Irene Bullock


¿Se pueden mezclar los principios neorrealistas con la temática del cine dentro del cine y crear una película protagonizada por grandes divas del cine italiano? La respuesta es sí. No hay más que sumergirse en el visionado de la película de episodios Nosotras, las mujeres (Siamo Donne, Italia, 1953). En ella varios directores narran una anécdota sobre la vida privada de actrices del star system italiano, el único que fue capaz de competir con el de Hollywood.

Nosotras, las mujeres forma parte de una manera de hacer cine en Italia que se puso muy de moda durante los años cincuenta y sesenta: reunir en una única obra varios episodios independientes, dirigidos por distintos realizadores o por uno solo. En la cinematografía italiana abundaban las producciones de este tipo: por ejemplo, varios directores se reunieron para reflexionar sobre las primeras décadas del siglo XX en Amori di mezzo secolo (1954); otros se unieron para rodar cuatro cuentos sobre amor y moral en Boccaccio’ 70 (1962); Vittorio de Sica filmó tres episodios con Sophia Loren y Marcello Mastroianni en Ayer, hoy y mañana (1963); o varios realizadores dirigieron distintas historias con Silvana Mangano como actriz principal en Las brujas (1967). Pero la peculiaridad de Nosotras, las mujeres es que es puro cine dentro del cine, con un prólogo muy especial y con cuatro episodios basados en anécdotas, más o menos ficticias, de las vidas de las actrices Alida Valli, Ingrid Bergman, Isa Miranda y Anna Magnani haciendo de sí mismas. Cesare Zavattini, uno de los teóricos del neorrealismo, tuvo la idea.

Concursos para encontrar nuevos talentos

Si miramos los comienzos de varias divas del cine italiano, muchas de ellas fueron descubiertas en concursos de belleza que las promocionaban en el mundo del cine. No hay más que mirar las biografías de Sophia Loren, Silvana Mangano, Lucia Bosé, Gina Lollobrigida o Claudia Cardinale para descubrir cómo fueron sus primeros pasos. En Nosotras, las mujeres es la mismísima productora de la película, Titanus, la que organiza el concurso 4 actrices y una esperanza, que cientos de aspirantes sueñan con ganar. Titanus es una productora mítica con más de cien años de historia, y fundamental para entender la identidad del cine italiano. La puso en marcha una familia, los Lombardo, quienes se atrevieron con los géneros más exitosos en Italia como el melodrama o la comedia, pero también apostaron por el cine de autor y el neorrealismo. Se animaron también con los peplums, los gialli o los musicales, además de contar con toda una galería de actores-estrella y directores de prestigio entre sus filas.

El premio del concurso es ni más ni menos que aparecer en el prólogo de Nosotras, las mujeres, ejecutando así un hermoso ejercicio de metacine. El prólogo es un episodio más con independencia propia. Lo que vemos en pantalla es precisamente la recreación de dicho concurso en el que finalmente quedan dos candidatas: Anna Amendola y Emma Danieli. La primera tuvo después una carrera efímera (curiosamente acabó rodando varias de sus películas en España) y la segunda encontró la fama en la televisión.

El productor Alfredo Guarini, marido de Isa Miranda, una de las actrices protagonistas de Nosotras, las mujeres, fue el que dirigió este prólogo, donde filma con realismo las distintas pruebas por las que van pasando las candidatas: un organizado desfile de entrada, un almuerzo en uno de los platós y una prueba de cámara individualizada. Y llaman la atención especialmente las pruebas de las jóvenes candidatas, con preguntas sobre sus vidas, momentos en los que surgen no solo la personalidad de cada una, sino sus pensamientos, sueños y reflexiones. Es reveladora la prueba de Emma Danieli, que evoca una emotiva conversación telefónica con su padre, y que luego, en otro momento del episodio, se proyectará en pantalla grande frente al jurado del concurso. También la prueba de Anna Amendola es peculiar, pues se olvida de todo lo que hay a su alrededor, y vive el momento como si solo estuviesen ella y la cámara. De hecho, literalmente la cámara se convierte en un ojo que solo la observa a ella.

Es como si el prólogo de Nosotras, las mujeres quisiera explicar que el cine italiano seguirá buscando y descubriendo nuevos rostros que darán vida a cada una de sus películas.

Alida Valli y la historia de una pequeña maldad

No era la primera vez que el director Gianni Franciolini dirigía a Alida Valli, pues ya había rodado dos melodramas con ella, y había una conexión profesional evidente entre ellos. Franciolini y Valli filman el fragmento más amargo y desencantado, donde se mezcla el estilo narrativo del Hollywood clásico con un neorrealismo nostálgico. Por aquel entonces Alida Valli ya había trabajado en sus películas americanas, como El proceso Paradine (1947) de Alfred Hitchcock, o la británica El tercer hombre (1949), y estaba en lo más alto de su proyección internacional.

