Denunciar al padre

Yago Paris


A mitad de El hijo del cazador, el protagonista del documental, Luis Quijano, expone una lectura atípica sobre la historia de Robinson Crusoe: «Qué idiota este tipo, que quiere volver al mundo. Si lo tiene todo acá, no lo molesta nadie. Está aislado». La sentencia, que no desentonaría entre las reflexiones de algún personaje de Hermann Hesse, podría interpretarse como el deseo de un misántropo o el lamento caprichoso de una persona sin la suficiente madurez como para entender que vivir en sociedad es cuestión de flexibilidad. Sin embargo, para el momento en que recibimos este fragmento de información, ya hemos sido informados de que Quijano llevó a su propio padre ante los tribunales, y que el resto de su familia lo repudia por haber tomado semejante decisión. También sabemos por qué lo hizo: durante la dictadura argentina de Jorge Rafael Videla el progenitor del protagonista fue un importante torturador, de cuyos privilegios se beneficiaron todos sus familiares.

No cuesta imaginar el trauma que esta situación le ha causado a Quijano. Carente de amor y psicológicamente maltratado desde su infancia, cuando era adolescente trabajó para su padre en el centro de detención La Perla, donde se llevaban a cabo todo tipo de atentados contra los derechos humanos. Fue a partir de dicha experiencia, junto a su mirada crítica, lo que lo llevó a rechazar los turbios asuntos que tenían lugar dentro de dicho recinto, hasta el punto de tomar la decisión de romper con su pasado y reaccionar. Una elección controvertida y, sobre todo, dura, pues que una víctima encare un trauma y se enfrente a un torturador debe de ser de lo más doloroso, pero denunciar a tu propio padre y asumir las repercusiones emocionales y sociales tampoco debe de ser agradable.

La gran virtud de El hijo del cazador reside en la complejidad moral de la historia que retratan los directores, Germán Scelso y Federico Robles. El crudo relato se apodera de la narrativa, lo que es hasta cierto punto comprensible, si se tiene en cuenta su impactante material de partida. Y, aunque esto no justifique que la cinta desarrolle un pobre uso del lenguaje cinematográfico, tampoco la invalida como filme, debido a la cantidad de cuestiones que propone y los dilemas a los que enfrenta al público. Sin embargo, quizás el mayor acierto a la hora de construir el retrato sea la inclusión de la visión política de Quijano en el tramo final. Si hasta entonces resultaba casi imposible no ponerse de su lado, es en esta parte de la película donde las aristas asoman, al mostrar a una persona cuya ideología de extrema derecha es, en realidad, la misma que la de los militares que cometieron los crímenes de lesa humanidad: en resumidas cuentas, una visión tremendamente moralista y sentenciosa de la vida, donde se entiende la justicia como castigo, con la defensa a ultranza de la pena de muerte como mayor estilete de su discurso, ya que, en sus propias palabas, «las sociedades se van limpiando así de alguna forma». O dicho de otra forma, el retrato evoluciona de la victimización a la provocación. La diferencia entre el protagonista y los torturadores, de capital importancia, consiste en que, en mayor o menor medida, el protagonista se mantiene en los límites de la democracia, y entiende que el fin no justifica los medios. En última instancia, El hijo del cazador compone un retrato complejo de un personaje incómodo, lo que asegura una fructífera discusión, en muchos casos sin conclusión clara, en la mente del espectador.


Puedes ver EL HIJO DEL CAZADOR aquí

Gratis online, del 20 de noviembre al 8 de diciembre, la Sección Oficial del IX FESTIVAL MÁRGENES


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EL HIJO DEL CAZADOR

Dirección: Germán Scelso, Federico Robles

Reparto: Luis Quijano.

Género: Documental. Argentina, 2018.

Duración: 65 minutos.


 

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