Al acudir a la entrevista con la protagonista de una película tan singular como resulta la alemana Victoria, uno supone que encontrará una persona igualmente singular. La actriz Laia Costa (Barcelona, 1985) trabaja como profesional desde hace apenas cuatro años, en los cuales hasta ahora había actuado para la pantalla en dos largometrajes (papeles secundarios en Tengo ganas de ti y Fort Ross) y en varias series de televisión, siendo muy recordado su trabajo en la segunda temporada de Pulseras Rojas (2013), donde interpretaba a Rym, joven enferma de cáncer. La historia de Laia sorprende: universitaria con doctorado relacionado con la comunicación, tenía horas libres después de la jornada laboral en su empresa y siguiendo la recomendación de su hermana, la también actriz Noemí Costa, se metió a estudiar en una escuela de interpretación. De ahí a una serie que le sale en Madrid durante un año. Así empezó y así tal cual lo cuenta la que solamente menos de un lustro después se ha alzado con el premio a la Mejor Actriz Protagonista en los Lola, los galardones más importantes del cine alemán, que concede la Academia de Cine de país germano. Efectivamente, la suposición era cierta. Y el encuentro que viene a continuación, lo corrobora. Es una actriz singular y con una apasionante proyección.

Al saber durante los saludos que el entrevistador debe preparar también la reseña de Victoria, ella pregunta si le ha gustado. El ambiente en solo un minuto, espontáneamente, se ha hecho tan cómodo y natural que éste no tiene reparos en contarle tanto los muchos aspectos que le han fascinado, como los problemas en momentos concretos que le ha suscitado el plano secuencia, el reto formal que ocupa todo el metraje de la película de Sebastian Schipper. Laia escucha interesada y en un intercambio de opiniones, defendiendo sin artificios de promoción, expone la suya: Yo creo que lo que el dire quería, y por eso el plano secuencia, era crear esa tensión. Si te fijas es una peli que no te va ni a la cabeza, ni al corazón. Te va al sistema nervioso, te va a la espina dorsal. Y el plano secuencia ayuda a que esté ahí la tensión y el agotamiento final. Creo que lo consigue.

Ocupan la conversación la experiencia de rodar Victoria, aportando claves y anécdotas, y la reflexión muy razonada, de persona que se mueve con arrojo y valentía por la vida, acerca de lo que supone el oficio y su desarrollo dentro del momento actual. Y mientras, ella gesticula para ayudar a explicar lo que quiere contar. A veces modula el volumen de voz y la velocidad del discurso, y a veces afila la mirada. Lo hace como una cuentacuentos, figura emparentada con el actor a la que hará referencia más tarde.

 

¿Qué es lo primero que se piensa cuando llega un proyecto de este tipo y que implica un tipo de rodaje tan fuera de lo normal?

Cuando yo entré en el proyecto, tenía muy poca información. Ni siquiera se llamaba Victoria. Sabía que era un plano secuencia, que había un atraco a un banco y que tenía que mudarme a Berlín algunos meses. Pero hay proyectos que los escoges por muchos motivos y argumentos, y otros que los escoges por instinto, que no sabes muy bien el porqué. Yo pensé que no saldría nada de esta película, que la vería mi familia porque yo les llevaría un dvd un día, pero sí estaba convencida de que aprendería mucho, que para un actor rodar en plano secuencia es todo un reto. Sumándole que te tienes de acordar de las partes técnicas, que hay un montón. Por ejemplo, no podemos cortar para ponerte la sangre, la sangre esta ya escondida allí y tú tienes que en algún momento cogerla mientras estamos en todo. Me llamó mucho la atención y fue uno de los motivos de dar el sí. Cuando empecé a ver el proceso de ensayos, me di cuenta de que era apasionante, porque los actores, el director y el cámara estábamos en el mismo barco. Es decir, el actor no es solo intérprete, tiene opinión y se le escucha. El cámara no solo graba, tiene opinión sobre el guion y se le escucha. Era un trabajo de equipo. Todo iba variando y fue un proceso vivo que nunca había hecho antes. Eso fue lo que me gustó.

¿Sabes lo que Sebastian Schipper vio en ti?

Creo que Sebastian buscaba simplemente a alguien con quien supiera que podía trabajar, porque incluso el casting no fue en función de la historia, sino situaciones inventadas, una improvisación en inglés y tampoco te decían nada del personaje. Entonces, cuando te pasa eso lo haces muy desde ti. O sea, que lo que él buscaba era gente en la que veía que podía confiar y le acompañaría a la hora de trabajar.

En esta experiencia primera tuya con la improvisación, aparte del desarrollo junto al de los compañeros, ¿cómo fue el trabajo personal previo?