En el episodio, la actriz, con su voz en off, nos dice que va a contar la historia de una maldad. Valli se comporta como una mujer cansada y aburrida de sus compromisos cinematográficos, a pesar de su éxito en Hollywood y en Italia. Se siente vacía. Quizá, por eso se ilusiona con la invitación de su masajista Anna a su fiesta de pedida de mano con su novio Franco, un joven ferroviario. Acude con un glamuroso vestido blanco, tras huir de un sarao con gente del cine, a la casa humilde de su masajista. En un principio se siente como una estatua, fuera de lugar, pero pronto se deja llevar por los acontecimientos.

Durante una bella secuencia, en un balcón junto a Franco, este le habla con pasión bajo la luz de la luna de su trabajo, y ella rememora su sueño infantil de viajar junto a un maquinista y llevar una vida sencilla. Cuando vuelven a la sala de baile, ella siente una frágil, efímera y breve conexión con el joven, pues de pronto sale de la realidad conscientemente, y quiere comportarse como una novia que empieza, con sueños y esperanzas. Y desea alargar el momento, sin apartar la mirada del muchacho. Pero Alida Valli, al ver la cara de inseguridad de Anna, que está siendo testigo de cómo mira a su novio, se avergüenza de su actuación y huye de la fiesta. En todo el episodio asoma la melancolía en cada uno de sus fotogramas.

Ingrid Bergman y una historia ridícula

Roberto Rossellini dirige a su esposa Ingrid Bergman, que de musa del cine de Hollywood se transformó, durante el tiempo que estuvo junto al director italiano, en presencia perenne de sus películas. Los dos filman una anécdota divertida e intrascendente, fresca y espontánea. Incluso Bergman mira a cámara y se dirige a los espectadores, y les dice que solo se le ocurre contar una historia ridícula. El tono nada tiene que ver con las películas del dúo, como Europa 51 (1952) o posteriormente la magnífica Te querré siempre (1954), pero sí con la concepción de modernidad que imprime Rossellini a su cine; como el intento continuo de indagar en la realidad con su cámara por diferentes caminos. No tenía miedo en experimentar formalmente ni tampoco en buscar nuevas miradas y enfoques para contar sus historias.

Curiosamente, es uno de los episodios más divertidos. Todo transcurre alrededor de una gallina, que estropea los rosales de la actriz. El animal en cuestión es de la expropietaria de la casa, que mantiene una tirante relación con Bergman. De esta manera, Ingrid, entre sus plantas, sus hijos, sus perros y sus invitados, lidia con la gallina en cuestión, y quiere pegarle un buen susto para que no arruine cada dos por tres sus rosales. El otro gran protagonista es uno de sus grandes perros. El episodio tiene apariencia de rodaje casero y familiar, lo que proporciona a la pieza un aire auténtico, de lo más realista.

Isa Miranda y la historia de una renuncia

Actualmente, Isa Miranda es recordada sobre todo por sus apariciones en el cine del realizador Max Ophüls. Miranda siempre tuvo una trayectoria bastante internacional, porque participó en películas británicas, estadounidenses, españolas y francesas, además de las italianas. Luigi Zampa, que se movió durante su carrera cinematográfica entre el neorrealismo y la comedia italiana, es quien se pone frente a la cámara en este episodio, uniendo una vertiente melodramática y costumbrista con algunos de los principios y características del movimiento neorrealista.

Una visita al hogar de Isa Miranda, convertido prácticamente en un mausoleo dedicado a su entregada carrera cinematográfica, muestra que la actriz ha sacrificado otras facetas de su vida. No ha formado una familia. Como dice, en su casa, el teléfono es el jefe. Y su vida gira alrededor de esas llamadas que planifican un nuevo día u ofrecen un nuevo trabajo.

El episodio cuenta un día cualquiera de la ajetreada vida como artista de Isa, solo que esta vez se verá trastocada por una anécdota que hace que se plantee la manera en que vive. Cuando regresa a casa en su flamante coche, se cruza con un pequeño herido por la explosión de un bidón con el que este jugaba. Lo lleva al hospital, espera que lo curen y lo acompaña a su casa en un barrio humilde. Ahí, el niño vive con tres hermanos más, dos niñas y un niño. Cuando entran en el hogar, los pequeños están solos, porque la madre ha acudido a llevar el almuerzo al padre. Isa Miranda pasa la tarde con los niños, los cuida, les da de comer, juega y se ríe con ellos… Durante todas esas horas le vienen a la cabeza recuerdos de la infancia. En el momento en que regresa la madre, y corre preocupada a la cama del niño herido, Miranda siente que no quiere interrumpir «esa maravillosa intimidad». Después, al volver a casa, esta le parecerá más vacía que nunca. Suena el teléfono e Isa Miranda no lo coge…

Anna Magnani y la historia de una discusión

Luchino Visconti rueda a ese maremoto explosivo que es la Magnani y atrapa su esencia. Los dos habían trabajado juntos en otro clásico del cine dentro del cine, Bellísima (1951), pero aquí Visconti rescata un momento concreto de la vida de Anna antes de su éxito cinematográfico, una divertida anécdota durante su periodo en los escenarios. La musa del neorrealismo vuelve a adueñarse de la pantalla, transmitiendo toda la verdad que tiene su rostro. Luchino Visconti juega con el temperamento de la actriz, con la realidad y espontaneidad de la propuesta, pero también con la idea de la vida como escenario.

