El ojo del tigre 


No hace falta mucha imaginación para hacerse una idea de las cosas que debieron de oírse, entre blasfemias en arameo, en la mansión Stallone el día del estreno de Toro salvaje (Martin Scorsese, 1980). Con toda la prensa alabando, de forma casi unánime, el logro del director y la gran composición de su protagonista, la estrella del todavía díptico Rocky (1976-79) sintió como un ataque la incursión de Scorsese y De Niro en el mundo del boxeo, básicamente porque parecía poner de acuerdo a todo el mundo en que las aventuras del Potro Italiano resultaban, en comparación, poco menos que películas Disney.

Aunque formar una trilogía era algo que Sly tenía en mente desde antes de estrenar Rocky II, lo descafeinado de esta entrega anterior y el asombroso repunte de calidad del tercer episodio sugieren que, desde luego, un incidente muy motivacional sí hubo entre medias. Bien es cierto que esta nueva película llegaba con una justificación algo más convincente que la de 1979: mientras la segunda parte se veía, a todas luces, como una innecesaria continuación sin más cometido que el de reconducir la carrera del actor, Rocky III se presentaba como la despedida del personaje, el cierre de su historia. A pesar de que, años más tarde, nos enterásemos de que aquí no íbamos ni por la mitad.

Con estos aires de fin de fiesta, puede decirse que Stallone se empleó a fondo para armar lo más parecido que se le ocurriese a La Película de Rocky Definitiva, tomando una serie de decisiones afortunadísimas que dejaron atrás, con creces, las inercias de su mediocre predecesora. Rocky III no podía ni plantearse competir con la sordidez y enfermiza crudeza Toro salvaje, principalmente porque sus respectivos protagonistas habitaban mundos diferentes: Rocky Balboa, a diferencia de Jack LaMotta, es un héroe en positivo, sin ambigüedades. Pero Stallone se las ingenió para introducir sobradas dosis de espectacularidad a varios niveles: por un lado, con la incorporación de una pelea de lucha libre con Hulk Hogan, pero, en especial, con el diseño de un villano mucho más feroz y brutal que el interpretado por Carl Weathers en las anteriores películas. El elegido para el papel fue un entonces desconocido bigardo que atendía al nombre de Mr. T, el mismo que, al año siguiente, empezaría a encarnar al emblemático M.A. Baracus de El equipo A (Stephen J. Cannell y Frank Lupo, 1983–1987). Mr. T daba su salto a la fama con esta película, tras vencer en un casting al que se presentaron más de mil personas, y habiéndose dedicado antes a trabajos como portero de discoteca o guardaespaldas.

Con un activo de la envergadura de Mr. T, Stallone reforzó la fisicidad de las peleas. Los golpes, antes secos impactos que funcionaban como un elemento más en el sonido ambiente de los combates, pasan a tener aquí la resonancia de los cañones de Navarone, y el sentido estratégico que mantenía, más o menos, pegadas a la realidad las antiguas peleas de Rocky con Apollo desaparece por completo, siendo sustituido por una intensidad tan inverosímil como irresistible. La historia también pasa a centrarse muchísimo más en el meollo del asunto: a diferencia de las otras dos películas, donde por momentos Rocky no tiene ganas de pelear, anda más preocupado por otros asuntos o se enfrenta a distintas subtramas, en Rocky III el objetivo está muy claro y siempre en el punto de mira. De hecho, en un excepcional ejercicio de síntesis, Stallone se ventila prácticamente la misma sátira y crítica a la fama de la segunda película en el primer tramo, aunque con mucho más sentido lúdico: por ejemplo, la escena del duelo circense con Hogan. Toda posible pereza o sensación de ya visto es, además, despejada fulminante en su apuesta por el todo o nada. Rocky tiene que llegar a sus propios límites físicos para derrotar a un rival que realmente puede acabar con su legado, y el hecho de que llegue a perder un combate y el título habiendo entrenado a fondo sirve, a mitad de película, para dar la medida del desafío.

Pero, sobre todo, lo que ayuda a esta película a funcionar mejor a niveles de emoción es que Rocky va en serio, y su punto de vista es el que reciben los espectadores. Mientras las viejas reticencias del personaje diluían los conflictos de Rocky y Rocky II, además de torpedear un poco su ritmo, aquí nos encontramos con un héroe mucho más asemejado al arquetipo que defenderá Stallone en los años ochenta, ciertamente menos complejo y más funcional, si bien mejor adecuado a lo que pedirán las tramas de sus películas de ese momento en adelante. Esa impresión de avance a trompicones, donde todo parecía suceder a pesar del protagonista, desaparece aquí por completo. Stallone también recupera su buen pulso tras la cámara, con una planificación de las peleas sencillamente ejemplar, alguna gran solución de montaje (la alternancia entre la cuenta atrás a Rocky en el ring con el infarto e intento de reanimación de Mickey) y, por encima de todo, un firme compromiso con el goce de su audiencia, dando el máximo de sí mismo en la única lucha final de la saga rodada con todos los asaltos, sin elipsis.

Al igual que todas esas virtudes, Rocky III también presenta algunos problemas endémicos del cine de Stallone. Bajo ese envoltorio de simple cine espectáculo, es evidente que la película lleva consigo una carga ideológica reaccionaria, con un enemigo que comparte la estética de los Panteras Negras y presenta suficientes matices para que no lo consideremos gratuito: en varios momentos, se pone de manifiesto que el personaje de Mr. T no sufre tanta aversión por Rocky como por Apollo Creed, que no solo fue derrotado por éste sino que, además, trabaja para él. También está el hecho de que el villano solo tiene a negros en su equipo, mientras que Rocky tiene a gente de ambas razas. Este retrato de su adversario como una especie de criatura mitológica racista de blancos delata la visión que Stallone parecía tener sobre los movimientos de liberación de la época, para entendernos, no muy alejada de la del tipo de gente que usa hoy el hashtag #AllLivesMatter en respuesta a #BlackLivesMatter. Tampoco falta su sempiterno discurso sobre el mérito y el esfuerzo, con esa insistencia en mostrar a Paulie como un parásito incapaz de soltar la botella y hacer algo por sí mismo.

En cualquier caso, más allá de cuestiones idiosincráticas, Stallone exhibe en Rocky III toda su fortaleza como director, guionista y estrella del show, logrando la entrega más sólida a nivel dramático de la saga hasta el momento, y con un poderío icónico igual o superior al de la película fundacional. Aunque muchos de sus momentos puedan, vistos hoy, rozar el kitsch, la película en aquel momento estaba articulando una forma magistral de narrar y concebir el cine exploit, total y orgullosamente consciente de sí misma, e imitada hasta la extenuación. Secuencias como la del entrenamiento, su prólogo o la impresionante lucha final, son hoy todo un referente de la saga y del género en su conjunto. Una despedida tan potente, tan efectiva y que recaudó tantísimo dinero que… no, finalmente no fue una despedida. 


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rockyiii-3ROCKY III

Dirección y guion: Sylvester Stallone. 

Intérpretes: Sylvester Stallone, Carl Weathers, Mr. T, Talia Shire, Burt Young, Burgess Meredith, Tony Burton. 

Género: acción. Estados Unidos, 1982. 

Duración: 99 minutos. 

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