Irene Bullock


Una grieta en la pared y una flor que la camufla, así como una lámina de El entierro de la sardina, de Francisco de Goya, que cubre esa misma pared y que será la primera de una serie de pinturas que adornarán la estancia, son los objetos de decoración más especiales de un apartamento alquilado por el joven Tod Hackett (William Atherton), un escenógrafo que busca suerte en el Hollywood de los años treinta. Una grieta con una flor y una pintura negra que preludian la inmersión en los sueños rotos de Los Ángeles. El crack del 29 ha dejado una legión de personas que sobreviven y que no se suben al carro de la opulencia ni al de la fama. En Hollywood hay un submundo de estrellas caídas que buscan su sitio, de actores de segunda, de jóvenes que tratan de encontrar su sueño, de artistas de la farándula que buscan una segunda oportunidad en las pantallas, de niños prodigio que desean ser mimados, de miles de rostros anónimos que alimentan una maquinaria que puede ser la más cruel e indiferente con los estrellados. Y ese es el submundo que se refleja en Como plaga de langosta (The Day of the Locust, Estados Unidos, 1975), de John Schlesinger.

El director británico filmó dos películas que dinamitaban el american way of life en su primera incursión en Hollywood. Su mirada europea analizaba con bisturí afilado a la sociedad norteamericana. En las dos contó con el guionista norteamericano Waldo Salt, otra vez resucitado y activo, después de ser uno de los afectados por las listas negras en la caza de brujas del macartismo. La primera fue un auténtico bombazo: Cowboy de medianoche (Midnight Cowboy, 1969), que adaptaba la novela del mismo título de James Leo Herlihy (autor que pertenecía al mismo círculo intelectual del dramaturgo Tennessee Williams). Schlesinger narraba las desventuras de un inocente y joven tejano en un Nueva York caótico, deshumanizado y cruel, que solo encuentra la amistad en un sintecho enfermo, que sobrevive como timador y que sueña con alcanzar Florida. Y en la segunda, más olvidada, diseccionaba las grietas de una de las industrias más influyentes y florecientes de Estados Unidos, cuyo epicentro estaba en Hollywood. Como plaga de langosta era la adaptación de una novela de Nathanael West.

 

Aquellos años 30

Nathanael West  captó  un universo pesimista que conocía bien, pues fue uno de los supervivientes en ese Hollywood de los años 30. Mientras malvivía como guionista, absorbía experiencias y personajes con los que se iba encontrando durante su estancia en los estudios y alrededores, que luego volcó en la novela El día de la langosta (1939). En aquel Hollywood daba también sus primeros pasos Waldo Salt, quien en 1937 firmó el guion The Bride Wore Red, de la directora Dorothy Arzner, con Joan Crawford como protagonista. Salt no sospechaba que pronto viviría en las grietas de la Ciudad de los Sueños, pues esta vetaría su trabajo al estar en las listas negras. El motivo: pertenecer al Partido Comunista de los Estados Unidos. Y allí también pasaba días agónicos Francis Scott Fitzgerald, buen amigo de West, que plasmó aquel falso paraíso en una maravillosa novela inacabada, El último magnate. Ni Fitzgerald ni West sobrevivieron a los cuarenta ni al culto que generaron después estas dos novelas. Fue como si sus vidas fueran asaltadas por los destinos trágicos de sus personajes de ficción, por eso eran la generación perdida. Un Fitzgerald alcoholizado murió de un infarto el 21 de diciembre de 1940 en Hollywood. Al día siguiente, en un accidente de coche, junto con su mujer, falleció West.

Los brutales últimos veinte minutos de Como plaga de langosta son imposibles de olvidar. Transcurren durante la presentación glamurosa de Corsarios de Florida (The Buccaneer, 1938) de Cecil B. DeMille. La masa anónima enfervorecida por la aparición de los distintos famosos se  vuelve caótica y destructiva por un suceso trágico y violento, que protagoniza uno de los personajes anónimos que pueblan las cloacas de la ciudad, el triste y solitario Homer Simpson (Donald Sutherland). Y ahí, más que nunca, el director da rienda suelta al pincel de las pinturas negras de Goya, y transforma una larga secuencia en un momento catártico y brutal. El mundo de oropeles de las estrellas de la pantalla de cine choca  cruelmente con ese otro mundo de las cloacas que se alimenta de los sueños que crea esa industria devoradora; un mundo que fluctúa entre los últimos latigazos del crack del 29, el fascismo galopante, el fanatismo religioso y la proximidad de una guerra mundial.

 

El personaje que todo lo observa  

Una grieta en la pared de su nuevo hogar es una premonición para Tod Hackett, el joven escenógrafo que llega con ilusión a Los Ángeles, y que quiere ponerse a trabajar inmediatamente. La grieta  simboliza el ojo distorsionado, el ojo por el que pasa una cuchilla de afeitar. Los ojos de Tod Hackett todo lo observan y si en un principio idealizan, pronto  visualizan toda la crueldad que convive en los bajos fondos; esos ciudadanos supervivientes que solo buscan que se salve el más fuerte o el que tenga más suerte (y no necesariamente el que sea más talentoso o trabajador). Y las pinturas del joven escenógrafo, que van decorando la habitación,  cada vez se van pareciendo más a esa lámina que tanto admira, a esas pinturas negras, y él, en la vida real, terminará formando parte de esos rostros distorsionados. Poco a poco conoce  a sus vecinos y pronto empieza a desear a una chica que vive con su padre alcohólico (Burgess Meredith), un artista de vodevil en decadencia. Están puerta con puerta. Se llama Faye Greener (Karen Black) y busca convertirse en estrella, pero solo consigue papeles como extra. Hackett pronto se dará cuenta de que él no es el único pretendiente, ni ella  quiere que lo sea.

