Westworld: Trascender la carne
Yago Paris Una de las múltiples ideas que han convertido Blade Runner (1982) en uno de los iconos del cine de ciencia ficción es la de proponer que los androides […]
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Yago Paris Una de las múltiples ideas que han convertido Blade Runner (1982) en uno de los iconos del cine de ciencia ficción es la de proponer que los androides […]
Una de las múltiples ideas que han convertido Blade Runner (1982) en uno de los iconos del cine de ciencia ficción es la de proponer que los androides —conocidos como replicantes— son seres más complejos que los humanos. El mítico clímax de la cinta habla de la piedad y la profunda emocionalidad de unos seres artificiales, en contraposición con una humanidad carente de todo sentimiento. Algo similar ocurre en la segunda temporada de Westworld (2016- ). La serie de Lisa Joy y Jonathan Nolan, que adapta a la televisión el universo creado por Michael Crichton en la película Almas de metal (1973), propone en su segunda entrega que los androides son superiores a los seres humanos, aunque en este caso el mayor desarrollo reside en su capacidad intelectual, herramienta que les permite obtener un verdadero libre albedrío, algo inalcanzable para los personajes de carne y hueso, quienes siempre toman las mismas decisiones y, por tanto, cometen los mismos errores. La historia, entonces, no sólo propone que ambos seres son, en el fondo, un código de programación, sino que el de los humanos es tremendamente simple, por lo que no permite actualizaciones o mejoras en el sistema.
Esta idea es la culminación de una temporada que se ha centrado en la expansión del universo de ficción. La primera entrega se centraba en uno de los lugares comunes del género, la rebelión de las máquinas, a través de una propuesta muy clara: en el futuro existe un parque llamado Westworld, cuya ambientación es la del lejano oeste, al que los humanos acceden para vivir aventuras o para desatar sus más oscuros instintos primarios, puesto que las víctimas de los crímenes son androides y por tanto no hay consecuencias penales ni éticas. En la continuación de la serie de la cadena HBO se ha optado por presentar nuevos parques, y especialmente por aportar nuevos significados a aquellos que ya se conocían, de tal manera que las instalaciones ofrecen diferentes posibilidades en función del tipo de persona o androide que lo utilice: se puede ir desde la explotación económica hasta el estudio de la sociedad, pasando por el aprendizaje sobre la conducta humana o incluso la consecución de una hipotética vida eterna.
Otro concepto que inunda buena parte del metraje es el de trascender el cuerpo, tanto el humano como el androide. Se trata de una propuesta que entronca de lleno con uno de los subgéneros de la ciencia ficción que más se prestan a la reflexión filosófica: el ciberpunk. Aunque por momentos recuerda a ciertas ideas que aparecen en Her (2013), el verdadero antepasado conceptual de Westworld en este aspecto es la saga de animación Ghost in the shell (1995- ), que cuenta con varias películas y series, y que ya en su día fue influencia directa de la trilogía Matrix (1999-2003). A lo largo de los diez episodios se reflexiona sobre las posibilidades de las personas de existir exclusivamente como mente, ya sea en un mundo virtual como a través del salto a un cuerpo sintético, así como de la capacidad que tienen las mentes robóticas de prescindir de los cuerpos que manejan, los cuales pueden convertirse en meras herramientas intercambiables cuando sea necesario.
A pesar de las múltiples virtudes de la serie, el principal problema de Westworld es que sus creadores no creen, o desde la cadena de televisión no se les permite creer, en el potencial de subtextos como los que se han expuesto en el análisis. A pesar de lo suculentas que son todas las ideas, estas siempre quedan en segundo plano frente a la elefantiásica presencia de una trama que embarulla, confunde y engaña. El hermano pequeño de Christopher Nolan saca a relucir el lado más cuestionable de las producciones que ha elaborado juntos —Interstellar (2014) es el ejemplo más claro— y, mediante continuos saltos espaciotemporales, complica innecesariamente la narración para hacerla pasar por compleja. El objetivo final del dúo Joy-Nolan es aportarle a la producción una falsa aura de trascendencia, que luce impostada desde el primer minuto. Por el camino se desestabilizan los arcos dramáticos de sus personajes y se trivializan las implicaciones de los conceptos que se manejan, por lo que, a pesar de que la serie se ha creado con la clara intención de marcar un antes y un después en el género de la ciencia ficción, a la hora de la verdad el único ingrediente innegociable de la receta es una impactante manipulación efectista de corto alcance.