Un monstruo de Frankenstein en la era Reagan


1982 fue un año sensacional para Sylvester Stallone. Como ya se dio fe en el anterior artículo de esta sección, Rocky III fue un exitazo de taquilla y la consagración del actor como ídolo de masas. Mientras esa tercera entrega se enfocaba como el final de una saga gloriosa, que acababa por todo lo alto, otra comenzaba, y lo hacía con la sospecha de un filón comercial, pero sin la certidumbre de lo que estaba por llegar. Ese mismo año se estrenó Acorralado (Rambo), y con ella Stallone abría una nueva vía en su filmografía: la del héroe de acción. No se trataba de la primera película en la que había tiros y persecuciones –sin ir más lejos, un año antes había hecho Halcones de la noche–, pero sí que era su primer papel protagonista en una cinta de acción pura y dura.

En el momento de interpretar a Rambo, Sly todavía no sabía que tenía entre manos a uno de los iconos del cine popular. Pensar en Stallone es pensar en Rocky o en Rambo, los dos personajes con los que ha pasado a la historia del séptimo arte. Este segundo, de nombre John, es un veterano de la guerra de Vietman, que al volver a su país es incapaz de reinsertarse en la sociedad. Del mismo modo que le ocurría al Travis Bickle de Taxi Driver (1976), Rambo es un lobo solitario al que la guerra ha dejado psicológicamente trastornado. Sin embargo, hay una clara diferencia entre ambos personajes, y esta es la que hace de Acorralado un film tan interesante de analizar. Esta divergencia se encuentra en la postura que la sociedad adopta frente a estos personajes. En el caso de Taxi Driver, la postura era de indiferencia, o, simplemente, Martin Scorsese sumergía su discurso en la mirada de su protagonista. En el caso de Rambo, no hay ninguna sutileza a la hora de mostrar el rechazo que la sociedad siente frente a este ser, al que se trata de expulsar del sistema. De la misma manera, si en el primer caso era el personaje el que quería hacer una limpia en la sociedad, en el segundo caso es la sociedad la que quiere eliminar a los veteranos de guerra.

A estas alturas, quien se haya leído los anteriores textos de esta sección no debería sorprenderse al descubrir una ideología de derechas en las cintas de Stallone. Como se ha relatado sucesivas veces, este actor siempre ha tenido un enorme interés por otros aspectos de la elaboración de las películas, como la dirección, la producción o la escritura de guiones, por lo que no es de extrañar que su nombre aparezca en otros apartados de la ficha técnica. Stallone sólo se embarca en proyectos en los que tenga un mínimo control sobre el resultado final, de ahí que su filmografía esté marcada por una serie de constantes, y la ideología política es una de ellas.

Coguionista junto a Michael Kozoll y William Sackheim, Sly adaptó la novela Primera sangre, escrita diez años antes por David Morrell. Sin embargo, existe una serie de diferencias entre el material original y el adaptado, que han sido atribuidas a la mano del actor. Básicamente, la película muestra a un personaje más bondadoso, que es una víctima del sistema y de las decisiones militares de sus superiores. Un personaje trastornado, sí, pero que sólo quiere que lo dejen en paz, y que reacciona de manera violenta como método de defensa y nunca de ataque. Esta decisión no es casual, y habla de la mirada de su responsable, quien quería honrar a los veteranos de guerra, a los que veía como auténticos héroes. La mirada es clara y la manera de mostrarlo es honesta, por lo que se establece un paralelismo entre Sylvester Stallone y Clint Eastwood en su manera de hacer un cine cargado de ideología política, aunque en el primer caso se opta por la acción y el discurso simple, mientras en el segundo el poso de reflexión y de autocrítica es mucho mayor –El francotirador (2014) es un excelente ejemplo de esto–.

Con esta decisión, Sly se rebeló contra la opinión pública y la crítica generalizada a la guerra de Vietnam. Los años setenta en Estados Unidos estuvieron marcados por la resaca de la época hippie, que tuvo lugar en la década anterior, de ahí que la repulsa a dicho conflicto armado fuera estruendosa. Fueron años de contracultura y de gran autocrítica en el plano sociopolítico, pero esa década quedó atrás y se inició una nueva época. En 1981 llegó al poder Ronald Reagan, presidente republicano bajo cuyo mandato se recrudeció la política exterior y se trató la carrera armamentística como una cuestión de vital importancia. Este mandatario no sólo quiso lavar la imagen de los veteranos de la guerra de Vietnam, sino que llegó a declarar públicamente que admiraba al personaje de Rambo. Por tanto, la visión que Stallone mostraba de su personaje era heredera de esta ideología política, de ahí que, aunque controvertido y con su lado oscuro, el protagonista sea héroe y víctima a la vez, pero nunca el malo de la historia. El problema surge por una sociedad agresiva e intolerante, que no respeta a personajes como Rambo y a los que no duda en atacar, de ahí que este sea detenido de manera injusta, maltratado en los calabozos de la comisaría y posteriormente perseguido a punta de rifle.

