Trono de sangre (Kumonosu-jô)
El frufrú del kimono «Todos los hombres son mortales. Todos los hombres son vanidosos. Y la vida no es más que una cadena efímera, una atadura de la que los […]
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El frufrú del kimono «Todos los hombres son mortales. Todos los hombres son vanidosos. Y la vida no es más que una cadena efímera, una atadura de la que los […]
«Todos los hombres son mortales.
Todos los hombres son vanidosos.
Y la vida no es más que una cadena efímera,
una atadura de la que los hombres intentan liberarse.»
Con estas palabras se gesta el momento clave de Trono de sangre, la adaptación japonesa de la obra inmortal de William Shakespeare, Macbeth. Son estos versos los que canturrea la bruja del bosque envuelta en un halo blanco y encerrada en un cubículo de cañas. En esa posición la encuentran el capitán Washizu (Toshirô Mifune) y el capitán Miki (Akira Kubo), amigos y compañeros de batalla que se dirigen al Castillo de las Telarañas para celebrar junto a su señor la reciente victoria sobre los enemigos. Ambos presencian en ese bosque un encuentro fantasmagórico donde la bruja (que sólo es una, a diferencia de la historia original de Shakespeare) les revelará próximos acontecimientos y ascensos de poder. Ellos, sorprendidos, niegan que eso pueda suceder, pero lo cierto es que esas predicciones responden directamente a sus más anhelantes y secretos deseos. Y lo que es más curioso: no está claro si la predicción se basaba en una realidad futura, o si en cambio fue esa revelación el detonante que la provocó.
Trono de sangre, al igual que el texto en el que se inspira, habla de la avaricia humana y el ansia de poder. Es un relato de traiciones, asesinatos y fantasmas que Akira Kurosawa supo perfectamente cómo llevar a la pantalla, en un contexto diferente al que fue escrito. Pues no estamos en la Escocia de hace diez siglos, sino en la época feudal del Japón del siglo XVI, periodo fetiche del aclamado director. Sus formas están más cercanas al Macbeth de Orson Welles (1948) que al de Justin Kurzel (2015), no sólo por la proximidad temporal sino por una puesta en escena (teatralmente hablando) donde reina la omnipresencia de la niebla y las sombras. En cambio, fílmicamente hablando, la puesta en escena de Kurosawa se escapa de precedentes y sucesores y se construye sobre la base del detalle. Y en esto hay un elemento imprescindible: el frufrú del kimono.
La mujer del capitán Washizu, Lady Asaji (Isuzu Yamada), es la responsable de este peculiar sonido que aparece cada vez que atraviesa una habitación en silencio arrastrando su aparatoso kimono de mujer noble. Asaji, la instigadora de la tragedia, pues su propia codicia alimentó la de su marido, provoca este ruido casi imperceptible pero tan importante para entender porqué Kurosawa era un maestro de lo sutil. El director, coleccionista de sonidos y miradas, coloca la cámara frente a un pasillo sumido en las sombras mientras Asaji, con su frufrú, se adentra en él. Ahora sólo oímos ese sonido y sólo vemos el lindar de la puerta. Y sigue el frufrú, hasta que la mujer reaparece de frente con una mirada infernal, como la representación misma del Mal, sosteniendo un vino envenenado cuyo destinatario es el Señor del castillo. Esta escena es, precisamente y no sólo por el uso del detalle sonoro, una de las piedras angulares de toda la producción. Es el momento en que Washizu firma su sentencia de muerte al cometer alta traición, pero nada de eso sucede ante los ojos del espectador. Como ya hiciera en la primera secuencia del film, cuando los soldados ganan la batalla sin que en pantalla se haya visto una sola gota de sangre, la acción violenta ocurre en fuera de campo. Y un nuevo sonido: los graznidos de los cuervos. A partir de aquí, el sentimiento de culpa y sus manifestaciones esotéricas confirmarán la caída a los infiernos de este Macbeth japonés. Trono de sangre es una de las grandes obras de Kurosawa y supuso la primera de sus adaptaciones shakespearianas, a la que siguieron las visiones de Hamlet (Los canallas no duermen en paz, 1960) y El rey Lear (Ran, 1985).
TRONO DE SANGRE
Dirección: Akira Kurosawa.
Guion: Akira Kurosawa, Ryuzo Kikushima, Hideo Oguni, Shinobu Hashimoto (Obra: William Shakespeare).
Género: drama. Japón, 1957.
Duración: 110 minutos.
(Fotografías: A Contracorriente Films)