El esperpento debe continuar

Jesús Cuéllar


(Esta crítica puede desvelar detalles de la trama)

El sorprendente y abierto final de The Young Pope, y el despliegue de magnetismo visual de esa primera temporada, le exigían a Paolo Sorrentino un comienzo de traca para su continuación, The New Pope. Desde el principio, el impacto está asegurado, ya que, con diversas variantes, la presentación de los primeros episodios muestra los contoneos de unas lúbricas novicias, al ritmo de Good Time Girl de Sofi Tukker, con una incitante puesta en escena digna de Gaspar Noé y en un entorno religioso presidido por una cruz eléctrica de telepredicador.

Esta presentación cambiará a mitad de la temporada, cuando los episodios retomen, pero de otra manera, el desfile de modelos papal que era la marca de la casa en The Young Pope: seguiremos viendo a mujeres atractivas, cada vez con menos ropa (en esta segunda temporada, todos los personajes femeninos, hasta las monjas, tienen una evidente y algo tópica carga sexual), pero ya no estarán solas y recluidas, sino libres en una playa, eso sí, observando coquetas al retornado papa joven, ataviado con un refulgente bañador blanco.

En su vertiginoso y desconcertante primer capítulo, The New Pope muestra a Pío XIII en coma, atendido por una monja que no puede sustraerse a los encantos del indefenso papa, que yace semidesnudo cual Cristo de Mantegna. Como Pío no acaba de recuperarse y la Iglesia está en un brete, Voiello y un nuevo y siniestro personaje, el embajador de la Santa Sede Bauer (Mark Ivanir), conspiran para elegir a otro papa (el beatífico Francisco II, exconfesor de la curia y antiguo confidente de Pío XIII) y después conspirarán para librarse de él cuando les salga rana; es decir, cuando descubran que es demasiado defensor de la pobreza y no tan dócil como esperaban.

Ese papa transitorio, radical en sus postulados, pero bobalicón — cuyo efímero paso por el trono de Pedro recuerda al breve pontificado y súbito deceso de Juan Pablo I, un papa real—, dará paso al verdadero «nuevo papa» que da título a la serie, el terrateniente inglés sir John Brannox (John Malkovich, más comedido de lo habitual). Una selecta delegación vaticana (Voiello, claro, junto a Gutiérrez, Sofia Dubois, el cardenal Aguirre y el relamido purpurado Mario Assente) ha de desplazarse a su mansión para convencerle de que el mundo entero espera su pontificado como agua de mayo. Al espectador y a los enviados les costará un poco penetrar en la intrincada psicología del personaje y en su afectada estética, pletórica de maquillaje, pero Brannox, muy sensible a los halagos y a la pompa, y deseoso de huir de un entorno familiar lujoso pero siniestro, además de hostil a su persona, acabará trasladándose a Roma para ser investido sumo pontífice con el nombre de Juan Pablo III.

En la Capilla Sixtina asistimos a otro cónclave amañado y esperpéntico, con la curia en pleno deformada por un inmisericorde gran angular. En su primera alocución ante el colegio cardenalicio, el nuevo pontífice tranquiliza a los que antes eran sus pares. Si Pío XIII los había inundado de pánico con su autoritarismo y la perspectiva de retrotraerlos a una época oscura, y Francisco II los había sumido en el terror a perder sus privilegios y riquezas, Juan Pablo III sólo les habla de amor, de un amor sin pasión, basado en la ternura. Un discurso perfectamente inocuo, de fácil digestión y comercialización.

A partir de ese momento, asistimos a un pontificado menos dominado por su cabeza visible que el de Lenny Belardo. Como éste, Brannox arrostra un trauma infantil, que aquí deja entrever una versión del mito de Caín y Abel, además de un dramático desencuentro con sus padres. Pero Juan Pablo III carece del carisma de Pío XIII, es una figura más lúgubre y aún más torturada, que no sabe o no puede convertir sus inseguridades en olor de santidad. El carácter y la historia del inglés, empezando por el opresivo ambiente de su casa familiar, impregnan The New Pope de un tono más lynchiano que felliniano. Los nuevos personajes de esta segunda entrega ensombrecen notablemente la paleta general: Bauer, el artero embajador de la Santa Sede, que mueve los hilos del mundo, encarnando los temores de cualquier conspiranoico; su colaborador, el repulsivo Leopold Essence (David Hinze), un personaje bastante prescindible; o el no menos repulsivo y superfluo Fabiano (Alessandro Riceci), proxeneta con aires de iluminado. Incluso personajes importantes de la primera temporada muestran aquí vertientes insospechadas, cuando no directamente oscuras: Esther (Ludivigne Sagnier), madre «virginal» por obra y gracia de Lenny Belardo en The Young Pope, se torna en su continuación en una compulsiva e integrista María Magdalena; Sofia (Cécile de France), la calculadora jefa de prensa y mercadotecnia del Vaticano, no sólo tiene inquietantes relaciones sexuales con su peligrosísimo marido, sino que, como la mismísima Sharon Stone de Instinto básico, coquetea con la horda franciscana de Francisco II e incluso con quien debería ser sexualmente intocable (por cierto, la propia Stone y Marylin Manson se entrevistarán con el nuevo papa Juan Pablo III). Voiello, el gran Voiello, pasa por todo tipo de trances en esta ocasión: combate a su propia némesis, el cardenal Hernández (interpretado por el propio Silvio Orlando), es desplazado de su puesto por los nuevos y tóxicos aires vaticanos, pierde a su mejor amigo y consigue, de forma un tanto azarosa, alcanzar la cima del poder en la Santa Sede. Por último, Lenny, entre la vida y la muerte, y venerado por una secta de fanáticos en una plaza veneciana, sigue haciendo de las suyas (milagros, apariciones) y, en su segundo advenimiento, acabará mostrando más a las claras su personalidad de mago caprichoso y crecientemente enrabietado porque Dios no atiende sus designios.

Esta nueva entrega de sofisticadas intrigas vaticanas, cortesía de un guión concebido por Sorrentino, Contarello y, ahora, también Stefano Bises, experto en tramas mafiosas como las de las series Gomorra y ZeroZeroZero, es más dispersa argumentalmente que su antecesora. En consonancia con un pontificado más abierto al mundo exterior, el de esa «segunda vía» propugnada por Juan Pablo III, que sorprendentemente acabará haciendo postreramente suya Pío XIII, The New Pope abre el abanico de retratos y ambientes. Sin perder de vista que aquí todos los caminos deben conducir a Roma, y con una galería de secundarios tan imponente como en la primera temporada, Sorrentino muestra la corrupción que rodea y carcome por dentro el Vaticano, las amenazas que lo acechan (el terrorismo islamista y el propio fanatismo cristiano, inusitados protagonistas en esta segunda entrega) y, en última instancia, las insalvables debilidades íntimas de quienes se proclaman infalibles, tratando de engañar, como hacían los poderosos en Faraón (1966) de Jerzy Kawalerovicz, con burdas y pueriles artimañas a un público cada vez menos entregado al espectáculo.


Puedes ver THE NEW POPE en HBO



 

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