En todo momento se quiere destacar que Rambo no pretende matar a nadie, a diferencia de unos siniestros policías que no dudan en disparar a matar y someterlo a situaciones de extremo riesgo. En este sentido, resulta elocuente la escena en la que, uno por uno, Rambo hiere a todos sus perseguidores para incapacitarlos, pero nunca de gravedad, para que ninguna vida corra peligro. Durante el metraje, el propio protagonista se asegura de verbalizar estas ideas varias veces, para que quede claro que él no es un asesino ni el malo de esta historia. A pesar de sus buenas intenciones, sólo encuentra rechazo y violencia, por lo que, cuando su paciencia se agota, toma la decisión de cargar contra la sociedad. Es por ello que, tras esa primera etapa en los bosques, retorna a la civilización para destruir todo lo que encuentra a su paso. En este aspecto, no resulta casual que atente contra símbolos de esta sociedad como tiendas, la comisaría de policía o los restaurantes de comida basura. De esta forma, Rambo se convierte en un antisistema forzado. Sus intentos por encajar en el engranaje han sido en vano, y, tras recibir todo el odio de sus compatriotas, no encuentra otra salida que cargar contra los cimientos de su sistema.

Este desarrollo tiende puentes con el monstruo de Frankenstein; una analogía que no se esconde en ningún momento. El personaje que creó Mary Shelley en 1818 también se ve forzado a abandonar toda esperanza de encajar en la sociedad, que lo expulsa a base de violencia y lo persigue para acabar con él. En paralelo, otros dos personajes presentan un rol homólogo: el de los creadores. En el clásico gótico, el profesor Victor Frankenstein; en la película y en el libro en el que se basa, el coronel Samuel Trautman –interpretado por Richard Crenna–. Ambos han moldeado a sus respectivos monstruos, el primero en lo físico y el segundo en lo psicológico, y ambos son responsables de los males que les han causado y de los extremos a los que sus criaturas han llegado. Tanto, que la única solución es destruirlas, aunque en ambos casos fracasan en el intento, pues no son ellos los que provocan la muerte de sus monstruos.

En este punto, cabe destacar la diferencia entre el final de Acorralado y de la novela en la que se basa. Si en el libro Rambo se suicida, en la película se entrega a las autoridades. Este cambio en el esquema también fue obra de Stallone, quien, fiel a su ideología, quiso darle una salida más positiva a su personaje. Rambo sobrevive porque encaja en las leyes del guion clásico de cine, esas que dictan que todo malhechor recibe su castigo. De esta manera, lo que Sly le dice al público es que su protagonista no ha hecho nada malo, ni en lo que se narra en la película ni en lo que en su día hizo en la guerra -que se limita a insertos fugaces que sirven para establecer un paralelismo entre los vietnamitas y los agentes de policía-. Stallone terminaba de redimir a su personaje, a la vez que reconstruía los lazos que en su día sí unieron a la sociedad y a sus veteranos de guerra.

Pero nada de esto convirtió a Rambo en un personaje mítico. Visión política aparte, Acorralado es, ante todo, un film de acción. Rodada con un presupuesto modesto, su autor, Ted Kotcheff, manufactura un film violento que hace de la crudeza su mayor baza. La cinta se caracteriza por un estilo seco, directo, que no se pierde en florituras narrativas o en espectaculares secuencias de acción coreografiadas al detalle, o plagadas de efectos especiales. La narración, que podría catalogarse como torpe, es más bien sencilla, efectiva. En ningún momento alcanza el virtuosismo, pero la obra nunca decae y conforma un bloque sólido. En lo referente a los ritmos narrativos, el proyecto se decanta por los tiempos muertos, por la espera, interrumpida por cuchilladas de acción, especialmente en la primera mitad del relato. Esta serie de decisiones de puesta en escena, hayan sido voluntarias o limitadas por carencias de presupuesto, son manejadas con criterio suficiente como para darle a la película una personalidad bien definida. Acorralado es una obra cruda, llena de violencia, que habla del lado oscuro del ser humano, y en el que la contemplación prima sobre el diálogo. Todas estas características, sumadas a la actuación de Stallone, tan solvente como siempre, provocaron que Rambo se convirtiera, desde que salió a la luz, en un icono universal del cine popular, que se ha instaurado en el imaginario colectivo de la sociedad occidental –si no mundial–. A su vez, Acorralado fue el inicio de una fructuosa saga, que en posteriores entregas abandonaría tal carga política para centrarse en la espectacularidad de la violencia más salvaje. Tres años habría que esperar para ver la segunda entrega, que, casualidades del destino, volvió a llegar el mismo año que la siguiente entrega de la saga Rocky


acorralado rambo critica


acorralado rambo poster cartelACORRALADO (RAMBO)

Dirección: Ted Kotcheff

Guión: Sylvester Stallone, Michael Kozoll, William Sackheim

Intérpretes: Sylvester Stallone, Richard Crenna, Brian Dennehy, David Caruso, Jack Starrett, Michael Talbott, Chris Mulkey

Género: Acción. Estados Unidos, 1982

Duración: 97 minutos

 


 

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