Lo que trabajé antes con Victoria fue el pasado, porque en la película no se ve el background, que es el pasado de los personajes. Por ejemplo, la vida esta de los concertistas. Empecé a ver documentales de estos pequeños pianistas. La vida en conservatorio, del recorrido que tienen. La mayoría de esta gente estudia y acaba en orquestas sin más. ¡Ostras!, es una vida, no voy a decir de mierda, pero sí muy complicada. Renuncias a muchas cosas. A la juventud, para empezar, porque si dedicas ocho horas al día y tres a estudiar, el resto duermes y comes. No haces vida de calle con amigos de tu edad. Lo que hice fue entender muy bien porque Victoria huye de Madrid. Y si eso lo entiendes muy bien, todas las decisiones que toma durante la película son inevitables. Cuando ve a estos chicos, ve el reflejo de lo que ella ha tenido y ahora quiere tener. El piano no es la vida. Es esto porque me siento más viva que nunca. Eso es lo que ocurre. Luego, vemos que tampoco es el camino pero cuando al conocerlos es como…

Sin duda lo más fascinante del personaje, y tú lo transmites de miedo, es la mezcla entre fragilidad y capacidad de supervivencia.

El personaje empieza como una cosa frágil. Chiquitito, como muy girlie, muy chica. Y de golpe, según va pasando la película, desde la Victoria que empieza hasta la Victoria que acaba, es totalmente diferente. Siendo la misma porque ves un poco de ambas en las dos partes. Esos últimos cinco minutos que te cambian la vida, a ella le pasan en dos horas. Creo que si huye de los problemas, al final es capaz de sentarse delante de ellos y decir (Golpea dos veces sobre la mesa): “Vamos a pasar lista”.

Incluso en el momento que tienen el encuentro con el mafioso, ella no se achanta.

No, no se achanta. Se ve que tiene algo dentro.

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En otras entrevistas que has dado durante estos meses has contado alguna anécdota de rodaje muy significativa de lo particular que fue. Como en la segunda visita al club, cuando tú gritas que no te quieres ir y en realidad se lo decías al director que te pedía que salieras ya ¿Alguna más que recuerdes en especial?

Cuando le da el ataque de pánico a Blinker en la calle. Ahí estábamos los tres actores, el cámara y nadie más. El director, metido en el maletero del coche. Y te digo que aparecen un par de rusos borrachos, que venían de fiesta, y quisieron ayudarnos porque vieron que teníamos un problema. El director vio que los rusos iban a meterse en el plano, salió del maletero y empezó a decirles que se fueran, que era una peli. Y ellos no entendieron y empezaron a pelearse. Eso ocurría a tres metros de donde nosotros grabábamos la escena. Imagínate. O cuando subimos al tejado, los vecinos salían y nos echaban la bronca. Entonces cuando la cámara se giraba tú les decías que no, que era una película y en seguida nos íbamos. O hubo un momento en que tuve que hacer un pipí, porque no podía más, y en el único momento en que Victoria sale del plano me fui a un sitio a hacerlo en una cajita, delante de cincuenta personas, cogiéndome el micro. Si no, no acabo la película o me lo hago encima. Fue supervivencia total. Te implica una concentración muy grande. Las anécdotas de rodaje, en lugar fuera de las cámaras, pasan todas delante y tú lo que haces es intentar esconderlas (Ríe).

Menuda responsabilidad y qué miedo a las equivocaciones.

Pero no puede ser que te equivoques. Si has trabajado el personaje y lo tienes, sabes lo que ocurre en cada momento y lo entiendes, eres esa chica. Y todo lo que haga y piense estará acorde con la película. Lo único que puede pasar que el cámara se caiga por las escaleras y evidentemente no podamos acabarla. Pero se trabajó mucho para que todos tuvieran muy claro de qué iba esto.

¿Y qué sucede cuando acaba un rodaje de este tipo, después de terminar una tercera toma [el equipo rodó tres veces la película para después elegir la toma que mejor hubiera salido] y ya estar todo hecho?

Justo después hice un viaje a Auschwitz. Un tema personal. Estás en Berlín, coges el coche y te plantas en cinco horas. No había estado allí e hice este viaje antes de volver a Barcelona. Sí es verdad que, a nivel de rodaje, cuando estás tres meses de rodaje en Berlín y conoces la ciudad, cuesta un poco volver a casa. Porque había descubierto una ciudad de la manera más dulce que puedes descubrirla, con gente que te está mimando. Justo era verano, el momento más bonito porque ya no hace frío. También es interesante después de entrar en un proyecto en el que te implicas tanto y le dedicas tantas horas, el volver a casa, limpiarte y seguir con tu vida. Eso es lo que hice. Volví a ver a mi gato, a mi chico, a mi hermana, a mis padres y a mis amigas. Y ya está, la vida sigue.

Te han tratado bien los alemanes, ¿no?

