Descarrilada regresión
Desde el boom del thriller psicológico a finales de los noventa, con títulos como El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999), El club de la lucha (David Fincher, 1999) o Memento (Christopher Nolan, 2000) reventando la taquilla de medio planeta, los clichés y manierismos del género se han instalado con tal rapidez en el imaginario colectivo que aquello que, en su día, era sinónimo de prestigio o de entretenimiento de calidad, hoy se ha convertido prácticamente en distintivo de cine de serie B y, también, carne de jóvenes amateurs sobreexcitados. La saturación no solo ha hecho que el público se canse, sino que se sepa al pie de la letra las trampas narrativas habituales, lo que exige a los guionistas un esfuerzo extra para introducir conceptos menos manidos que los que todos conocemos, o darle algunas vueltas más enrevesadas al tema –Origen (Christopher Nolan, 2010)–. El año pasado, todo un mamut para crítica y taquilla como había sido siempre Amenábar caía de bruces por estos mismos motivos con Regresión (2015), sin ser ésta necesariamente peor que sus primeros thrillers.
El problema del estreno que nos ocupa en esta ocasión, Backtrack, no es que siga al dedillo el libro de estilo del subgénero, o que, a juzgar por sus artimañas, trate al espectador como si nunca antes hubiera visto una película. Mejor dicho, Backtrack sí tiene esos problemas, pero son muy banales en comparación con el auténtico agujero negro del meollo: que no tiene sentido. Con una respetable trayectoria detrás de los libretos de un buen número de películas comerciales, era de esperar que su director y guionista Michael Petroni firmase un trabajo algo más elaborado que el clásico sota-caballo-rey, y así es, pero los recursos que usa para enmarañar el misterio de su historia son tantos y tan descabellados que se acaban comiendo toda posibilidad de realizar una lectura lógica de lo acontecido.
En uno de los momentos más involuntariamente hilarantes del culebrón, un Sam Neill que, desde luego, ha vivido tiempos mejores se aparece ante el protagonista (Adrien Brody, intenso y admirablemente concienciado con su papel) para preguntarle si no le parece absurda la recapitulación que su personaje ha hecho de un suceso acaecido en el pasado –punto central de la trama–, que los espectadores podrían perfectamente haber asumido ya como real, dada la idiosincrasia de la película. A partir de ahí, la historia hace una rara tabula rasa volviendo a poner en marcha la investigación, pese a que ese espejismo ya ha dejado consecuencias irreversibles en su propia lógica dramática, como que un personaje exprese hasta la última consecuencia sus remordimientos por algo que resulta no haber ocurrido.
Un pequeño signo de sofisticación sirve de curioso leit motiv a Backtrack: un cuadro de Pieter Brueghel el Viejo que muestra una simple escena cotidiana invernal, con el malicioso detalle de una trampa para pájaros a un lado, cuyo responsable está oculto en la oscuridad de una ventana. La película trata de establecer un ciertamente ocurrente paralelismo con la arquitectura de su intriga, pero al final es Petroni quien más se parece a ese trampero oculto, si bien demuestra por el camino bastante menos habilidad.
BACKTRACK
Dirección: Michael Petroni
Guion: Michael Petroni
Intérpretes: Adrien Brody, Bruce Spence, Robin McLeavy, Sam Neill, Jenni Baird, Anna Lise Phillips
Género: thriller. Australia, 2015
Duración: 90 minutos