Irene Bullock


 

«Existe una diferencia marcadísima entre todos los hombres y Charlot. Todos los hombres se ríen de los peces de colores y Charlot se llora de los peces de colores».

La muerte de la madre de Charlot, de Federico García Lorca

 

Cuando en 1972 le entregaron a Charles Chaplin un Óscar honorífico por su trayectoria en la 44º ceremonia de los premios, se mostró visiblemente emocionado ante los aplausos recibidos. Al final del acto, el presidente de la academia, el guionista Daniel Taradash, se acercó a él en plena ovación con el bastón y el sombrero de Charlot, y Chaplin cogió ambos objetos, agradecido, pero como indeciso y torpe con ellos. De pronto, realizó una pantomima fugaz con el sombrero… que se le cayó al suelo. Lo recogió, todo lo rápido que le permitía su cuerpo ya anciano, y sonrió, tímido. En realidad, estaba recuperando a Charlot para todos. Era como si su creador no supiese qué hacer con los objetos característicos de su personaje universal. Una bella fusión entre Chaplin y Charlot. O un poético desfase. Conviene recordar las palabras de André Bazin en uno de sus artículos, «Introducción a un simbolismo de Charlot» (Charlie Chaplin. Barcelona, Paidós, 2002. Traducción de Xavier Aleixandre): «Es como si los objetos solo aceptaran ayudar a Charlot al margen del sentido que la sociedad les ha asignado. El más bello ejemplo de estos desfases es la famosa danza de los panecillos [de La quimera del oro], donde la complicidad del objeto estalla en una coreografía gratuita».

Chaplin (EE.UU., 1992), de Richard Attenborough, termina, precisamente, con un fragmento de esta ceremonia. Antes de salir al escenario, Chaplin está nervioso entre bambalinas, en su silla de ruedas (que luego abandonará una vez se sitúa frente al micrófono), mientras se escuchan de fondo las palabras de Taradash, que empieza su discurso con unas palabras del cineasta galardonado: «El humor ayuda a vivir y preservar nuestra salud mental». Y estas palabras no solo tienen un significado universal, sino que también hacen entender muchas cosas de la vida y obra de este genio de la comedia.

Tuvo mucho sentido que fuese Taradash quien le ofreciese este Óscar honorífico, pues ambos protagonizaron un momento simbólico, teniendo en cuenta que Charles Chaplin regresaba a EE.UU. por primera vez de un exilio forzoso que empezó en 1952. Para entender todo esto conviene saber que el presidente de la academia tan solo dirigió una película en 1956, En el ojo del huracán. Su argumento ofrece una clave fundamental. Una bibliotecaria lleva toda su vida profesional dirigiendo con eficacia y dedicación la biblioteca de una pequeña localidad norteamericana, pero tiene que abandonar su puesto y además es condenada por la mayoría de los vecinos por un pasado de afiliación a organizaciones progresistas cercanas ideológicamente al comunismo. Y todo por negarse a retirar de las estanterías (a petición de los políticos que gobiernan el ayuntamiento) un libro titulado El sueño comunista. Esta película se convirtió en un testimonio directo de la caza de brujas, y el guionista no eligió el momento más fácil para sacar adelante un proyecto cinematográfico de este tipo, aunque ya en 1956 el artífice de esa locura, el senador Joseph Mcarthy, había caído y su credibilidad estaba en entredicho. Sin embargo, la paranoia del momento ya se había instaurado y la caza seguía afectando a todos los estamentos de la sociedad. Todo lo que oliera a comunismo o progreso era antiestadounidense. El chisme, la sospecha y el miedo eran los principales instrumentos para perjudicar a muchos profesionales que sufrieron acoso y la inclusión en listas negras. Uno de los afectados fue precisamente Charles Chaplin, que además llevaba años siendo investigado por J. Edgar Hoover por sus ideas políticas.

Aprovechando el clima, las sospechas políticas y, echando leña al fuego, los escándalos de su vida privada, a Chaplin se le impidió la entrada en el país. Había ido a Londres con su familia a promocionar Candilejas (1952) y el viaje de regreso lo realizó en barco. Antes de llegar al puerto recibió un cablegrama en el que se le exigía pasar ante el Comité Investigador de Inmigración para preguntarle sobre sus posibles actividades antiamericanas.

