Pistoleros de agua dulce (Monkey business)
Cachiporrazos en alta mar Después de dos éxitos de taquilla notables, los hermanos Marx finalmente pudieron abandonar los estudios Astoria en Queens y, por primera vez, rodar en Hollywood. Ya seguros […]
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Cachiporrazos en alta mar Después de dos éxitos de taquilla notables, los hermanos Marx finalmente pudieron abandonar los estudios Astoria en Queens y, por primera vez, rodar en Hollywood. Ya seguros […]
Después de dos éxitos de taquilla notables, los hermanos Marx finalmente pudieron abandonar los estudios Astoria en Queens y, por primera vez, rodar en Hollywood. Ya seguros de su poder de seducción hacia el público, los productores de Paramount decidieron que había llegado la hora de ascenderles y preparar un vehículo para su lucimiento desde cero: si tanto Los cuatro cocos (Robert Florey y Joseph Santley, 1929) como El conflicto de los hermanos Marx (Victor Heerman, 1930) habían tomado como base dos obras suyas de Broadway, su nueva película partiría de un guion completamente original.
Pistoleros de agua dulce, el demencial título con que se rebautizaría en España Monkey Business, se nos presenta, por tanto, como una película muy distinta a sus predecesoras, desapareciendo el estilo vodevilesco de éstas en detrimento de una trama más ágil y un humor menos apoyado en las situaciones, y más en los gags directos. Pero, si bien el hecho de la concepción para la gran pantalla debería haber derivado en una comicidad más natural y adecuada para el medio, lo cierto es que da la impresión de haber perdido algo por el camino. Al menos, con respecto a su sensacional trabajo anterior, El conflicto…, de la que se sitúa varios peldaños por debajo.
Seguramente a modo de laboratorio, para ampliar su cantera de humoristas en una época (la Gran Depresión) que los demandaba, Paramount encargó la dirección y la escritura de la película a dos talentos en alza, prescindiendo esta vez de anteriores colaboradores de los Marx como Morrie Ryskind o su guionista en Broadway, George S. Kaufman. Para la dirección, el seleccionado fue Norman Z. McLeod, antiguo animador que se estaba especializando en comedia, y que no tardaría en convertirse en uno de los hombres de confianza del estudio –se haría íntimo de W.C. Fields, y sería sobre quien recayese el berenjenal de Alicia en el País de las Maravillas, la adaptación de 1933 planeada de forma exprés para que Disney no adquiriese los derechos–. Las labores de escritura se le adjudicarían, en parte, a otro joven: el entonces desconocido S.J. Perelman, a posteriori uno de los escritores de comedia en lengua inglesa más influyentes del siglo XX. Especialmente célebre por sus columnas en The New Yorker, Perelman lograría también el Oscar por su adaptación de La vuelta al mundo en ochenta días (Michael Anderson, 1956), y su legado sería reconocido por autores como Woody Allen o Philip Roth. Sin embargo, en sus últimos años, el cómico acabaría rechazando su asociación con los Marx, proclamando a los cuatro vientos la mala opinión que tenía de Groucho y pidiendo a sus editores que omitieran toda mención a sus películas con el grupo, Pistoleros de agua dulce y la siguiente, Plumas de caballo (Norman Z. McLeod, 1932). Tanto en una como otra, le ayudaría el también guionista Will B. Johnstone, antiguo compañero de los hermanos en Broadway.
Pese a no tener soporte teatral, Pistoleros de agua dulce vuelve a estructurarse en muy pocos escenarios, transcurriendo principalmente en un transatlántico donde Groucho, Harpo, Chico y Zeppo viajan como polizones. La imaginable trama de persecución es, por tanto, lo que vertebra la mayor parte de la película, que acaba, no obstante, tornando hacia la parodia del cine de gángsters en su tercer acto. Al contrario de lo que ocurría en sus otros trabajos, aquí el argumento importa bastante poco, apoyándose en golpes de humor casi abstractos y pequeños cuadros sin demasiado recorrido. Pero el giro hacia un formato más ágil, con los ritmos aparentemente más pulidos, no termina de sentar demasiado bien al tipo de comedia del grupo. Principalmente, Groucho no parece encontrarse en su elemento, quizás porque sus rutinas verborreicas no se asientan demasiado bien en un conjunto como este. Y una justificación de que la película no funcione del todo puede encontrarse en, quizá, un error de cálculo: el contexto de evento fastuoso en el que se situaban Los cuatro cocos y El conflicto… era determinante para generar el impacto y sensación de caos, de cosas grandes yéndose al garete, que transmite el estilo de los Marx.
La excusa de una trama más irrelevante que nunca podría haber servido para que las estrellas explotasen su genio sin, por una vez, quedar asfixiadas ante el exceso de guion; pero, más bien, por momentos da la impresión de un recopilatorio no muy inspirado de chistes recurrentes y situaciones ya vistas, todo ello ejecutado con cierto desdén. El personaje de Zeppo gana minutos, pero esta aparente novedad apenas introduce cambios: los derroteros del argumento le conducen a asumir el rol de galán que, en otras ocasiones, habían recibido secundarios de medio pelo para hacer avanzar la historia.
Aun así, no puede decirse que se trate de un trabajo prescindible por entero. Aparte de cubrir suficientemente el cupo de las risas, y de que su apenas hora y cuarto de duración haga difícil aburrirse, no es justo sugerir pilotos automáticos en una película que Harpo, por su parte, se toma absolutamente en serio. Aunque las figuras de Harold Lloyd o Buster Keaton se encontraban en franca decadencia tras la llegada del sonoro, Harpo continuó profundizando y sofisticando el arte del humor gestual de la manera más rigurosa, casi como un gesto contracultural. Lo francamente bien que han envejecido sus aportaciones le dan la razón, y le colocan entre los más avanzados puestos de su tradición cómica. Aquí, además del running gag de la rana en el sombrero, el Marx silente se anota una completa obra maestra en una escena donde se infiltra entre unas marionetas para despistar a un oficial del barco. Unos cinco minutos que sirven al actor para viajar a los orígenes de la historia del slapstick y reapropiarse de todo un pilar fundacional: los títeres de cachiporra.
PISTOLEROS DE AGUA DULCE (Monkey business)
Dirección: Norman Z. McLeod.
Guion: S.J. Perelman y Will B. Johnstone.
Intérpretes: Groucho Marx, Harpo Marx, Chico Marx, Zeppo Marx, Thelma Todd, Ruth Hall, Harry Woods, Rockcliffe Fellowes, Tom Kennedy.
Género: comedia. Estados Unidos, 1931.
Duración: 77 minutos.