Contra el proceso


En el gesto homicida de un hombre golpeando a otro hasta la muerte, en esa agresión con la que empieza El tercer asesinato, existe la promesa de una resolución: la búsqueda de una verdad última que, en este caso, se convertirá en el motor de la acción que mueve a Shigemori (Masaharu Fukuyama), el abogado encargado de la defensa del presunto asesino.  

Así comienza la primera incursión en el thriller del director tokiota Hirokazu Koreeda. A través de una minuciosa investigación, que avanza de forma paralela con las visitas ocasionales a prisión, El tercer asesinato busca  deconstruir,  y posteriormente reconstruir, aquella imagen criminal con la que se abría la película. El relato de Koreeda, lleno de quiebros y giros de guion, sigue un ritmo reposado y mantiene el pulso del cine clásico, con una elegante y sobria puesta en escena, marcada por una fascinante economía narrativa. Sin embargo, esto ya no es El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962), donde un cambio de eje (una acción puramente cinematográfica) era capaz de revelar una verdad oculta hasta entonces. Aquí ya no queda nada incuestionable: ni siquiera la justicia. Es por eso que el relato de Koreeda se tambalea, se llena de digresiones, se modifica y ramifica de forma continua. Y aunque la investigación siempre sigue su transcurso, esta se rompe, se fragmenta, juega haciendo trampas, desactivando el discurso único.

Al contrario que en los thrillers, por ejemplo, de David Fincher, sumergidos en un permanente claroscuro lleno de sombras, El tercer asesinato está repleto de luz, y demuestra una tendencia que ya no bascula tanto hacia el terror, sino más bien hacia un drama terrorífico: la corrupción más profunda y absoluta de todo lo incorruptible. En esa brecha que Koreeda abre es desde donde emerge el tabú, lo reprimido, y  surge al mismo tiempo una historia que se confiesa casi tan manipuladora como esa niña capaz de llorar a su antojo, o como esa otra pequeña aquejada de una cojera permanente.

Con una inventiva visual precisa (y preciosa), la ambivalencia que caracteriza a todos los personajes de la película -así como al conflicto que atraviesa a su protagonista-, queda maravillosamente enmarcada en esas secuencias de vis a vis en las que, cristal mediante, los rostros de abogado y acusado confluyen en un mismo plano, como si una figura fuera el fantasma o la proyección de la otra, anulando por momentos la capacidad del espectador para determinar quién es realmente el prisionero y quién el hombre libre (si es que alguno lo es). Porque El tercer asesinato es el recorrido de una investigación aparentemente estéril, pero también es un viaje hacia el primer plano, hacia el interior de ese abogado que duda, cada vez más, de una justicia lenta y perezosa, y que termina por confundir su figura con la del culpable. Ese abogado que, como un funambulista, trata de mantener el equilibrio entre el bien y el mal para acabar limpiando su cara de una sangre invisible, en un gesto shakesperiano que recuerda a aquella Lady Macbeth obsesionada con lavar sus manos del crimen perpetrado.

Tal vez haya que buscar el sentido de la película de Koreeda no tanto en el dispositivo de intrigas como en ese combate kafkiano contra la justicia y sus procesos, que pone en crisis la irrefutabilidad del poder y dinamita cualquier verdad objetiva para dar lugar a una multiplicidad de verdades subjetivas. Solo así, quizás, pueda el público despejar la incógnita sobre ese tercer asesinato planteado en el título. Y es que en estos tiempos en los que la vieja venda que cubre los ojos de la justicia parece volverse cada vez menos opaca, Koreeda levanta la mano, sin alzar la voz, para poner el dedo en la llaga y abrir el espacio al debate.



 

EL TERCER ASESINATO

Dirección: Hirokazu Koreeda

Reparto: Masaharu Fukuyama, Kôji Yakusho, Isao Hashizume, Suzu Hirose, Mikako Ichikawa, Izumi Matsuoka, Shinnosuke Mitsushima, Yuki Saitô, Kôtarô Yoshida.

Género: Drama, thriller. Japón, 2017

Duración: 124 minutos.

 


 

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