Por eso ese Óscar honorífico refleja la importancia de que Taradash y Chaplin compartieran un mismo escenario en 1972 como broche final a un periodo oscuro. Tiene sentido que este momento aparezca en la película de Richard Attenborough, pues este construyó el biopic de Charles Chaplin con una columna vertebral: mostrar que sus orígenes, su compromiso social y su mirada política  están presentes en su filmografía, pero también que tras el payaso se escondía un hombre perfeccionista, complejo y trágico. Pese a que no es una película redonda ni perfecta, pues no encuentra la solución idónea para ensamblar todos los acontecimientos y, además, abarca demasiado (desde su infancia hasta su vejez, tocando varias ideas y mostrando diversas reflexiones sobre su vida y obra) y no puede profundizar en ciertos aspectos, cuenta, sin embargo, con momentos mágicos y con corazón, además de que en ella encontramos una interpretación portentosa de Robert Downey Jr. como Charles Chaplin. No obstante a pesar de los problemas que presenta, este título reúne los ingredientes necesarios que permiten al espectador querer conocer la vida y obra del protagonista. Además, se caracteriza por una cuidada puesta en escena y ambientación.

 El hombre detrás del payaso

Chaplin empieza con la silueta de Charlot en una puerta. Y luego con Charlot sentado frente un espejo en su camerino. Una secuencia que pasa del blanco y negro al color, según este se va desmaquillando y desprendiéndose de sus atributos, como su característico bigote. Charlot da paso a Chaplin. Y de fondo se escuchan las voces del editor George Hayden (Anthony Hopkins), un  personaje ficticio, que ayuda a un anciano Chaplin en su casa de Suiza a poner orden en sus memorias.

Lo primero que se recrea es su infancia en Lambeth, Londres. No solo se dibuja la influencia que tendría en la vida del artista su madre Hannah (que es interpretada por  su nieta, Geraldine Chaplin), sino también la presencia y el origen de todos aquellos aspectos que iban a formar parte de su personaje universal, Charlot, así como los momentos que más tarde inspiraron sus futuras películas. En su difícil infancia encontró el espíritu de su cine, esa mezcla de humor (a veces con gotas de crueldad) y humanismo.

Desde el principio, se va describiendo la formación del cómico en el arte del music hall  y el vodevil, donde trabajaban sus padres, y su habilidad y perfeccionamiento de la pantomima, es decir, el dominio del cuerpo para expresar su universo particular. Tanto su hermanastro Sydney Chaplin (Paul Rhys) como él  encuentran una salida en este mundo, y empiezan a despuntar junto al empresario teatral Fred Karno. Luego Charles da el salto a EE.UU., y allí queda deslumbrado por un nuevo arte: el cine. Su primer contrato viene de la mano de Mack Sennett, uno de los pioneros del slapstick. Poco a poco, una vez ha creado su personaje (que se haría tremendamente popular), Chaplin va haciéndose con el control económico y artístico de su carrera y obra.

Richard Attenborough da pinceladas de los inicios cinematográficos: la primera proyección donde Chaplin queda fascinado por el cine, su participación en los rodajes en compañía de  actores del cine silente como Mabel Normand, la lucha de egos entre ellos (las dos estrellas del estudio), el nacimiento de Charlot en un vestuario, la temprana ocasión de independizarse de Sennett, la unión con su hermanastro Sydney para distintos aspectos de su carrera, el encuentro con Edna Purviance (una de sus primeras musas), la relación con  los «reyes» de Hollywood, su buen amigo Douglas Fairbanks y Mary Pickford (terminaría creando con ellos y con el director D. W. Griffith la United Artist para independizarse los cuatro de los estudios)… De este modo queda reflejada en la película la conversión de Chaplin en una de las grandes personalidades de principios del siglo XX.

El humanismo de Charlot

La película da un sentido humanista al proyecto cinematográfico de Chaplin. Su mirada «dibuja» el mundo en el que vive y lo proyecta en su obra, en sus cortometrajes y largos. Y esto le trae problemas que desembocan en el exilio final. Distintas personas le van avisando de cómo su «visión» especial puede acarrearle problemas. Así, el primero que se muestra contrariado es Sydney, cuando asiste a la proyección de Charlot emigrante (1917). Este le dice que sea prudente, que no hay que criticar al sistema. A lo que Chaplin le responde: «Amo este país, por eso puedo criticarlo». Pero su hermano le recuerda que están en guerra. Y el artista continúa siendo fiel a la realidad con un corto de éxito sobre la gran guerra, Armas al hombro (1918).

