Tiempo de antihéroes
Es poco probable pensar que una película como Deadpool sea una historia de amor y de enfermedad, de la lucha contra el cáncer de un hombre cuya mayor preocupación es ver sometida a su media naranja a la soledad, la tristeza y el rechazo por su propio estado mientras él mismo atraviesa un via crucis hacia la cura, e incluso la redención. Es poco probable, decía, porque quién más y quién menos ya ha podido escuchar la promoción de este nuevo superhéroe de Marvel (nuevo para el cine, pues evidentemente aparece en cómics de la marca desde los años noventa) como “el más gamberro”. Incluso como un antihéroe.
Lo cierto es que Deadpool sí es una historia de amor y de enfermedad. Habla de encontrar esa conexión imposible con alguien, de cómo la felicidad más perfecta puede derrumbarse en un sólo diagnóstico, de las fronteras que de repente aparecen cuando tu cuerpo ha dejado de estar bajo tu control. Y al tiempo que habla de todo esto, el director Tim Miller, que viene como no podía ser de otra forma del mundo de la animación y el videojuego, revienta la pantalla con sangre, explosiones, palabrotas y chistes malos. Vale, sí, la nueva película de Marvel es un festival de algo a lo que no nos tiene acostumbrados: la indecencia y la amoralidad de su protagonista.
Wade Winston Wilson (Ryan Reynolds) es un mercenario que, en vista de una muerte probable, decide probar un programa científico con su cuerpo, al estilo de otros compañeros de la marca Marvel como Capitán América o Lobezno. Poco hay que comentar de un personaje con más de veinte años de existencia y millones de fans en todo el mundo. Ahora bien, esta adaptación ha sabido captar la esencia misma de la persona y el superhéroe, establece unos tiempos sólidos con un ritmo que no agota ni desfallece y el director se sirve de su faceta de animador para ofrecer una construcción de escenas y movimientos propios de un videojuego frenético. En la primera imagen, la cámara viaja a través de una escena congelada (un coche saltando por los aires y un grupo de hombres siendo vapuleados por Deadpool) hasta llegar a un plano general que recupera la velocidad de la acción y da comienzo a la película. A partir de ahí, la estructura salta en el tiempo constantemente y se congratula a sí misma de romper la cuarta pared, es decir, la frontera entre el espectador y la imagen. Reynolds se dirige directamente a la cámara, porque es él quien nos cuenta las vicisitudes de un personaje que no tiene desperdicio y que sin duda la compañía no abandonará en un buen tiempo.
Es época de antihéroes. Hace un tiempo que el mundo de los súpers de Marvel (y de DC Comics) han adoptado una postura, en unos casos existencialista (como El hombre de acero o la trilogía de Batman de Christopher Nolan) y en otras, como es el caso de Deadpool, Guardianes de la galaxia o la próxima Escuadrón suicida, con una actitud gamberra surgida de un origen poco heroico, que se mantiene pese a que la vena samaritana siempre acaba apareciendo. Marvel puede contar este último film como una revelación y un éxito, pues si de algo se puede felicitar es de haber conseguido ser exactamente lo que pretendía: un espectáculo visual políticamente incorrecto y con capacidad de burlarse de su entorno y de sí misma.
DEADPOOL
Dirección: Tim Miller.
Intérpretes: Ryan Reynolds, Morena Baccarin, Gina Carano, T.J. Miller.
Género: acción. Estados Unidos, 2016.
Duración: 106 minutos.