Mi yerno es un millenial 


Inyectando litros de mala leche al modelo de Adivina quién viene esta noche (Stanley Kramer, 1967) –película que escenificaba el choque entre un matrimonio blanco y el novio negro de su hija–, Los padres de ella (Jay Roach, 2000) logró un gigantesco éxito al orientar sus dardos hacia un aspecto crucial del rito de la presentación: el relevo masculino. Lo que Los padres de ella satirizaba era la ceremonia del patriarcado, el examen de un macho a otro macho como adecuado nuevo dueño para su criatura, enfrentando a dos figuras tan contrapuestas como un pétreo ex-agente de la CIA cristiano (Robert De Niro) y un enfermero judío (Ben Stiller) llamado Gaylord Focker –Gaylo Follen en el doblaje español–. El pulso entre una vieja y una nueva hombría era un tema central en la película (así como lo es en la Nueva Comedia Americana el fracaso de las expectativas masculinas), y continuaría explorándose en su aceptable secuela, Los padres de él (Jay Roach, 2004), que incorporaba al conflicto a los feminizados progenitores del pretendiente. John Hamburg, uno de los guionistas de la saga, regresa ahora como director a la dinámica suegro-yerno en ¿Tenía que ser él?, comedia que, lejos de repetir la fórmula anterior, introduce estimulantes e ingeniosas variantes en la narrativa del subgénero.

Mientras el novio interpretado por Stiller era el protagonista claro de aquellas películas, en tanto objeto de los sufrimientos y las angustias, aquí lo es el suegro de turno (un magnífico Bryan Cranston, tan despreocupado de su imagen como De Niro llevando una teta postiza en la mencionada secuela). Al otro lado, el hombre de sus pesadillas, interpretado por James Franco. Uno es el jefe de una decadente imprenta al borde del cierre, mientras que el muchacho por el que su hija bebe los vientos es un excéntrico multimillonario  que ha amasado su fortuna como desarrollador de apps. No solo eso: ¡para más inri, también es un joven preocupado por el medio ambiente que no usa papel, ni siquiera higiénico! Invitados a pasar las navidades en su mansión de Silicon Valley, pronto el personaje de Cranston se sentirá más bien rehén de una bestia a la que no es capaz de comprender, omnipresente en todas las lujosas mazmorras del castillo gracias a la monitorización de lo que parece una versión amable de HAL-9000. Si en Satanás (Edgar G. Ulmer, 1934), el hallazgo de unas mujeres flotando en urnas transparentes disparaba todas las alarmas sobre la conveniencia de permanecer en casa de Boris Karloff, la exhibición en ¿Tenía que ser él? de un alce suspendido sobre su propia orina en una estructura de cristal desempeña un papel no muy distinto en el retrato de un anfitrión, a ojos del protagonista, absolutamente terrorífico.

El refuerzo de la cuestión generacional (el verdadero relevo que se da aquí, y la razón del cambio de roles) da a la película el toque de distinción necesario para no ser, en absoluto, un simple subproducto de estudio: Hamburg centra sus esfuerzos no solo en la colisión entre dos futuros parientes condenados a entenderse, sino entre un individuo que percibe a otro más joven como, directamente, un alienígena de un planeta hostil. ¿Tenía que ser él? atraviesa los senderos de la película de enredo clásica hasta entroncar con la tradición de la sátira de costumbres y cambios sociales, conformando una buena comedia de su tiempo que exhibe músculo humorístico, especialmente, gracias a unos personajes principales diseñados con chispa y unos actores entregados de forma incondicional (con el Franco alegremente desatado de los últimos años). Unas bastante asquerosas loas finales al entrepreneurship y a la flexibilidad laboral, en la línea de lo visto en Los becarios (Shawn Levy, 2013), frustran como inesperado colofón el buen devenir de una comedia, hasta entonces, casi redonda. 


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¿TENÍA QUE SER ÉL?

Dirección: John Hamburg. 

Guion: John Hamburg y Ian Helfer. 

Intérpretes: Bryan Cranston, James Franco, Zoey Deutch, Megan Mullally, Griffin Gluck, Keegan-Michael Key, Cedric the Entertainer. 

Género: comedia. Estados Unidos, 2016.

Duración: 111 minutos.

 


 

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