Después del apocalipsis


Sofia Exarchou abre su primer largometraje, Park, con una eficaz y ocurrente idea de puesta en escena: dos muchachos corriendo descalzos por la desastrada Villa Olímpica de Atenas, en desuso tras los Juegos de 2004. La gran ciudad del Partenón, más de dos mil años después de su caída, luce ruinas nuevas. Como en una película posapocalíptica a lo Mad Max (George Miller, 1979–2015), grupúsculos primitivos de niños surgen de entre las rocas subsistiendo y pasando el tiempo como pueden. La ligera diferencia de matiz es que no estamos viendo una distopía futurista originada a consecuencia de un holocausto nuclear, sino que ante nuestros ojos tenemos a Grecia en tiempo presente. La distopía es hoy, aunque la Troika pueda resultar algo menos carismática que una tragedia atómica –si bien, por otro lado, no se alejaría tanto del grupo de villanos de otro título del género, Mensajero del futuro (Kevin Costner, 1997).

Bautizado ya por algunos críticos, no muy originales, como «nuevo cine griego», la actual ola de películas que están llegando del país heleno a los circuitos de autor tiene unos rasgos tan reconocibles como, lógicamente, irremediables, en tanto que no son producto de una época normal. Superando el modelo narrativo de drama social predominante en Europa, este moderno cine griego podría verse como un híbrido entre el neorrealismo más desesperado y un existencialismo amoral que parece la expresión pura del vértigo ante el precipicio. Más accesible que otros insignes ejemplos autóctonos, como la beckettiana y radical Boy eating the bird’s food (Ektoras Lygizos, 2012) que pudimos ver hace varias ediciones del Atlántida Film Fest, en Park una historia se levanta en medio del caos poco a poco, casi a modo de deconstrucción del relato heroico. Aquí el héroe en cuestión (y a su pesar) es un adolescente llamado Dimitris, que trata de salir adelante sobrellevando la carga de una madre alcohólica y trabajando para el novio de ésta en un taller de mármol. Entre los demás personajes, todos adolescentes sin perspectivas de futuro, sobresale una chica que se autolesiona y parece creer –al igual que sus amigas– que encontrar un novio es su única posibilidad de salvación, o un niño a cuyo perro, un pitbull auténtico de raza, sacan rendimiento económico haciendo que se aparee con otros.

Como animando a emprender una odisea en la mejor de las tradiciones homéricas, el agua aparece insistentemente a lo largo de la película y será donde el protagonista efectúe su sacrificio final. Pese a que el simbolismo de ese último tramo tal vez sea un poco ramplón (Dimitris interpela a unos turistas identificados como claramente del norte de Europa), la secuencia permite a la directora Exarchou cerrar de manera ejemplar una crónica antiheroica que vincula amargamente la supervivencia a la degradación. O que acaba mostrando, en perspectiva, que la antes confortable Atenas quizá se haya convertido en la temible isla dominada por cíclopes de la que, ahora, toca huir.


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POSTER

 

PARK

Dirección y guion: Sofia Exarchou.

Intérpretes: Dimitris Kitsos, Dimitra Vlagkopoulou, Enuki Gvenatadze, Lena Kitsopoulou, Yorgos Pandeleakis, Thomas Bo Larsen.

Género: drama. Grecia, 2016.

Duración: 100 minutos.

 


 

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