A todo buen festival de cine de fantástico y de terror hay que pedirle dos objetivos fundamentales para que satisfaga tanto a los aficionados festivos como a los críticos concienzudos. La primera, que genere un ambiente muy propicio para la diversión más allá de los momentos destinados a las proyecciones. La segunda, que independientemente de la calidad o no de la cosecha anual de títulos propuestos, los organizadores hayan preparado una programación que permita sobre todo tomarle la temperatura actual al género. Al igual que en las cuatro ediciones anteriores, este año el Festival Internacional de Cine Fantástico Nocturna ha vuelto a sacar un merecido sobresaliente en lo concerniente a jolgorio y buen rollo, aunque si hay algo que ha destacado más que en otras ocasiones, ha sido sin duda el sentido global de la selección de películas. Mejores o peores, insistimos, al menos cada una de ellas ha representado una buena muestra de las categorías concretas y los usos que están en boga, trazando así  un panorama veraz del estado de la cuestión que sirve para comprobar qué sigue funcionando y qué no dentro del género, cuáles son las novedades o, si no, las nuevas formulaciones de esquemas conocidos. Pero es que además de haber cumplido con esta tarea, la quinta edición ha traído al menos tres o cuatro títulos más que notables. Si sumamos a esto la (de nuevo) acertada elección de clásicos y personalidades homenajeadas y el logro de haber sabido montar también un escaparte variado de las producciones nacionales, el Nocturna se afianza como cita cultural ineludible. Y desde la Revista Insertos, continuamos contando lo que dieron de sí los días y las noches festivaleras.

 

Los famosos también pasan miedo: Noctem [Dark Visions]

A día de hoy, posiblemente no exista un subgénero dentro del cine de terror que genere a la vez el mismo número de rechazos y adhesiones entre los aficionados como el de las «grabaciones encontradas». El cine español, en cualquier caso, aportó ejemplos destacables que dieron aire nuevo a una convención fílmica tan restringida (las dos primeras de la saga [Rec] deJaume Balagueró y Pla, La cueva de Alfredo Montero). Las últimas grabaciones ibéricas de esta categoría las ha ideado el mallorquín Marcos Cabotá, uno de los directores del documental I Am Your Father. ¿Cuál es el reclamo que diferencia Noctem de otros títulos similares? Pues que sus protagonistas son artistas españoles conocidos que hacen de sí mismos, los actores Adrián Lastra y Álex González, a quienes acompaña el cantante Esteban Piñero. A partir del momento en que Lastra oye ruidos raros y siente presencias en casa, los tres viven una historia sobrenatural que tendrá consecuencias funestas. La cinta comienza con fragmentos de varios telediarios que recuerdan la desaparición hace un año de Lastra y Piñero. A continuación vemos a un pirata informático al servicio de González que recupera y empieza a ver los vídeos que esconden los móviles casi destrozados de los desaparecidos. Estos vídeos, dispuestos en orden cronológico de grabación, conforman la totalidad de Noctem, exceptuando las escenas del pirata ante la pantalla de ordenador y unos letreros que completan el significado de la historia.

A los enamorados de las «grabaciones encontradas» que pidan que esta mecánica fílmica con reglas tan marcadas se siga a rajatabla, sin trucos ni falseamientos, hay que avisarles que se sentirán defraudados, y con razón, por la banda sonora extradiegética que ha incorporado Cabotá, un montón de sonidos para intensificar los sustos. Y un poco sentirán lo mismo cuando los diez minutos finales tengan un montaje paralelo con las filmaciones de dos teléfonos en dos lugares diferentes. Más que cualquier otro, el reto narrativo que se asume desde Noctem es la gestión de las elipsis entre grabación y grabación, un trabajado secuencial muy delicado que requiere una maña particular. En toda su primera parte, más o menos la propuesta funciona y la llama de la curiosidad se mantiene. Los problemas vienen durante el último segmento, con cambio de escenario incluido. La acción se traslada de Madrid a una villa misteriosa en México y aparecen nuevos personajes que no interesan. Tampoco se entiende muy bien su papel dentro de la trama. Llegado el filme a este punto, la sensación es la de que el chicle se está estirando y estirando cuando hace un rato que se le acabó el sabor.

Mia terra lynchiana: Doghs [Sección Oficial]

Un taxi cruza de noche las calles mientras la ciudad duerme. Un ejecutivo y una joven se conocen en la barra de un lujoso hotel, tomando una última copa. Almacenes, pasillos y habitaciones. Varias estancias destinadas a albergar el misterio. Diálogos y silencios. Hay envolturas sonoras que inquietan, como un largo flujo vibratorio que sale, diríase, de un didyeridú tocado desde el infierno. Sordidez y extrañeza.  Hay espectadores que asisten, desde la cuarta pared y entre penumbras, a la misma película que vemos nosotros en la sala de cine. Carreteras perdidas en dirección a desiertos perdidos. En definitiva, si todo esto que aparece en Dhogs es realidad o alucinación, deja de importar desde el mismísimo inicio de un trabajo que podría verse como un cóctel en lengua gallega de licores cinematográficos destilados antes por David Lynch y Léos Carax, tal vez con un chorrito de Quentin Dupieux, tres gotas de Gaspar Noé y una de Bruno Dumont.

