Ardillas contra la casta
Apuesta fuerte del estudio surcoreano Red Rover junto a los canadienses ToonBox de cara al mercado internacional, Operación Cacahuete (Peter Lepeniotis, 2014) sigue siendo a día de hoy la inversión más cara de Corea del Sur en una película de animación. Pese a los cálculos comerciales, con el obligado reparto estelar de voces, diseños impersonales reproduciendo lo marcado por las escuelas Pixar/Dreamworks/Blue Sky –la rata Buddy podría definirse como el cruce exacto entre la ardilla Scratch de Ice Age y el protagonista de Ratatouille– o, incluso, la aparición animada de PSY cantando y bailando Gangnam Style, la película no tenía un mal concepto: homenajeando al cine de robos clásico, Operación Cacahuete seguía los esfuerzos de un grupo de animales por dar un golpe a una tienda de frutos secos, regentada a su vez por unos ladrones que utilizaban el local solo para acceder desde el sótano a la caja fuerte de un banco, a la manera de Granujas de medio pelo (Woody Allen, 2000). Más allá de la idea, nada de lo transcurrido en su escueta duración brillaba por su singularidad, ni siquiera a través de una ambientación en los años cincuenta que podría haber diferenciado la película, pero que más bien parecía reducida a la mayor de las discreciones deliberadamente, como si hubiera pánico a que cualquier mínima extravagancia la alejase un centímetro del producto medio.
Una nueva colaboración entre los estudios surcoreano y canadiense ha dado este año como resultado otra película no muy afortunada, Spark, una aventura especial (dir. Aaron Woodley) y, sin demasiadas ganas de arriesgarse, esta segunda parte de Operación Cacahuete que llega cuando casi todo el mundo ha olvidado la existencia de la otra entrega. Ni los personajes eran carismáticos, más allá de los esfuerzos de un siempre eficaz Will Arnett (recientemente aplaudido como voz de BoJack Horseman, o de Batman en las películas de LEGO) en el papel protagonista, ni su universo era lo suficientemente atractivo como para que hubiera muchas ganas de volver a entrar en él. Operación Cacahuete 2. Misión: Salvar el parque no es peor –al menos, no dramáticamente peor– que su predecesora, pero, siendo aquella tan poca cosa, que hubiera sido algo superior seguiría sin significar mucho.
Como en la anterior, el punto de partida es estimable. Después de que la película de 2014 terminase con los animales logrando un suministro perpetuo de frutos secos, los guionistas toman la demencial decisión de hacer que, para que los personajes vuelvan a salir a la calle y tener conflictos, el almacén donde se encuentra toda la comida explote por los aires debido a que un tejón se deja abierta la caldera. Al volver a su parque de siempre para recolectar nueva comida, los animales descubren que un alcalde corrupto, cuya matrícula del coche es MALVERSACIÓN, está talando todos los árboles para construir un parque de atracciones. A partir de ahí, tal y como ocurría en la primera Operación Cacahuete, la película se entrega a la acción y el movimiento constante durante la mayor parte del tiempo, aburriendo por saturación y sin que una animación con gancho pueda conferirle siquiera un cierto atractivo slapstick; al contrario, sus objetos enfocados en primer término y sus fondos difuminados la aproximan más a la estética publicitaria. Un romance canino donde la provocación de un vómito funciona como declaración de amor es, de largo, lo más parecido a tener alma que se atisba en esta sucesión de algoritmos económicos, donde hasta una trama política parece deber su presencia a una moda antes que a ninguna voluntad de discurso. La tercera película ya está anunciada.

OPERACIÓN CACAHUETE 2. MISIÓN: SALVAR EL PARQUE (The Nut Job 2: Nutty by nature)
Dirección: Carl Brunker.
Guion: Scott Bindley, Bob Barlen y Carl Brunker.
Voces (V.O.): Will Arnett, Katherine Heigl, Maya Rudolph, Bobby Cannavate, Jackie Chan, Bobby Moynihan.
Género: animación. Canadá-Corea del Sur, 2017.
Duración: 91 minutos.
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Graduado en Periodismo, estudiante de Comunicación Audiovisual, y, a pequeña escala, director y guionista de cine. Escribí en La Gaceta del Kinántropo. Cantar en un grupo de punk y rodar un cortometraje de kung-fu donde un caballo explotaba pasa por ser, de momento, lo más reseñable de mi vida.