Un aprendizaje


En 1976 el etíope Haile Gerima regresó desde los Estados Unidos a su país, en plena guerra civil después del derrocamiento de Haile Selasie, para rodar Cosecha, un ceremonioso y discursivo fresco de la vida rural, ambientado en una Etiopía que aún creía poder librarse de la esclavitud mediante un régimen socialista. Casi 40 años después, en 2015, Yared Zeleke, cineasta etíope también formado en EE UU, ha utilizado como materia prima su infancia durante los turbulentos años del Derg (la junta militar que gobernó el país entre 1974 y 1987) y ha retratado en Efraín, igual que hiciera Gerima, la vida campesina de los etíopes, todavía asolada por el hambre y la injusticia (el relato tiene un aire intemporal, que remite a esos años, pero también al presente).

Efraín, primera película etíope presentada a concurso en el festival de Cannes del año pasado y primer largometraje no documental de Zeleke, narra la historia de un niño que, tras morir su madre en una hambruna, queda al cuidado de unos familiares cuando su padre marcha a buscar trabajo en la capital. Como el mismo Zeleke señala, la película conjuga el cuento de hadas (hay un «bosque prohibido» y el compañero inseparable del niño es un cordero, símbolo de la ternura, el sometimiento y quizá también la resistencia) y la voluntad política de «atisbar la vida contemporánea de Etiopía, con todos los cambios que están teniendo lugar en el país y también las fuerzas que siguen frenándolo». Este deseo la conecta nuevamente con el clásico de Gerima, aunque aquí la esperanza resida más en cada uno de los individuos que en un proyecto social revolucionario (del que el propio Zeleke fue víctima, ya que su padre fue detenido en esa época). Efraín es un niño despierto y emprendedor que no encaja en lo que se espera de un varón: le gusta más cocinar que labrar el campo y está encariñado, hasta la obsesión, con un cordero al que tozudamente se empeña en salvar del sacrificio en plena época de sequía y de hambre.

La película de Zeleke discurre haciendo en cierto modo suya la ingenuidad del protagonista, pero también el tesón y la capacidad de adaptación que demuestra a lo largo del duro aprendizaje que describe la película. El planteamiento es sencillo y a veces bordea el sentimentalismo, pero Efraín compensa ese riesgo con la fuerza de unos personajes bien perfilados y unos excelentes intérpretes (especialmente el protagonista, Rediat Amare), y también con una mirada que va desvelando, sin énfasis innecesarios, la inclemente realidad etíope, pero también sus potenciales fortalezas: cristianos, musulmanes y judíos conviven aparentemente sin problemas, y las mujeres, que tienen un gran peso en la película, comienzan a apartarse, al igual que el propio protagonista, de los roles que les encomienda la tradición. Aquí, de nuevo, la película de Zeleke dialoga con la de Gerima, pero allí el activismo político era patrimonio exclusivo de los hombres y en Efraín es una mujer, la joven Tsion (interpretada por Kidist Siyum), la que, en medio de un baldío no sólo económico sino cultural, insiste en leer el periódico y en acudir a reuniones de carácter político, y sueña con ser médico.

Efraín comienza con el primer plano de una mano, la del protagonista, acariciando a su «mascota», su corderillo (que quizá sea la metáfora más forzada e innecesaria del filme) y termina con un plano general que, apoyándose en la belleza de la altiplanicie etíope, simboliza el tránsito vital del protagonista, su aprendizaje, y también la esperanza, por remota que sea, de una vida mejor.


 

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EFRAIN

Dirección: Yaled Zereke

Intérpretes: Rediat Amare, Kidist Siyum, Welela Assefa

Género: drama. Etiopía, Francia, Alemania, Noruega, Qatar, 2015

Duración: 94 minutos

 

 

 


 

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