Metáfora de un fracaso


Sylvester Stallone dio el salto a la fama desde lo popular. Con Rocky (1976), el hasta entonces desconocido actor vivía en unas condiciones de precariedad que habían convertido este proyecto en la última oportunidad para alcanzar la fama. O ganar el combate o abandonar para siempre. Pero, a diferencia de su personaje, ganó. Ganó a su manera, con esa humildad que caracteriza al rol que lo ha hecho eterno, a ese Rocky inculto, de barrio bajo. Pero Sly no quería ser un simple amasador de dinero: este éxito lo supo manejar como una oportunidad para crecer en el mundo del cine. Dos puertas se habían abierto ante él: la del héroe de acción mediático o la del actor/autor. Stallone confiaba plenamente en sus posibilidades, sabía que en su interior había una serie de inquietudes que plasmar desde lo artístico. Rocky quiso colgar los guantes.

Su primer paso parecía aproximarse a sus objetivos, pero sólo lo parecía. Como ya comentaba este crítico en el texto dedicado a F.I.S.T. (símbolo de fuerza) (1978), su función en esa obra se limitó a la de protagonizar la cinta y reescribir un guion ajeno. Pero el paso en falso no se debía (sólo) a tener menor presencia en el proyecto, sino al tipo de obra en sí. Este film forma parte de ese mal entendido como “buen cine”, que en realidad no es otra cosa que un cine pulcro, académico, pero, a fin de cuentas, carente de una identidad propia. F.I.S.T. no comete ningún error, pero, más allá de los hallazgos interpretativos de Stallone, poco se puede rascar en una película que aspira a contentar a todo el público a base de no mojarse demasiado en nada.

Pero Stallone supo ver que aquello no era lo que estaba buscando. A pesar de su excelente actuación, lo que él quería era ser un autor total, de esos que escriben, dirigen, interpretan y hasta cantan el tema principal de la banda sonora. En efecto, como mi compañero señala en su texto, todo esto y más hizo en su siguiente proyecto: La cocina del infierno (1978). Esta excelente, peculiar, nada complaciente e inexplicablemente vilipendiada obra muestra todo el potencial de un autor en estado de gracia. Stallone mostraba su lado menos complaciente al rodar una fábula dramática de barrios bajos, y su lado menos autocomplaciente al interpretar al personaje más ingrato, el más pesado, el más raro, aunque también el más interesante. A pesar de haber realizado otra inmensa interpretación, el propio Sly confesó que preferiría no haber interpretado ningún papel en esta cinta. Sin embargo, a juicio de quien firma este texto, no sólo realiza una interpretación a tener en cuenta, sino que esto no le impide desarrollar un discurso formal y de fondo de los de quitarse el sombrero.

Desprestigiada por la crítica e ignorada por el público, La cocina del infierno fue un fracaso que volvió a colocar contra las cuerdas a Stallone. Sus intentos de ser un actor y creador respetado no se saldaron con la aceptación popular, que probablemente ya lo había encasillado como actor limitado de cine de acción sin nada que contar, sólo que golpear o destruir. Stallone se daba de bruces con esa eterna clasificación entre alta y baja cultura, cine serio y respetado frente a cine popular y de baja calidad. Una sarta de prejuicios basada en una idea clasista del arte cinematográfico, que trató de esquivar con su papel “de cine serio” en F.I.S.T., para poder posteriormente ser aceptado con su proyecto personal, La cocina del infierno. Ya no quedaba dinero para escapar de su sombra, de esa etiqueta que la sociedad le había impuesto. Rocky no podía dejar de ser Rocky, y su única salida viable era volver al ring.

Esta extensa introducción sirve para explicar la esencia de la película a analizar en este texto, Rocky II (1979). Como en la primera entrega de la saga, el guion fue escrito por Stallone, la persona que mejor podría entender al potro italiano. Sin embargo, más allá de eso, un simple análisis de la historia que cuenta esta secuela revela evidentes paralelismos con su vida. A nadie se le escapaba que el propio personaje, ese boxeador de poca monta que es el único que cree en sí mismo, pero que lo hace con todas sus fuerzas, era una representación de la lucha incansable de Stallone por triunfar en el mundo del cine. Eso es lo que venía a contar, a fin de cuentas, en la primera parte. En esta segunda, lo que el guionista quiere transmitir es esa idea de imposibilidad de escapar de quien eres, o, mejor dicho, de quien la sociedad ha decidido que eres.

