Minutos antes de la nuestra breve charla con Eduard Fernández, el pelotón de fotógrafos se coloca delante del largo panel promocional. Tras el pase para la prensa de Madrid de […]
Minutos antes de la nuestra breve charla con Eduard Fernández, el pelotón de fotógrafos se coloca delante del largo panel promocional. Tras el pase para la prensa de Madrid de La noche que tu madre mató a tu padre, última cinta de la realizadora Inés París (A mi madre le gustan las mujeres, Miguel y William), el reparto van desfilando. Reciben por separado su lluvia de flashes y después vuelven a posar para la instantánea conjunta de rigor. Vista mil veces, la dinámica es la habitual y hoy nada sale de la rutina, aunque contemplar al intérprete catalán ejecutarla hace que a uno se le aparezcan muy bien representados dos de los rasgos que definen a Fernández y que le gustaría comentar con él dentro de un rato. Un Eduard solo, que parece un hombre corriente y, al mismo tiempo, una presencia con fuerza y atractivo tan particulares que han hecho de él un imprescindible de nuestro cine. La mirada inquisitiva, el semblante atento, el gesto seguro. Y un Eduard junto a los demás, haciendo piña. Una parte evidente del todo, una parte consciente de serlo.
La película es una comedia con intrigas y trampas, un poco a la manera de Un cadáver a los postres o Misterioso asesinato en Manhattan. Los personajes se mueven dentro del mundo de los artistas y Fernández interpreta a un escritor inmerso en la adaptación al cine de una novela suya, que comprueba cómo surgen los conflictos a la hora elegir al reparto principal. Nada más empezar a hablar con Eduard le señalamos lo curioso que resulta verle en una comedia donde se muestran el ansia por obtener un papel principal, cuando a él le identificamos a menudo como un secundario de oro. “La diferencia es que el papel es más breve. Nada más”, comenta. “Aunque de alguna manera, cuando haces de protagonista te sirven todos a ti. Tú llevas la historia y los otros te sirven. Si eres secundario, pues tienes que servir a la historia y al protagonista. Es una parte del oficio en la que se aprende mucho y eso es muy bueno. Me gusta hacer los dos”. Y sobre dicho oficio y sus circunstancias, versa el encuentro, unos doce minutos muy cortos que procuramos aprovechar al máximo.
¿Fue la trama entre gente de la interpretación, productores y directores lo que te interesó?
Básicamente me atrajo del proyecto hacer una comedia. Me apetecía hacer reír a la gente. Todo el mundo tiene la idea de que soy un actor muy serio, muy intenso y demás. Tenía ganas porque ya había hecho mucha cosa de comedia, pero en película no se me ha visto casi. Hice una con Ana Belén, pero esta es comedia-comedia. Para mí era muy importante entenderme bien con la directora, poder aportar cada día y poder sugerir, dentro del guion, evidentemente. En ese sentido, trabajé muy cerca de Inés y pude pasármelo muy bien rodando.
Tu presencia haciendo de secundario en muchas películas se percibe a menudo como un rasgo diferenciador y determinante, pero se agradece verte en papeles más amplios, como en este caso.
Bueno, esta es coral. En Todas las mujeres, una que también tenía mucho de comedia, sí que era protagonista absoluto.
En aquella película estupenda de Mariano Barroso se veía a las mil maravillas la interrelación tan significativa, tan patente en la pantalla, que sueles entablar con los compañeros del reparto. De hecho, en Todas las mujeres el entramado de relaciones con las actrices era la clave de todo.
Es parte del trabajo. Depende de cómo sea uno, del carácter. De la forma de entender esta profesión y la vida. A mí me gusta mucho la gente. Soy también mucho de hacer bromas y tonterías. A veces soy muy serio, pero creo que soy buen compañero. En La noche que mi madre lo hemos sido todos mucho. Buen compañero es cuando no compites, cuando trabajas junto a otros para hacer una cosa que esté bien. Y en ese sentido me es fácil trabajar con la gente. Con Inés también lo ha sido y con el resto. Ya cuando llevas años y nos vamos conociendo todos, es muy agradable. Es básico trabajar de verdad con el compañero para que salga una buena película, o incluso una buena escena.
¿Es experiencia? ¿Escuela?
Eso es el trabajo. Quiero decir, si no trabajas con el compañero es que eres malo, no lo haces bien. El trabajo mismo del actor es ese, es estar de verdad con el otro. No hay otra manera. No recuerdo qué actor, inglés debía ser, decía: “Ve a la marca, mira a los ojos al otro actor y di la verdad”.
Un trabajo el tuyo repartido entre el teatro y el cine, aunque curiosamente para el público, aquí en Madrid, eres conocido solo por lo segundo y apenas existe la idea del Eduard sobre las tablas.
Pues en febrero estoy con Panorama desde el puente de Arthur Miller, que hacemos ahora en Cataluña. Mira, yo hasta ahora decía que no elegía ni teatro ni cine, o televisión, como un medio mejor o peor para hacer esto. Pero es cierto que últimamente, a medida que voy cumpliendo años, me da la sensación que el escenario es el lugar más adecuado para mostrarme y donde puedo degustar el oficio. Es verdad que hay grandísimos actores que solo han hecho cine y son maravillosos, aunque para hacer un protagonista en cine, incluso unos cuantos, no hace falta siquiera ser actor. Para el teatro sí es necesario. Si no lo eres no puedes subirte allí arriba.
