La casa volvió a despertarse a las 3:15

Santiago Alonso


Hay moradas del mal que dan miedo cuando sacan a pasear por sus pasillos a los fantasmas o los monstruos que se esconden entre las sombras. Y hay otras que lo que hacen es funcionar como agente reactivo y ofrecen la plataforma donde los habitantes destapan, en todo su horroroso esplendor, una oscuridad latente ya en ellos. Esta interacción fatal entre residencia e individuo se plasmó de manera muy turbadora en las dos primeras partes de la saga Amityville, cuyos principales reclamos eran la coletilla de estar basada en sucesos reales (entre ellos algunos que, según se reveló después, no lo eran tanto) y la icónica casa con ventanas como ojos demoniacos. Sólo hace falta ver otra vez una película tan notable como Amityville II: La posesión (1982), el único acercamiento al género de terror por parte del gran Damiano Damiani, para comprobar que, si bien mediaba un resorte con origen sobrenatural, la pantalla ofrecía una buena ración de violencia doméstica, incesto y mal rollo religioso que anidaban de antemano en las relaciones familiares de los personajes. La buena noticia es que esta perspectiva no se ha perdido; es más, se tiene muy presente, ahora que este edificio terrorífico vuelve a materializarse en una sala cinematográfica de la mano del francés Franck Khalfoun, director y guionista perteneciente al grupo de colaboradores del realizador Alexandre Aja.

En Amityville: El despertar el espanto se desencadena, una vez más, a las 3:15 de la madrugada, las moscas traen los aromas de la perversidad mientras revolotean por las habitaciones y el sótano con palpitantes paredes rojas abre una puerta al infierno. Pero todo lo anterior queda un poco en segundo plano ante una representación del horror de signo muy distinto al fantasmagórico. La nueva familia que se ha trasladado a vivir a Amityville tiene un hijo adolescente en coma, mantenido con vida, en medio del salón, mediante respiración artificial y otras máquinas. Las imágenes de un cuerpo terriblemente consumido por la enfermedad y la historia sobre ensañamiento terapéutico tendrán un peso específico dentro de una cinta que habla del dolor de la protagonista (Bella Thorne) al ver así a su hermano y de los tintes malsanos que puede cobrar la desesperación de una madre (Jennifer Jason Leigh).

Pese a incluir algunos tics propios del sello James Wan y pagar el que parece ser el peaje obligatorio de hoy día al incluir una gracieta metarreferencial –¿existe un plan mejor que ver Terror en Amytiville (1979) en la casa donde sucedieron los hechos reales?–, lo más llamativo del filme es su parecido con una de esas baratas (y a veces gloriosas) producciones italianas de los ochenta que se rodaban en tierras estadounidenses y querían pasar por producciones autóctonas. En realidad, Khalfoun se queda un poco a medias cuando intenta reverdecer el terrorismo dentro de los géneros cinematográficos que practicaban Lucio Fulci y compañía, un propósito que, por el contrario, tuvo unos magníficos resultados cuando dirigió el tremendo remake de Maniac (2012), pero el esfuerzo se agradece y deja buenos momentos. Nos devuelve unas sensaciones que no suelen regalarnos los planteamientos de las películas de terror actuales.



 

AMITYVILLE: EL DESPERTAR

Dirección: Franck Khalfoun

Intérpretes: Bella Thorne, Jennifer Jackson Leigh, Cameron Monhagan

Género: terror. Estados Unidos, 2017

Duración: 85 minutos

 


 

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