En ese sentido, cobra especial fuerza la incoherencia de trama que se produce entre la primera y la segunda entrega. Si bien el final del primer combate entre Rocky y Apollo terminaba con este último gritándole “no habrá revancha”, la secuela comienza minutos después de dicho evento, y lo hace con las locas ansias de Apollo Creed de que, en efecto, haya un segundo combate, en el que esta vez el boxeador negro pueda demostrar que es superior venciendo a Rocky por K.O. Esta incoherencia, necesaria para continuar la saga, refleja la actitud de Stallone. Este confiaba ciegamente en las posibilidades de su primera parte. Sabía que tenía un gran material, que vería la luz y supondría un gran éxito, esa oportunidad que venía buscando. Creía que sería sólo una catapulta al estrellato, y que no tendría que recurrir a ella más adelante, de ahí que su guion se cierre sin posibilidad de continuación, pues pensaba que no sería necesario. Por tanto, dicha incoherencia en la actitud de Apollo plasma la situación de Stallone, que tiene que volver a una historia para continuarla, en contra de su voluntad, por necesidad, aunque para ello deba quebrantar el gran final que le había dado a su otro libreto.

La primera mitad de esta cinta habla sobre este concepto. Rocky se declara oficialmente retirado, pues ya ha conseguido todo lo que necesita: dinero, jugosas perspectivas de trabajo y una vida familiar envidiable. Ese Rocky, que es el Stallone que acaba de triunfar con la primera cinta de la saga, vive relajado y confiado en que todo saldrá bien. Pero esto no ocurre. El dinero se acaba, el trabajo sale mal y no encuentra salida a su situación. En ese sentido, son especialmente reseñables las escenas en las que fracasa como actor de anuncios. En ellas se ve a un Stallone cabizbajo, que admite públicamente que no valía para aquello que había intentado. De esta manera, es como si Stallone le dijera a la audiencia que fue un iluso, un tonto, al intentar triunfar como autor profundo, pues para lo único que vale es para hacer este tipo de películas. Quizás los palos de la crítica y el fracaso en taquilla le nublaron la vista y le impidieron ver las cimas expresivas que había alcanzado. Ante tal injusticia, desde INSERTOS no podemos hacer otra cosa que alzarnos y reivindicar el innegable talento que Sly ya albergaba en sus entrañas, y por ello renegamos de la propia visión de tonto, cuasianalfabeto, que Sylvester Stallone dio de sí mismo en este conjunto de escenas.

En paralelo, la sociedad se ríe de su situación, de sus intentos de alcanzar un trabajo socialmente considerado como digno –contable, administrativo, director de empresa, etc.-. Nuevamente, se observan las repercusiones del intento de Stallone por hacer un cine que no fuera el popular. Qué duda cabe de que este hombre vivía inmerso en los valores de la sociedad, pues él mismo veía este cine como pobre y apoyaba la división clasista que se efectuaba -y se sigue efectuando- entre “buen” y “mal” cine. Por tanto, la visión de estas escenas no es crítica. Stallone no protesta por la injusticia que ha sufrido, sino que llora por no haberlo conseguido, quizás sin ser consciente de que ese orden establecido que defiende es el que le ha tendido la trampa y ha impedido que su plan haya funcionado.

Esta construcción narrativa conduce al concepto clave de la cinta: uno no puede escapar de quien es, o de quien la sociedad ha dictado que es. Stallone es un héroe de acción y no puede ser otra cosa que eso, por lo que no le queda otra que aprovecharlo. Así, pues, el guionista tiende puentes inesperados con el eje temático de la saga El Padrino (1972-1990) –la imposibilidad de escapar a un destino prefijado, a quien te ha tocado ser- en su vuelta al ring. La cinta está claramente dividida en dos partes, en estas dos vertientes comentadas: los intentos frustrados de cambiar su vida y la asunción de que lo único que puede hacer es sacarle provecho a lo que le ha tocado vivir. Por tanto, Rocky vuelve al ring, pero lo hace con pleno control de la situación.

