Única e intransferible
Destinada a convertirse en una de las películas de la temporada con mayor polarización de opiniones respecto a sus logros, Victoria es, antes que nada y digámoslo bien alto, el resultado de una valerosa apuesta artística. El riesgo siempre será digno de aplaudir en cualquier director, pero es que, además, Sebastian Schipper no solo se ha jugado el todo por el todo a la hora de concebir y llevar a término su cuarto largometraje, sino que incluso ha ido más allá si cabe al concebir un método de rodaje único y seguramente intransferible a cualquier otra película que no sea esta. Asume el desafío con arrojo y, además, cae de pie al final, tras haberse lanzado sin red de seguridad, y pese a algún gesto no del todo conseguido durante la voltereta.
Schipper se plantea Victoria como la superación de dos apuestas de muy distinto signo, arriesgadísimas ambas: ya unirlas en un mismo proyecto se antoja una audacia. La historia del encuentro nocturno, en el cosmopolita barrio berlinés de Kreuzberg, entre una española que busca la supervivencia en Alemania y un grupo de jóvenes a la deriva, se construye en torno a un reto estrictamente formal (con las implicaciones narrativas que ello conlleva) y otro estrictamente narrativo (con las implicaciones formales que ello conlleva). Respecto a la primera apuesta resulta imposible intentar no desvelarla, toda vez que la proeza que entraña forma parte del reclamo publicitario que acompaña el estreno. Sí, está rodada en un solo plano. Sí, son 140 minutos de plano secuencia sin trampa ni cartón. La cámara sube y baja, entra y sale, corre y se para acompañando a los intérpretes. Pueden surgir dudas (quien teclea estas líneas la tuvo en tres o cuatro momentos) en cuanto a si algunas secuencias concretas ganaban o perdían por el hecho de estar sometidas a la necesidad de hacer coincidir un relato en tiempo real con una secuencia sin cortes, pero salta a la vista (y cala profundamente en la experiencia del espectador) que uno no está delante de una simple machada y sí de un asombroso trabajo colectivo donde se mezcla planificación e improvisación a partes iguales. Están fantásticos el director, el equipo técnico y el plantel actoral, este último también cuando debe sostener las transiciones y pausas entre lo que serían las secuencias si vinieran divididas, a base de silencios y suspensión. Y fantástica, por todo ello, está la actriz Laia Costa: Victoria es así porque ella es Victoria.
Empezar una película y acabar con otra es la segunda apuesta. Hay un tipo de historia al inicio y una diferente al final. Más radical que hibridar géneros supone pasar de uno a otro en una misma narración, efectuar una transgenerización sin que afecte para mal a ningún pacto con el receptor. Gracias a su proceso interno, Victoria se alza como uno de esos contadísimos ejemplos que lo consiguen sin incomodidad. Y con tanta asombrosa naturalidad. Tanta que, para no restarle una pizca a la experiencia del lector que será espectador, esta reseña se detiene. No sin antes recomendar, claro, que se huya del tráiler.
VICTORIA
Director: Sebastian Schipper.
Intérpretes: Laia Costa, Frederick Lau, Franz Rogowski.
Género: drama, (sorpresa). Alemania, 2015.
Duración: 138 minutos.