Fernando Colomo: “He tratado de sacar mi versión más patética»
Los Cines Texas de Barcelona permanecían en silencio, prácticamente vacíos, mientras en una de las salas esperaba un hombre que mucho tiene que decir sobre el cine, España y la […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Los Cines Texas de Barcelona permanecían en silencio, prácticamente vacíos, mientras en una de las salas esperaba un hombre que mucho tiene que decir sobre el cine, España y la […]
Los Cines Texas de Barcelona permanecían en silencio, prácticamente vacíos, mientras en una de las salas esperaba un hombre que mucho tiene que decir sobre el cine, España y la vida. Como las instalaciones en las que se encontraba, este veterano director ha querido reinventarse, buscar nuevas formas de experimentar el medio cinematográfico sin olvidar nunca lo mucho que consigue hacerle disfrutar y aprender. Desde su debut en 1977 con Tigres de papel ha llovido mucho. Tanto, que a sus casi setenta años, Fernando Colomo ha rodado esta última película con cuatro duros y un guion más bien reducido a una lista de sucesos.
Isla bonita, película que le llevó de nuevo al Festival de San Sebastián después de más de 30 años, es un relato coral que muestra los affaires amorosos y existenciales de un grupo heterogéneo de conocidos y extraños reunidos en Menorca. La belleza de lo visual se une a la naturalidad de su desarrollo argumental para conformar una película tan libre como el propio Colomo. Con él hablamos sobre cómo se rodó esta tragicomedia y de cómo la historia que en ella se cuenta es, también, la historia de su director.
¿La idea de hacer esta película surgió de una forma tan espontánea como parece?
Sí, fue algo muy poco premeditado. Ahora bien, luego tienes que prepararla, así que tampoco es como hacer un dibujo, que lo haces en un momento. Aunque la peli se hizo con un equipo pequeño, hay todo un proceso e infraestructura detrás. Lo que sí es cierto es que Isla bonita está hecha con una gran libertad. Hoy en día, el cine español ya es como Hollywood. Hemos creado una gran industria y eso hace que los procesos de un proyecto se alarguen mucho, y a veces hasta se trunquen. A mí, a punto de cumplir los 70, me daba mucha pereza seguir el sistema tradicional. Entre que tengo la idea en Menorca, la convierto en un guion, presento el texto a los productores, lo reescribo, hago un casting para los actores y luego a esperar tres años para que, si todo va bien, empiece a rodar la película… Pues mira, pensé, ¿por qué no hacemos la película ya? Conseguí un poquito de dinero, que era lo que necesitaba para pagar al pequeño equipo, y nos lanzamos a hacer la película en cooperativa.
En la película, tu personaje está rodando un documental bajo la máxima de “grabar sin preparaciones”. ¿Es como has planteado el guion de Isla bonita?
Cuando trabajas con actores que no son profesionales, pasa que si les das diálogos escritos lo van a hacer mal, porque precisamente el trabajo del actor es hacer que todo parezca natural. Y para eso necesitas mucha técnica. Así que lo que quería era que ellos se expresaran con sus propias palabras, e incluso que expresaran sus propios pensamientos. En la película hice una estructura donde iban pasando cosas, pero esas cosas a su vez tenían cierta libertad dentro del sitio que les tocaba. Así que de alguna forma cada secuencia es autónoma y respira de forma diferente a las demás. Al final, el resultado es un guion normal. Tú la ves y no tienes la sensación de que se esté improvisando, parece que todo está muy escrito. Pero tan poca previsión hizo que tuviera que volver a rodar el final seis meses después de tener la película montada.
¿Por qué?
Porque no me gustaban. No funcionaba. Era una película muy onírica, te llevaba a unos sitios muy raros y de pronto pensé que igual me había pasado de la raya.
Parece una comedia muy joven. ¿En qué medida es esto culpa de Olivia Delcán y Miguel Ángel Furones, también guionistas del film?
La aportación de Olivia ha sido muy importante en toda la película, que en realidad está construida en torno a ella y a mí porque sabíamos lo que queríamos y teníamos una dedicación full time. Aunque en realidad que tenga un carácter jovial es culpa de todos los que hacemos de actores. Con Miguel Ángel sí que tuve que escribir algunos diálogos, pero basados en casos reales nuestros. Él desarrolló el personaje de su mujer, que sí es totalmente ficticio, y Olivia se encargó de los personajes de los chicos jóvenes.
Se ve un proyecto muy personal. ¿Cuánto hay de autobiográfico en esta película?
Mucho, porque la mayoría de lo que cuentan los personajes es verdad. Porque queríamos utilizar muchísimo lo verdadero, lo real. Que no tiene porqué ser importante. Hemos rodado de verdad en las casas de los personajes, la comida que comíamos la hacían los actores… Todo eso nos daba una seguridad de no estar engañando a nadie, y salía bien porque nos lo estábamos creyendo. Cuando hablo de mis trabajos como publicitario, digo la verdad, porque es algo que he hecho en mi vida. Eso me daba una especie de autoridad moral de saberme sincero ante el espectador. Y luego hay algunas cosas inventadas para poder cerrar las historias, claro.
