God save the Prime Minister


Es 1944, y al pobre Winston Churchill le dan ya todos por amortizado. Reino Unido lleva casi cinco años en guerra con Alemania, y los Estados Unidos, última potencia en sumarse al conflicto, lideran ahora los ejércitos aliados. Y lo hacen con el arrojo de quienes ignoran la duda. Nadie está ya dispuesto a escuchar los sabios consejos del caduco primer ministro británico, que en vano se desgañita tratando de hacer valer sus opiniones ante unos y otros: ni su propio comandante en jefe, ni el general americano Eisenhower, ni el rey Jorge VI (el tartamudo, el de El discurso del rey) consideran que Churchill tenga ya algo que aportar a la estrategia bélica. Nadie sabe muy bien cómo decirle que no, Winston, que tu época ya ha pasado. Que las anteriores guerras en las que participaste y las experiencias allí adquiridas de nada nos sirven ahora. ¿No ves que estamos en otros tiempos? Por favor, que alguien saque de aquí al señor Churchill, que estorba.

Y el pobre Winston Churchill, melancólico, acude a su mujer buscando consuelo. Al fin y al cabo él sigue siendo un viejo soldado y necesita el reposo del guerrero. Y Clementine, un poquito harta de él, lejos de consolarle va y le dice: «Winston, yo creo que chocheas; retírate y dedícate a otras tareas que ya eres un abuelete. Y deja a los americanos organizar el tinglado que ellos sí que saben hacer las cosas: son un pueblo joven, fuerte, una raza en ascenso…». ¡Ahhh!: la desesperación del primer ministro aumenta («¡pero si yo también soy medio americano! ¡Mi madre nació en Brooklyn!»), porque lo que han decidido los estadounidenses es nada menos que poner toda la carne en el asador de Normandía. Y Churchill no dejará pasar tamaño error: un desembarco masivo en ese punto del planeta será una carnicería, piensa; morirán decenas, quizá centenares de miles de valientes y jóvenes soldados. Él no está dispuesto a permitirlo.

Jonathan Teplitzky dirige una película en la que la interpretación de Brian Cox quizá sea lo único que merezca la pena. Bueno, la ambientación también está conseguida. ¿Y el resto de los actores: acaso no están a la altura del principal? ¿Y la propia factura del largometraje: acaso no es impecable? Sí, ciertamente todo ello también es irreprochable. Pero cuando ya ha terminado la película uno se levanta y se pregunta: ¿y todo esto para qué?

Porque vamos a ver: fuera del propio Reino Unido, ¿qué interés puede  tener esa reivindicación casi mística de la figura de su más icónico Prime Minister? Si cierta parte de la derecha más culta y gritona de la Inglaterra actual (entiéndase Boris Johnson et al.), ésa que al final ha conseguido imponer el Brexit, lleva tiempo tratando de adueñarse de la figura de Churchill y ésta por tanto está necesitada de una urgente operación de rescate, ¿qué nos importa a los demás? Y es que este film lo que viene a decirnos con semblante circunspecto básicamente es: «Churchill no fue sólo ese viejo zorro bebedor de whisky y fumador de puros que nos ha legado la iconografía: ante todo fue un patriota. Amó a su país por encima de todo, y todas y cada una de las miles de vidas de británicos que se perdieron en la guerra le dolieron como si hubieran sido sus hijos».

Finalmente, como quien no quiere la cosa, la película también deja entrever algo que el político columbró bastante bien: que el destino de su país no pasaba por la unión con el resto de los estados europeos sino por el eje atlántico junto a los Estados Unidos. Gran visionario, visto lo visto. Y cada cual que saque sus conclusiones.



 

CHURCHILL

Dirección: Jonathan Teplitzky.

Intérpretes: Brian Cox, Miranda Richardson, John Slattery, Ella Purnell.

Género: biografía. Reino Unido, 2017

Duración: 105 minutos.

 


 

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