La actriz va en un taxi, antes de dirigirse al teatro Quattro Fontane para trabajar en una revista. Y tiene una discusión con el taxista por si debe pagar o no un suplemento por su perro. Como dice Anna al principio del episodio, ella es consciente de cómo la percibe el público, y este no la reconocerá si no deja escapar su temperamento a lo largo de esta breve historia. Así es, la Magnani lleva la discusión hasta las últimas consecuencias, y no para hasta llegar a una comisaría y probar que tiene razón en su pelea con el taxista. De hecho, para Anna hasta la comisaría se convierte en un escenario, donde ella brilla ante todos los hombres presentes haciendo su papel de mamma italiana con carácter. Finalmente, rauda y veloz, llega al teatro, pues el espectáculo debe continuar, como la vida. Anna sale al escenario y canta ante todos una bella canción que desvela su personal manera de convertir todo lo que toca en arte. Un primer plano del rostro de Anna Magnani ocupa toda la pantalla, mientras canta a su bella Roma. Y después solo queda un público entregado a la actriz, antes de que se baje el telón.

Como se baja también el telón de Nosotras, las mujeres, con una galería de distintos carteles de películas de las cuatro actrices principales que han compartido un pedazo de su intimidad. La propuesta de Cesare Zavattini ha proporcionado cuatro retratos de actrices y de dos aspirantes; cada uno de ellos es una pequeña joya cinematográfica. Seis mujeres abandonan el firmamento inalcanzable del star system para convertirse en seres humanos de carne y hueso, igual que los espectadores que están viendo la película.



 

3 Comentarios »

  1. Hola Irene:
    Otra película que no recuerdo pero que por la pasión con que la cuentas (y, un poco, por el reparto) me apetecería revisar.
    Desde luego Italia ha dado muy grandes actores pero el firmamento de actrices que tiene es impresionante y cubre todos los colores de la paleta «actoríl».
    Con tu introducción me has hecho pensar en la «serie» Pan, Amor y… que incluso tuvo su coda española con Pan Amor y… Andalucía; seguro que si Carmen Sevilla se hubiese llamado Carmen Palermo también tendría una estrella en el firmamento «italiano» (ya sabemos que las actrices italianas nacen donde les da la gana, como Ingrid Bergman juasjuas). Donde el cine español tenía las luces muy cortas los italianos sabían ponerlas tan largas que se reflejaban en Hollywood.
    Un placer leerte. Un saludo, Manuel.

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  2. ¡Manuel, qué bien leerte de nuevo!
    Qué interesante es la trayectoria de Ingrid Bergman, ¿verdad?. Sus primeros pasos fueron en su país de nacimiento, Suecia. Luego dio el salto a Hollywood y se convirtió en la estrella amada por todos. Después cuando se enamoró perdidamente de Roberto Rossellini, voló hasta Italia y se convirtió en una musa allí de la mano de su amor y de su tormento. Qué películas más hermosas hizo en Italia, ¿no te parece? Luego tuvo una bonita transición francesa, con «Elena y los hombres», para volver de nuevo a Hollywood, pero con paradas en Francia, Gran Bretaña, y de nuevo su tierra natal.
    El star system italiano tuvo una época dorada y esplendorosa. Las estrellas italianas cruzaron y atravesaron todas las fronteras. Y es que ¡cuántas películas inolvidables se pueden rescatar del cine italiano! Su cine enamora y puede hacer crecer hasta cotas inimaginables el amor hacia su rica, variada y extensa filmografía.
    La serie de películas Pan, Amor y… tiene encanto, ¿verdad? Confieso que no he visto la de Carmen Sevilla, la que transcurre en Andalucía. ¡Qué cariño tengo a Vittorio De Sica!
    Por cierto, también el cine español tiene películas de cine dentro del cine que son interesantes para rescatar. Seguro que más de una saldrá por aquí.

    Con cariño
    Irene Bullock

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  3. Hola Irene:
    No te olvides que Ingrid también tiene un «pasado» español; según los que la amamos, fue la única guerrillera española alta y rubia, según los que no la aman (que alguno habrá) fue una española de cartón-piedra en una España de cartón-piedra con unas campanas que debían ser de cartón, porque se doblaban.
    No es cine dentro del cine pero Carmen Sevilla en «Pan, Amor y Andalucía» interpretaba a Carmen García que, seguro, el nombre le sonaba de algo.
    Esperando el próximo rescate. Manuel.

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