Si Stallone iba a retomar su personaje, tenía que ser teniendo pleno control del proyecto. Por ello repite en actuación y escritura, pero también como director y productor. Sly repite el rol de autor total que tuvo en La cocina del infierno, pero esta vez en un proyecto puramente comercial, pensado para el gran público y a sabiendas del éxito asegurado que tenía pinta de ser. Por tanto, el autor se recicla a sí mismo y vuelve a hacer lo que siempre quiso, aunque no sea en las condiciones que a él le hubiera gustado. Esto se nota en el acabado final de la película, tanto en el ya explicado fondo como en la forma. Y, aunque no cabe duda de que se trata de un trabajo personal, en el que  se nota la mano de Sly, lo cierto es que la secuela no está a la altura de la obra germinal.

La combinación del Rocky boxeador y el Rocky padre de familia está descompensada. Más concretamente, la parte romántica tiene demasiado peso en la narración, para lo escueta que en realidad es. Esta opción probablemente haya sido tomada para abarcar a un público más amplio. Necesariamente, esta decisión conlleva reducir el grado de oscuridad de la historia. Poco se habla de ello a la hora de analizar la primera parte, pero en ella hay un lúcido retrato de los bajos fondos, de esos ambientes portuarios donde se intuye el trapicheo, y de cómo la mafia está presente incluso aunque no tenga peso en la trama. Muchas escenas sucedían de noche, en no-lugares, en no-escenarios, y el resultado le daba a la cinta un aire de origen humilde que casaba con ese concepto de lucha por salir adelante, por sacar la cabeza por encima del fango. Nada de esto está presente en esta segunda entrega, que parte de un Rocky rico que en ningún momento llega a la pobreza. Aunque sigue ligado a su barrio y a su gente, el estatus ha cambiado. Esta saga es una metáfora del sueño americano, de la lucha por hacerse a uno mismo y del triunfo entendido como ascenso en la escala social a través del aumento de ingresos económicos. Por ello, aunque se quiera transmitir la idea de que Rocky sigue siendo una persona humilde y ligada al barrio, lo cierto es que la película no se muestra interesada por retratar este otro aspecto, tan presente en la cinta original.

Esta decisión de aligerar el tono se complementa con el otro gran factor que llama la atención, y que muestra que la película es indudablemente de Sylvester Stallone: las dosis de comedia. Hay toda una serie de momentos que apelan al humor para sacar adelante la trama. Junto a ellos, todavía más interesantes, los momentos que bordean la comedia sin que quede claro que ese fuera el objetivo, como ese momento en el que un impertinente Rocky despierta a Apollo en el hospital para preguntarle si lo ha dado todo en el combate, o la ya mítica secuencia en la que, plano a plano, cada vez son más los niños que corren junto a Rocky por las calles de Filadelfia, hasta el punto de que parece que una marabunta de personas lo esté persiguiendo para capturarlo.

En esencia, el producto es más liviano, más asequible. No por ello, menos personal, pero sí menos interesante en este caso, pues los planteamientos no cuajan al mismo nivel y la sensación de descompensación es notable. Sin embargo, hay un momento en el que la secuela supera a la original, y esta es la secuencia final, la del combate. En ella, la forma de apodera de la narración y el despliegue de medios muestra todas las ideas que Stallone quería transmitir, y lo hace desde lo visual. No es, en absoluto, una secuencia redonda, pero sí atrevida y llena de vida. Al igual que el protagonista, la secuencia ataca con garra, con atrevimiento, va a por todas. Como Rocky, muchas veces no atina y besa la lona, en momentos en los que la narración tantea el ridículo. Pero, también como Rocky, al final se mantiene en pie y se confirma como una secuencia excelente, que exuda cine y golpea con imágenes.

El éxito se había gestado, y la recepción del público lo confirmó. Habiendo costado siete millones de dólares, recaudó más de 200 en todo el mundo, por lo que no quedaba otra que seguir exprimiendo a su particular gallina de los huevos de oro. Muy a su pesar, Stallone se veía obligado a darle a su público lo que este le reclamaba, o a renunciar a aquello  que otro tipo de público no le iba a reconocer. Sly se confirmaba como héroe de acción, y ya en su siguiente obra, Halcones de la noche (1981), afianzaría su carrera en esa dirección…


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rocky-2-posterROCKY II

Dirección: Sylvester Stallone

Guion: Sylvester Stallone

Intérpretes: Sylvester Stallone, Carl Weathers, Talia Shire, Burgess Meredith, Burt Young, Joe Spinell, Tony Burton, Sylvia Meals

Género: drama. Estados Unidos, 1979

Duración: 115 minutos


Fotografías: Página oficial de fans de facebook de la saga Rocky


 

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