Y en particular en tu personaje, ¿qué hay de ti?
Hay muchísimo, pero he tratado de sacar la versión más patética de mí (ríe).
Quizás muy al estilo de Woody Allen.
Fíjate que mi parecido con Woody Allen es más superficial, del aspecto y las funciones como director y actor. Pero él como actor es más cómico, va a hacer comedia, salvando quizás alguna película más antigua como Annie Hall, que era más realista. En cambio mi personaje es totalmente dramático. Es Stanislavski puro.
Pero sí es cierto que hay un punto de ironía en cómo interpretas, que induce la película hacia la comedia.
Sí, el resultado es una comedia, pero conscientemente no había una intención de hacerla. No hay momentos pensados para que la gente se tronche, sino que hacemos las cosas porque nos gustan o nos identifican. Pero no es cuestión de buscar la carcajada.
¿Y por qué crees que un drama para ti ha derivado en una comedia para los demás?
Me pasa siempre (ríe). Me pasó en mi primera película, Tigres de papel, que era un dramón enorme y todo el mundo dijo que era una comedia.
Siendo un proyecto tan personal, como comentábamos, ¿era una forma de decirte algo a ti mismo?
Sí, definitivamente. En realidad, el arte siempre tiene un carácter vital. El verdadero arte nace de una necesidad. No creo que Van Gogh dijese: pues mira, voy a pintar esto de los girasoles que seguro que a los del siglo XX les va a molar. Pues no, el hombre tenía unos girasoles, y por lo que sea le llegó y lo hizo… ¿Cuál era la pregunta?
Si era una forma de decirte algo a ti mismo.
Ah, sí. Pues debe ser que sí, porque el arte, la forma de expresión en general, siempre tiene algo de terapéutica. Siempre conscientemente, aunque a veces no de forma muy clara, porque no sabemos en qué consiste el arte exactamente. Pero todo lo que es poder expresarte siempre es liberador. Son cosas que te quitas y después ves desde fuera. Esta peli me ayuda a verme desde fuera. No sabía que fuera tan bajito.
El personaje de Núria dice sobre el tuyo que “está perdido”. ¿Te sientes así?
Sí, pero también está perdida ella.
Todos estamos perdidos.
Ese podría haber sido el título de la película. Todo eso está bien, y lo que más me gusta de esta película es que no está cerrada, ni estuvo cerrada cuando se rodaba. Los personajes tenían bastante libertad para decidir estas cosas, y esto lo decían sin pedirme ningún permiso. Si lo hacían bien, yo lo compraba todo.
¿Pero eran conscientes del círculo que constituye el argumento de la película?
No, casi nadie sabía de qué trataba la película (ríe). Sobre todo Tim Betterman, el que hace de alemán que no se entera de nada, pues la vio hace poco en Zúrich y me dijo algo como: «Jo, no tenía ni idea que esta película iba de esto».
¿Por qué no recurriste a actores profesionales?
Realmente pensaba que la gracia de esta película era hacerla con los propios personajes, y no con profesionales. Así que solamente he tenido que recurrir al personaje de la mujer de Miguel Ángel, y Lluís, el novio menorquín de Olivia. Esos sí que son personajes escogidos a los que se les dijo lo que tenían que hacer. Pero los demás tenemos mucho que ver con nuestros personajes, por varias razones. Fundamentalmente porque era más interesante, original y bonito. Además, siempre he querido tener un papel protagonista, y estaba esperando a que otro director me lo propusiera. Pero ante la evidencia de que no iba a pasar, dije venga va.
También hay un momento en la película en la que aparecen escenas de películas en las que has participado como actor. Esto hace pensar un poco en tu extensa carrera. ¿Dónde encaja esta película en esta trayectoria?
Pues es la guinda final.
¿Final?
Bueno, de momento (ríe). Es una película especial, desde luego. Por doble motivo. Porque tiene todo ese lado experimental y porque he hecho de protagonista, que era lo que más dudas me generaba. En todo lo demás estaba más lanzado, pero en esto no.
¿Por qué Menorca?
La verdad es que la película nace con Menorca. Es una isla que vi hace 30 años y me fascinó. Cuando pude volver vi que seguía igual de guapa y que no había sufrido apenas desastres urbanísticos. Además, las islas siempre crean algo especial. Los personajes que viven en islas son un poco más suyos, más raritos a lo mejor, y eso daba más pie a la historia. Sobre todo fue al conocer a Olivia, que era actriz menorquina, y pensé que sería fantástico. Cumplía la doble función que necesitaba.
En Menorca, y se dice en la película, las cosas van «a poc a poc». ¿Es como quieres ir tú a partir de ahora?
Pues sí, es una buena recomendación. Ahora que soy mayor hay que ir más despacio. Para llegar más lejos.
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