En una cena con Douglas y Mary, al finalizar la guerra, Chaplin conoce a Hoover, uno de sus máximos enemigos. Mientras este suelta una soflama fascista contra los inmigrantes y habla sobre el cine como instrumento de propaganda y comunicación, el artista trata de no prestar atención alguna y realiza el baile de los panecillos en la mesa. Como Hoover no calla, termina interviniendo y dice: «El cine es para el pueblo que trabaja para vivir y no gana gran cosa. Entonces se alegra de ver a los oficiales y a la clase alta pateados en el trasero. Siempre ha sido así y siempre lo será. Y si eso puede cambiar las cosas, mejor».

Attenborough presta también atención al rodaje de El chico (1921), una de las películas más populares del biografiado, y donde además queda plasmado su estilo más reconocible: sensibilidad y humanismo junto a la carcajada continua. Primero, por una anécdota de su vida privada: mientras se divorciaba de Mildred Harris, su primera mujer, su abogado intentó confiscar las bobinas de la película, y Chaplin, junto con su hermano y otros miembros del equipo de la película, huyeron con ellas para impedirlo. Segundo, porque a su vuelta a Londres en un viaje promocional, donde no había regresado desde que abandonó Reino Unido para probar suerte en el cine en EE.UU., es consciente de dos cosas: se entera de que su primer amor (Hetty Kelly, una joven del mundo del vodevil) ha fallecido por la gripe española, y se da cuenta de que Londres ya no es su hogar justo cuando se encuentra en un callejón y al fondo hay una marquesina de un cine que proyecta El chico.

Cuando el sonoro está a punto de llegar, su amigo Fairbanks (Kevin Kline) le advierte de que el FBI está detrás de él y que tenga cuidado: «Nunca has entendido este país. Parece un buen país en la superficie, pero en el fondo se remueve cuando empezamos a tener miedo». Y el rodaje de Luces de la ciudad (1931) aparece para ilustrar su batalla romántica contra el cine sonoro. Chaplin estaba convencido de que Charlot no debía hablar. El vagabundo no tenía una voz, era su cuerpo el que se expresaba. Sin embargo, en la película empleó un recurso sonoro para provocar el malentendido que da sentido a toda la historia (la violetera ciega oye cómo se cierra una puerta de un coche y eso la hace creer que Charlot es un millonario). 

Tras el crac del 29 y la situación crítica que está sufriendo EE.UU., un Chaplin millonario, acomplejado y atormentado dice a Paulette Goddard, su nueva pareja, que ha estado ciego y «eso es fatal para un narrador». Se recrimina no haber dicho nada sobre la crisis económica y social que está viviendo EE. UU.  y se implica obsesivamente en el rodaje de su siguiente historia, Tiempos modernos (1936), para expresar los estragos del crac .

Y poco después llega otro instante crítico, en el que decide, como actor, hablar en pantalla. Todo empieza cuando en una fiesta Chaplin retira el saludo a un alemán que está realizando un discurso en el que ensalza la figura y la política de Hitler. Se va del lugar ante el reproche de muchos presentes, y Douglas sonriente (le queda ya poco tiempo de vida) va tras él y le dice: «Te pareces a Adolf». Y toma al pie de la letra las palabras de despedida de su amigo para meterse de lleno en El gran dictador (1940). Aunque su hermano vuelve a rogarle que se dedique a ser cómico sin más, Chaplin expresa la necesidad de no estar al margen. Y crea así el mítico monólogo de la película: «Vosotros el pueblo tenéis el poder para crear esa vida libre y espléndida… para hacer de esa vida una radiante aventura. Entonces, en nombre de la democracia, utilicemos ese poder… ¡unámonos todos!». Finalmente, rodó Candilejas (1952), una indagación personal en sus raíces y en el mundo que conoció en la infancia. Fue la última película que pudo realizar en EE.UU.