La ópera prima de Andrés Goteira se anuncia como la «rareza española» de la temporada. Una vez vista se comprende la fama que le precede. Son indudables el mérito y las capacidades de Goteira, un jovencísimo técnico en comunicaciones que debuta como director de cine, para recrear en pantalla un cúmulo ingente de ideas y atmósferas extrañas. O para que la atención del espectador no decaiga a pesar del desconcertante encaje de cuatro episodios que, en apariencia, se van sucediendo hasta llegar a uno de esos finales que explican todo lo visto con anterioridad. ¿Convence, entonces, Dhogs? En realidad, no tanto. Porque hay que poner pegas insalvables a la formulación del nuevo realizador gallego, una por cada director de referencia que descubrimos dentro de las secuencias: si eres lynchiano sin llamarte David Lynch, puede que como máximo llegues a filmar una obra resultona pero nada más. Lo mismo sucede si adoptas las maneras de Carax y el resto del elenco mencionado arriba. Demarcando así los parámetros, será siempre patente la condición de remedo y aflorarán solas las vacuidades. No lo vio así, sin embargo, el jurado del festival, ya que Dhogs ha conseguido el Premio a Mejor película de la Sección Oficial. Y no es el primero de esa categoría que recibe: también fue el Mejor largometraje en el festival croata de Split.

Supervivencia y suspense: Most beautiful island [Sección Oficial]

Muchas y buenas películas nos lo han contado: es peligroso vivir en Nueva York sin compañía y cuando no perteneces al sector más favorecido de la sociedad estadounidense. El día a día se convierte en un acto de supervivencia. La madrileña Ana Asensio nos lo recuerda de manera formidable en Most Beautiful Island, un proyecto cuyo resultado, tras siete años de elaboración, la acredita automáticamente como una de las cineastas más prometedoras del panorama actual. Como suena.

La protagonista es una inmigrante española que huye de un pasado trágico y, al igual que otras muchas jóvenes en su misma situación, subsiste en La Gran Manzana encadenando trabajos basura. Un buen día una amiga le comenta que podría ganar de 2.000 a 4.000 dólares en una sola noche si asiste a una misteriosa fiesta. Así, sin más detalles. Tomando como base su aventura real neoyorquina, Asensio ejerce de motor creativo total – actúa, dirige, escribe y coproduce – en un conciso thriller que refleja con agudeza e inteligencia una pesadilla social que ahora ha cobrado mayor fuerza con la llegada al poder de Trump.

Mejor huir del tráiler y, atención, mucho cuidado con leer antes cualquier comentario que revele la sorpresa argumental que Most Beautiful Island va construyendo poco a poco hasta el último tercio del largometraje. Desde estas líneas nos limitaremos a señalar que esta pequeña gran película combina de manera impecable el suspense con una práctica naturalista adscrita al estilo del cine independiente con pedigrí (¡está incluso rodada en genuino 16 mm!). Después está la bravura de Asensio a la hora de difuminar los límites entre la fantasía y la observación de la realidad. Y sin que desentone lo más mínimo con lo anterior, destaca la acertadísima construcción mediante sencillas y muy bien medidas metáforas de la psicología de la protagonista. Flota desde el principio hasta el final una pregunta: ¿acabará trágicamente su aventura vital o habrá catarsis?

Un rodaje de muerte: Cut, Shoot, Kill [Dark Visions]

Comentábamos al inicio de la crónica que Nocturna ofrece al público una inmejorable posibilidad de examinar la actualidad del género. Por eso no podía faltar el meta-slasher, una variedad muy en boga que la saga Scream inauguró y, nos tememos, también agotó. Es hablar sobre cine de terror dentro de una película de terror. Y no una, sino dos fueron las muestras que se han proyectado en Madrid. La Sección Oficial trajo Tragedy Girls, cinta de Tyler MacIntyre, un viejo conocido del festival (el año pasado estuvo presente con Patchwork), mientras que la Sección Dark Visions presentaba a la misma hora Cut, Shot, Kill. Esta última cuenta el rodaje infernal que sufre una actriz. La chica comienza a sospechar que hay gato encerrado cuando sus compañeros de reparto desparecen después de haber filmado sus respectivas últimas escenas. Aquellas eran en las que sus personajes perecían, claro.

El director en la ficción, Alabama Chapman, es una reputada figura de culto dentro del género gore más barato, un cineasta a quien rodea un halo impenetrable de misterio y acompaña siempre la misma troupe. Y el director en la realidad, Michael Walker, se ha propuesto elaborar un juego de realidad y ficción siguiendo los mismos parámetros indies y cercanos al amateurismo de las matanzas filmadas por Chapman. Se explica así el deficiente montaje sonoro, la fotografía sin matiz alguno y la ortopedia de lenguaje. Seguramente Walker maneja una idea interesante (la actriz debe asumir, si quiere sobrevivir, la condición de final girl de su personaje), aunque la sensación que deja el desarrollo es que el juego de imitación de un lenguaje precario se enuncia nada más, se estanca y ese hecho aposta no ayuda a expresar ninguna idea. Al final, no hay diferencia entre esto y cualquier título semiprofesional exento de interés.


 

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