Eduard Fernández durante la presentación de la película
En La noche que mi madre aparecen reflejados los problemas en ambos mundos. Las luchas por conseguir un papel dentro de un proyecto cinematográfico o la humillante prueba que hace el personaje de Belén Rueda ante un director de teatro.
No, no, estamos hablando de comedia. Hay gente borde que humilla, los hay. Tanto en teatro como en cine, los hay en todas partes. Depende de la bestia, no del medio. Pero esta película está en clave de comedia. Y luego, hay mucho mito también. Se pretende crear el mito de la actuación. Es un oficio, debes hacerlo lo mejor posible, con las dificultades que tiene cualquier otro. Este tiene las suyas y es verdad que también estás de cara al público, de alguna manera más expuesto, pero hay mucho mito que es un poco absurdo.
¿Y sigues aprendiendo todavía?
¡Sí!
Te lo digo porque en cada película que haces se aprecia, casi siempre en los matices, la búsqueda por tu parte de algo diferente.
Se aprende, se aprende. En cada papel y en cada función de teatro. Yo ahora llevo unas ochenta de la función quede Panorama desde el puente. Y ahora en la ochenta, mmm… ¡Me parece que estoy empezando a encontrar al personaje! Así que siempre se aprende. Es lo bonito del teatro. Cada función es distinta, haciendo la misma partitura. Se aprende cada día.
¿Qué le recomiendas a alguien que quiera ser actor en este país?
Que haga. Que haga cosas y no se queje si no le llaman. O que se queje si le apetece, pero que se junte con gente, haga teatro, un corto…
¿Están las cosas peor que antes?
Sí. Dicen que están mejorando las cosas. Pero la crisis ha tocado en todas partes. A la profesión, sin duda alguna, mucho también. Yo no me puedo quejar y no me quejo. Pero sí, sí ha tocado fuerte.
¿Y esa doble percepción siempre vigente que tiene la sociedad de los intérpretes, a veces buena y otras no tanto, principalmente cuando algunos se significan en cuestiones de política?
Es muy de este país. No sé si en otros sucede tanto, aunque en Francia un actor o una actriz, son un actor o una actriz. Se les valora mucho. Se les trata con mucho respeto. Aquí es uno que tiene gracia contando chistes.
¿Por qué crees que sucede?
Bueno, el franquismo ha hecho daño a la cultura española en todos los sentidos, a la cultura y a muchísimas cosas más. Nos ha hecho ir muy por detrás de otros países. Y luego hay intereses creados. Pues eso, a ganar dinero con lo que sea y como sea. Eso lleva a veces a hacer peores productos, a vender sea lo que sea con tal de ganar más dinero. El drama de nuestra sociedad es ese, buscar el dinero. Y cuanto más mejor. Entonces hay cosas que no se cuidan, no se tienen en cuenta, no se promocionan. Hay una cultura que puede tener mucho público y otra que no tanto. Es importante que se den las dos. Es importante educar y que la gente se sensibilice, se refine un poco. Parece que se da demasiado valor a lo cutre, a la taruguez. Cuando alguien habla bien inglés, por ejemplo, la gente va y se ríe. ¡Mira cómo lo ha dicho! (Dice cambiando la voz). Señor, si usted no habla inglés no pasa nada, pero encima no se ría del otro. Creo que valorar la taruguez debería ser penable.
¿Somos responsables todos un poco o depende de las altas instancias?
Quien más responsabilidad tiene es quien tiene más responsabilidad, y por tanto más culpa, sin duda alguna. A los políticos los votamos para que gobiernen y hagan leyes como Dios manda. Y luego están, como te he dicho, los directivos y demás. El problema es ese querer ganar dinero a costa de lo que sea. A los principales responsables les importa un pepino la cultura, o que una película sea mejor.
Con lo que dices y ante el panorama nacional, el momento político y las circunstancias que vivimos ahora, ¿hay razones para el optimismo?
No lo sé. A mi cada día me vence más el pesimismo. Fíjate en los Papeles de Panamá, que es solo la puntita del iceberg. Miente Bertín Osborne cuando dice que todo el mundo que tiene dinero lo que procura es no pagar o pagar lo mínimo a Hacienda. No es verdad, Bertín. Yo pago lo que me toca y me parece bien. Lo que me parece una salvajada es que los que tengan mucho dinero se lo lleven para pagar menos, porque entre nosotros, con el que nos queda aquí y que ellos nos están robando, no nos da para pagar la sanidad y que se muera menos gente. Para pagar la cultura y lo demás. Me parece aberrante, una falta de moralidad y ética absoluta. Pero claro, las leyes las hacen quienes se llevan el dinero. Por tanto, soy francamente pesimista. Tendría que llegar un gobierno de otro color. Aunque los que mandan son la gente que lleva la economía y van a ser los mismos. Me cuesta ser optimista hoy por la mañana. (Hace una pausa y respira) Creo que pueden cambiar a mejor, eso sí. Y espero que pase.
Eduard Fernández junto a Belén Rueda en ‘La noche que mi madre…’ / Festival Films
Fotografías: María Sofía Mur
Agradecimientos a Eduard Fernández y Festival Films