Las sombras de Charlot

Richard Attenborough también cuenta las sombras de Chaplin, sobre todo sus relaciones con mujeres más jóvenes que él. Attenborough busca dar un sentido a su errática vida sentimental, hasta que Chaplin encontró cierta estabilidad en compañía de Oona O’Neill (hija del dramaturgo Eugene O’Neill), con la que se llevaba treinta y seis años. La película, por una parte, señala la influencia que ejercieron sobre él la salud mental de su madre y su personalidad. Hannah era fuente de dolor para Chaplin. En ella se inspira para alguna de las heroínas de sus películas, mujeres a las que había que proteger, tratando de que no se rompieran en pedazos (sobre todo los personajes de Edna Purviance). Y, por otra, Attenborough describe una vida sentimental que siempre fue una fuente de escándalos aireados por la prensa. Un ejemplo ya mencionado: el adolescente Chaplin vive su primer amor con una chica de 15 años, bailarina del vodevil, llamada Hetty Kelly. Esa historia nunca llegó a consumarse porque el artista se fue a EE. UU. Ella se casó con otro y falleció muy joven por la gripe española. La película sostiene  la tesis de que Chaplin buscaba siempre llevar adelante esa historia interrumpida. De ahí su obsesión por las adolescentes: Mildred Harris o Lita Gray. Después tiene una historia más tranquila y madura con Paulette Goddard, una actriz  mayor de edad, que sería también la heroína de dos de sus más aclamadas películas: Tiempos modernos y El gran dictador. Y, finalmente, Chaplin conoce a la segunda mujer de su vida y con la que encontrará estabilidad sentimental, Oona O’Neill.

El director toma una decisión de casting para cerrar el círculo sentimental de Charles Chaplin. Tanto Hetty Kelly como Oona tienen el rostro de la misma actriz: Moira Kelly. La búsqueda de la mujer amada ha terminado. Sin embargo, será otra mujer joven la que precipitará su caída junto a sus ideas políticas: la  actriz Joan Barry, que lo llevó a juicio para que reconociera la paternidad de su hija Carol Ann. Aunque las pruebas biológicas no fueron concluyentes, en el juicio le hicieron responsabilizarse de la niña por su conducta considerada inmoral a lo largo de su vida.

Chaplin de Richard Attenborough deja el retrato de un hombre complejo que es indispensable en el estudio de la historia del cine. Su magia y su capacidad de hacer reír son misterios que han generado ríos de tinta. Su afán de perfección en el gesto quedó grabado para siempre en la pantalla. Y, como le confiesa en un momento de la película a su editor, quizá él no cambió el mundo, pero sí le hizo reír.


Puedes ver las obras maestras de CHARLES CHAPLIN en Filmin



 

2 Comentarios »

  1. Ay, querida Irene, me he tomado una eternidad para terminar de leer tu texto porque a pesar de estar todo el día en casa por estos tiempos, no alcanzo a terminar nada.-
    Amo por completo esta película y fijate que no alcanzo a ver los defectos de construcción que señalas. Para mí es una maravilla y punto, y le tengo mucho cariño porque fue una de las primeras pelis de Hollywood sobre Hollywood que vi y también porque fue mi introducción al universo Chaplin (la vi antes de ver cualquiera de sus películas).-
    Yo creo que la película se protege de esos saltos entre un acontecimiento y el otro con el recurso que muestra al comienzo cuando el personaje del periodista le pregunta a Chaplin porqué salteó un episodio de su infancia y el artista contesta «fue un error» y vuelve sobre sus pasos. Con ello el director nos explica que lo que vamos a ver son los recuerdos lejanos de un hombre en su ancianidad y se gana, de paso, la disculpa para contar los eventos tal y como se presentan en la memoria: dispersos, seleccionados, distorsionados.-
    Qué ganas, en definitiva, de volver a esta peli luego de leer tu texto. Últimamente estuve viendo más cine de Chaplin que en toda mi vida y estoy fascinada por su universo, así que un revisionado de esta película me resultaría muy oportuno.-
    Te mando un abrazo enorme, Bet.-

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  2. Mi amiga Bet, qué bueno leerte. En estos días de confinamiento, el tiempo corre de otra manera, ¿verdad?
    Espero que vuelvas a ver pronto esta peli y la disfrutes de nuevo otra vez. Me ha gustado mucho tu argumentación sobre cómo está narrada la película. Aun así pienso que hay algo que falla en su conjunto. Por ejemplo, quita al personaje del editor con cara de Anthony Hopkins. No pasaría absolutamente nada. Podrían ser efectivamente, como dices, recuerdos de un hombre anciano frente al espejo que se activan ante una llamada: le invitan a regresar a Hollywood para recoger el óscar. E imagina su vida como una de sus películas…
    No obstante, te confieso que cuanto más la voy viendo, más me va encandilando. Y encuentro detalles que me van haciendo valorarla cada vez más.
    Además si esta película provoca las ganas de conocer o volver a disfrutar las películas de Chaplin, me parece entonces que tiene todo su sentido.

    Con mucho cariño
    Irene Bullock

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