The D Train
En busca de un nombre Desde su salto definitivo al estrellato en Amor ciego (Peter y Bobby Farrelly, 2001), brillante comedia de inmadurez a la mejor manera de sus autores […]
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En busca de un nombre Desde su salto definitivo al estrellato en Amor ciego (Peter y Bobby Farrelly, 2001), brillante comedia de inmadurez a la mejor manera de sus autores […]
Desde su salto definitivo al estrellato en Amor ciego (Peter y Bobby Farrelly, 2001), brillante comedia de inmadurez a la mejor manera de sus autores con insospechadas reminiscencias caprianas, Jack Black se ha conformado una identidad humorística que, hasta la fecha, no ha parado de pulir: se trata, quizá, del actor de su generación de cómicos que menos reparos ha puesto a la hora de llevar su arquetipo a los extremos más sombríos, partiendo de esos egoístas patológicos –con posibilidad de redención– a los que encarnó inicialmente en trabajos como el antes citado, Escuela de rock (Richard Linklater, 2003) o Envidia (Barry Levinson, 2004), hasta llegar a dos películas con varios años de distancia entre ellas que, sin embargo, han llegado a la vez a nuestro país, Bernie (Richard Linklater, 2011) y la presente The D Train, dos envenenadísimos dardos emparentados en su voluntad de epatar al espectador biempensante a través de incómodas cuestiones. También, por otra parte, dos complejos desafíos interpretativos que Black ha afrontado con plena credibilidad.
No era sencillo de prever que la ópera prima de Jarrad Paul y Andrew Mogel sería un trabajo con tanta bilis, teniendo por única referencia cinematográfica suya el guion de una discreta comedia moral como Di que sí (Peyton Reed, 2008), pero The D Train es, digámoslo desde el principio, un debut extraordinario: continuamente desconcertante, la película torna perversa una infinidad de constantes de la comedia americana moderna, como son el bromance (bro romance, romance entre amigos en clave de camaradería) o la fiesta que se va de las manos al estilo de Resacón en Las Vegas (Todd Phillips, 2009), y sigue de forma aparente un esquema clásico de transformación para introducir realmente en todo ello un texto de lo más amargo sobre la necesidad de reconocimiento, que podría haberse abordado desde el post-humor patético o la distancia irónica y, sin embargo, se desarrolla mediante soluciones no muy distanciadas del cine de alguien como Todd Solondz, optando por colocar la cámara al pie del cañón, insobornablemente atenta a los insólitos (pero perfectamente narrados) vaivenes emocionales del protagonista.
Tratándose de una película en busca, mediante su construcción, de la continua sorpresa desestabilizadora, no sería justo revelar apenas nada de su argumento, salvo, acaso, su punto de partida: el intento de un padre de familia por sacar adelante una reunión de antiguos alumnos de su colegio, a modo quizás de secreta reválida para afirmar una popularidad que nunca tuvo en el patio de recreo. Lo que puede recordar en su inicio a otras comedias de adultos inmaduros intentando retomar la juventud perdida se revela pronto como un señuelo para algo más negro, una auténtica rareza con un tono único y genuino. Habrá muchos que se quejarán de haber reído poco con una película que se presentaba como de humor; aquellos que, por su parte, entendieron Fuerza mayor (Ruben Östlund, 2014) como una de las más finas comedias del año seguramente deberían atreverse a dar el salto de fe hacia esta. Después de estudiar la frustración del gag en su revisión posmoderna, ¿nos hará llorar la Comedia del Futuro?
Dirección y guion: Jarrad Paul y Andrew Mogel
Intérpretes: Jack Black, James Marsden, Kathryn Hann, Jeffrey Tambor, Mike White, Kyle Bornheimer, Russell Posner
Género: comedia. Estados Unidos, 2015
Duración: 97 minutos