Una pastelería en Tokio (An)
La mujer que saludaba a las hojas Resulta irónico que la película más accesible de Naomi Kawase hasta la fecha haya acabado siendo, también, la más desconcertante: partiendo de un […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
La mujer que saludaba a las hojas Resulta irónico que la película más accesible de Naomi Kawase hasta la fecha haya acabado siendo, también, la más desconcertante: partiendo de un […]
Resulta irónico que la película más accesible de Naomi Kawase hasta la fecha haya acabado siendo, también, la más desconcertante: partiendo de un material previo, la novela An (muy difícil recabar información sobre la misma; así como sobre su misterioso autor, más allá de un vídeo de YouTube donde aparece travestido), Una pastelería en Tokio supone la primera incursión de Kawase en el melodrama puro y duro, sin excusas ni alambicadas intenciones ocultas que un primer análisis pueda desvelar. Entre las líneas de las no pocas críticas negativas que se publicaron a su paso por el Festival de Cannes (inversas a las que, en cambio, ha recibido en la Seminci) puede leerse la desorientación, del todo comprensible, de unos cronistas seguramente preparados para otro de los desafiantes ejercicios artie de Kawase que, sin embargo, se han encontrado con un reto muy distinto, como es el de desentrañar qué ha llevado a una de las grandes poetas del cine nipón reciente a firmar un amable cuento de vocación popular sobre una señora que hace dorayakis. ¿Es este cristalino drama feelgood la película más provocadora de la temporada o, simplemente, a veces nos complicamos demasiado?
No es Naomi Kawase un plato fácil (discúlpese aquí el símil culinario) para el paladar desentrenado. Trabajos tan difíciles de discutir, por arrolladores, como su sensacional El bosque del luto (2007) o la recientemente estrenada Aguas tranquilas (2014) se contraponen a otros más antipáticos como Hanezu (2011), algo desesperante relato sobre la fundación mítica de Japón desde la intimidad de una historia de amor con resonancias eternas. Todas ellas comparten, en todo caso, un interés por convertir la naturaleza en cuna no tanto de la humanidad como de lo humano: sus personajes pueden encontrarse a sí mismos en lo más profundo de un bosque, o hallar la paz interior en los ritmos de las olas al descubrirse átomos de un único gran cuerpo en movimiento. Reacia Kawase a hablar de influencias, anteponiendo en su lugar las memorias personales a la hora de crear imágenes, en Una pastelería en Tokio resulta más obvio que nunca el poso en su obra de Yasujiro Ozu, el gran referente inevitable de la narración moral en Japón (como en la tradición norteamericana lo sería Frank Capra), también muy preocupado por relacionar y definir a sus personajes con sus ambientes. De un modo u otro, nadie medianamente serio se atrevería a sugerir que esta película sea el producto de una directora dando palos de ciego: hay una coherencia temática clara con los títulos antes citados, por lo que la sorpresa únicamente podría residir en las maneras, más canónicas y no tan apoyadas en esa espontaneidad del recuerdo y las sensaciones infantiles que conformaban la base de su lenguaje. Lo que puede entenderse bien como el posible descanso de un estilo con algún primer síntoma de empezar a volverse barroco, o como, quizá, un intento por masificar su discurso.
De lo que este crítico no tiene duda es que Una pastelería en Tokio se trata de una película tan de autor como la más esquiva de sus predecesoras. Modélica en el ámbito de su género, Kawase maneja con mano maestra ingredientes (de nuevo, perdón) que en manos de casi cualquier otro habrían conducido al espectador a una letal sobredosis de glucosa, construyendo un drama verdaderamente emocionante desde la sensibilidad y la franqueza: la tragedia no debe consistir en conmover mediante artimañas, sino en que el dolor abra el camino natural hacia la empatía. Pero también la deliberada desaparición de la directora dentro de su película obedece a una decisión consecuente: como sus personajes aspiran a conseguir, Kawase se funde con el fondo, y deja que su poesía (a medio camino entre sintoísmo y panteísmo) haga las veces de faro con el que orientarse hacia el interior de su mensaje, usando como particular chamán a la anciana de la parábola. Visto así, acaba por tener todo el sentido del mundo que su sempiterna exhortación al redescubrimiento y la reconciliación admitiera, como ocurre en este caso, una revisión transversal.
Dirección y guion: Naomi Kawase
Intérpretes: Kirin Kiki, Miyoko Asada, Etsuko Ichihara, Miki Mizuno, Masatoshi Nagase, Kyara Uchida
Género: drama. Japón, 2015
Duración: 113 minutos