de la ciudad, a los que pocos pueden acceder, no parece tener la misma profundidad que los túneles físicos que tan brillantemente nos muestra.


Puedes ver LA CIUDAD OCULTA en la página de Márgenes

También puedes verla en Filmin



 

LA CIUDAD OCULTA

Dirección: Víctor Moreno.

Género: documental. España, Alemania, Francia, 2018.

Duración: 80 minutos.

 


 

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