El joven Tod recibe una y otra vez premoniciones y señales de un final funesto. Todo a su alrededor es violencia y muerte. El primero de esos avisos es cuando totalmente encandilado por Faye, van juntos de excursión a las míticas letras de Hollywood y el guía no  cuenta a los ávidos turistas una historia de glamur sino toda una tragedia; sin embargo, todos escuchan atentos y morbosos. Lo que narra con todo detalle es el trágico suicidio de una joven actriz, Peg Entwistle, que perdió la esperanza de triunfar en el cine. Se lanzó al vacío desde la letra H.

Tod también   vive en directo la decadente y triste muerte del padre de Faye; o es testigo de un trágico accidente en los estudios donde se rueda una película, en la que por fin está trabajando, porque  no cumplen los requisitos de seguridad. Durante su estancia en Hollywood se encuentra con el alcohol, la violencia, la perversión y un continuo sálvese quien pueda. Entabla relaciones con extraños personajes, que o bien son vecinos o los conoce de los estudios: un tipo solitario y reprimido, un contable llamado Homer Simpson, que tiene unas manos enormes, fuertes y torpes que  a veces no puede dominar y que además desea también a Faye ; un vaquero que vive de papeles extras y es prácticamente un sintecho; un mexicano que ama las peleas de gallos; un cínico guionista; un enano o un insoportable niño prodigio (Jackie Earle Haley, que muchos años más tarde protagonizó al pedófilo de Juegos secretos (Little Children, 2006) de Todd Field). Todos dibujan una pintura negra, como la que él está reproduciendo en la pared de su apartamento.

 

La cara oscura de Hollywood

 Como plaga de langosta muestra el Hollywood de los extras, de los figurantes, de los profesionales encerrados en un despacho que buscan una oportunidad para destacar. Y refleja la parte oscura, a las chicas jóvenes que no encuentran su papel como estrella en una gran producción y tienen que conformarse con protagonizar pequeñas películas porno que se proyectan en burdeles; a los dobles o los extras que esperan ser elegidos para poder sobrevivir un día más, pero que, sin embargo, llenan los cines e intentan vislumbrar su pequeña contribución en la pantalla blanca o verse atrapados en un fotograma. A los que esperan o que aspiran al sueño americano y que conviven con viejas estrellas de vodevil, que saben que ya pasó su momento de gloria, y solo les quedan los recuerdos pasados y tratan de aferrarse a la vida o a la botella. A los que pueblan esos decorados artificiales, que pueden derrumbarse y aplastar a quienes estén abajo; aquellos que saben que todo es mentira, tan solo sueños efímeros. A los que nunca alcanzarán la luces de neón y solo verán los grandes estrenos de superproducciones desde el otro lado, sin pisar la alfombra. A los que esperan un milagro de la predicadora de turno que, bajo la carpa, clama al cielo porque el enfermo sane, mientras un coro acompaña el ritual con un cántico, y el moribundo se aferra a una esperanza que sabe inútil, pues la muerte espera a la vuelta de la esquina. A los que decidirán ahogar sus penas en las violencias cotidianas, en alguna fiesta salvaje y que se burlarán del otro para superar su frustración.

Después del caos, viene la calma; después de los gritos, que se confunden con las sirenas de los coches, regresa el silencio. Y solo queda un apartamento luminoso, vacío, y una actriz rubia vestida de blanco que ve una grieta y una flor en ella.

Quizá John Schlesinger se acerca a lo que probablemente hubiese pintado Goya en sus pinturas negras si hubiese vivido en pleno siglo XX, solo que su lienzo es una pantalla de cine.



 

2 Comentarios »

  1. Guau, querida Irene. Otra película que no he visto (vengo mal con el marcador, jaja). Pero tu reflexión sobre todos aquellos que buscaron ascender al estrellato y nunca lo lograron me hizo pensar en una pequeña debilidad que tengo: cuando veo una peli clásica me quedo leyendo ávidamente el reparto, buscando entre los últimos puestos algún nombre que eventualmente se hubiera hecho famoso. En la mayoría de los casos, no sucede así. Generalmente el que aparece como «criado» o «esposa del médico» suele ser un secundario de esos que adoramos pero que nunca llegaron a protagonizar. Qué tristes han de haber sido sus vidas si aspiraban a más…
    Te mando un beso grandote, Bet.-

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  2. Mi amiga Bet, yo también busco en los créditos. Y a veces se esconden secretos y sorpresas y otras veces muestra un montón de nombres anónimos que no volvemos a ver. Otras descubrimos a un secundario o secundaria que sorprende con un buen papel protagonista. En fin, los créditos de una película son otro disfruté.
    «Como plaga de langosta» es una película sobre la cara más oscura de Hollywood y su visionado es inquietante, duro.
    Brindis con una copa de champán
    Irene

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