El apóstata
Esfuerzos de liberación Santiago Alonso Ser o no ser. Dejar de ser lo que se ha sido durante los treinta y muchos años pasados de existencia. O también, estar o […]
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Esfuerzos de liberación Santiago Alonso Ser o no ser. Dejar de ser lo que se ha sido durante los treinta y muchos años pasados de existencia. O también, estar o […]
Ser o no ser. Dejar de ser lo que se ha sido durante los treinta y muchos años pasados de existencia. O también, estar o no estar. No estar en el rebaño, un lugar donde desaparece el poco impulso de autocontrol que se pudiera tener sobre la vida de uno mismo. He aquí la cuestión de Tamayo, ese vecino simpaticote y peculiar que nos inspira mucha curiosidad; ese familiar tirando a rarete que nunca hemos acabado de conocer completamente, inevitable secundario en reuniones de familia; ese amigo que, digamos la verdad, no sabemos si tiene amigos. Tamayo centra todos los esfuerzos de liberación en la apostasía, pues considera el desligarse de la religión católica el acto revolucionario más radical de autoafirmación que puede incluir en su biografía personal. Y a ello se lanza, a un proceso sin fin de trámites y trabas, durante el cual el personaje repasará su pasado y su presente, se planteará la utilidad de su empeño y se interrogará a sí mismo acerca de su condición errante e impermeable a la madurez.
El uruguayo Federico Vieroj toma esta premisa argumental como simple estructura para organizar su tercer largometraje, porque en realidad con El apóstata no pretende tanto contar una historia como compartir con el espectador la descripción de un ser confuso por el que siente atracción y afecto: alguien a quien Vieroj considera representante de un tema universal, la clásica crisis de madurez, según los parámetros del ahora, aparte de señalarlo como símbolo de otra crisis, la de un país llamado España, que vive un conflicto perenne con las rémoras de sus tradiciones. Para realizar el inventario —con apuntes sobre el protagonista, sus vivencias y ensoñaciones, sus idas y venidas— se ha basado en la anécdota real de su amigo Álvaro Ogalla, quien, sin poseer experiencia previa en la actuación, interpreta a su alter ego con gracia y una naturalidad que funciona casi siempre.
El filme es producto de un arrojo creativo que está muy emparentado con los impulsos libres —o de vanguardia y exploración, si se prefiere— que definieron el Nuevo Cine Español de los sesenta y setenta. Además, a Vieroj le ha salido una película muy madrileña; muy del centro, la Latina y el viaducto; muy del Fernando Trueba de Opera prima (1980) o del Jonás Trueba de Todas las canciones hablan de mí (2010). El apóstata resulta a veces francamente divertida y demuestra el talento de quienes la hacen. Otras se ve afectada negativamente por la dispersión del conjunto. Tal vez constituya un problema que las vicisitudes del protagonista contra la Iglesia acaben pareciendo más bien una mera excusa sin mayor enjundia. Y lo que, para peor, puede llegar a hacerse determinante, pese a los esfuerzos de Viroj en generar un interés continuo, es un hecho fundamental: que el espectador no comparta la atracción y el afecto por un individuo como Tamayo.
EL APÓSTATA
Dirección: Federico Vieroj.
Intérpretes: Ávaro Ogalla, Marta Larralde, Bárbara Lennie, Vicky Peña, Juan Callot.
Género: comedia dramática. España, Francia Uruguay. 2015.
Duración: 80 minutos.