Sí. Yo a Berlín fui y le vi la cara más simpática. Sin embargo, es verdad que hay tantos Berlines como gente hay allí. También conocí gente super preparada que se va porque no tiene trabajo en su país. Vi algo que se habla en la película, aunque sea de refilón, que es ese desencanto existente en nuestra generación, que ha cumplido la parte del trato, que ha estudiado, una carrera, idiomas, un master. ¿Hasta cuándo? ¿Dónde está la tierra prometida? Berlín está lleno de extranjeros, se puede vivir y trabajar en inglés. No solo españoles, hay de todo: italianos, sudamericanos, asiáticos… Hay gente de todas partes del mundo. Le pasa como a muchas ciudades. Londres, Nueva York. Creo que las fronteras se diluyen más que nunca hoy en día. Y aquí se ve, una película alemana, con una protagonista española, hablada en inglés. O sea que imagínate. El nuevo mundo que nos toca vivir.

Key_2_VICTORIA_copyright Monkeyboy

Desde tu primera serie hace cuatro años no has parado. Has trabajado en televisión, en cortos y largos, en una obra de teatro, si no me equivoco. ¿Qué debe tener en principio un proyecto para que te atraiga? ¿Qué le pides?

No sé, yo tengo una carrera muy chiquitita, pero creo que tengo una carrera muy especial. He hecho proyectos que han implicado un riesgo y un esfuerzo total por mi parte. Y en los que he aprendido no solo como actriz. Por ejemplo, en Pulseras rojas me tuve que rapar la cabeza y estuve cuatro meses con la cabeza al cero. Y trabajé una enfermedad que es el pan de la mesa de todos hoy en día. Me impliqué mucho, trabajando con chicas que la habían superado. Y bueno, aprendí a trabajar sin miedo: quizá me tengo que quitar el pelo y no tengo más trabajo en un tiempo, pero el personaje vale la pena. En la obra de teatro tuve que hablar en alemán, que no lo hablo nada, y de golpe unos meses antes de la función empecé a estudiar unos monólogos y unos textos en alemán. Cada mañana cinco horas con un dramaturgo alemán, primero fonéticamente y luego entendiendo lo que decía. Y luego defenderlo delante del Teatro Nacional de Cataluña como estreno sobre las tablas, digamos. Y lo pasé muy mal, porque tuve pesadillas, adelgacé, me levantaba sonámbula pasando repasando el texto (Ríe). Mis padres y mi chico estaban como: “¡Acaba ya esta función, por favor!”. Y luego, veo el reto y me siento orgullosa. En el caso de Victoria, pues me tengo que ir sola a Berlín a vivir sin saber exactamente cómo va ir. Algo me dice que voy a aprender. Bueno, voy. Al proyecto le pido eso, sorpresa. Pido que al siguiente, como en estos que te digo muy especiales, haya una parte que se decida por instinto. El instinto a veces funciona y a veces no. Y en los dos casos se aprende mucho. Creo que el vértigo estimula y eso me gusta. Yo soy un poco temeraria como Victoria.

Por todo lo que estamos comentando, tal vez encarnas a un modelo actual de actriz. Una actriz inquieta. Y viajera. Una película en Alemania e hiciste antes una película rusa, Fort Ross, que no se ha estrenado aquí.

Porque se quedó en Rusia. No, creo que el actor es un trotamundos por definición. Antes, en el origen, era un hombre o una mujer que cogía un carro y se iba de pueblo en pueblo haciendo espectáculos. Hablando o diciendo poesía. ¡El cuentacuentos! Hoy en día eso no ha cambiado. Para mí, todo el planeta es opción de trabajo. Me da igual donde sea. Me encantaría hacer cine en casa, está claro, porque es casa. Ahora aquí, con la promoción, estoy presentando con nervios porque estoy implicada emocionalmente con el público. Sin embargo, el actor coge una maleta y se va donde se tenga que ir.

¿Te identificas con alguna actriz del pasado?

Tengo referentes que me gustan mucho. Desde siempre, Gena Rowlands me encanta en Una mujer bajo la influencia. Alucinante. Me encanta Holly Hunter en El piano. Isabelle Huppert en La pianista. Emily Watson en Rompiendo las olas. Hay interpretaciones que te encantan, pero que te puedes imaginar a otro haciéndolas. En cambio hay algunas que dices que nadie más podía haber hecho esto. Se te quedan tan grabadas que no imaginas a nadie más. Y esas son las que, creo, tienen una magia especial. Que aparece a veces y a veces no.

Tienes pendiente también este año el estreno de Palmeras en la nieve.

En diciembre. Es un papel muy chiquitito el que tengo. Es bonito. Abre y cierra la película. Se habla de pasado y presente, de un presente que busca respuestas en el pasado. Y mi personaje es parte del presente y acompaña un poco la historia, aunque el peso de la historia no está con él.

Hemos hablado de presentes y pasados. ¿Y el futuro? Para acabar, Laia, cuando pasen los años y eches la vista atrás, ¿qué te gustaría encontrar?

Estoy contenta de estos cuatro añitos. No sé lo que hay que hacer para estar contenta. Voy a seguir como hasta ahora, que de momento me funciona. Ya veremos. Igual, de aquí a algún tiempo, te llamo y te digo: “¡Buaaaa!” (Gesticulando como si llorara). Ya veremos, prefiero no pensar en el futuro y vivir simplemente el presente.


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(Fotografías: Ávalon)


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