Hacia Occidente


La alegre melodía de una de las canciones más conocidas de los Pet Shop Boys suena a todo volumen mientras un grupo de amigos bailan una coreografía bien estudiada del famoso tema. Es la Nochevieja del 1999, un año crucial de cambios tecnológicos y sociales. 26 años después, la joven que se colocaba en el centro de aquel coro está paseando a su perro bajo la tímida nieve de Zenyang (Singapur), su pueblo natal. Entonces suena esa nostálgica Go west, y ella reproduce, con gestos cansados pero una sonrisa cómplice, la coreografía de un tema que dice más de lo que parece en la última película del director chino Jia Zhangke. Mountains may depart es, digámoslo desde el principio, una obra maestra. Tras su paso por la Sección Oficial del pasado Festival de Cannes, el film consiguió tantos adoradores como haters, ya que lo que se ve en su superficie es un melodrama que avanza en el tiempo y que pretende ser una tibia crítica al capitalismo. Pero hay más, mucho más.

Zhangke construye tres historias en el tiempo en las que los personajes se van relacionando y desapareciendo, teniendo como eje central el personaje de Tao (Tao Zhao), una joven que adora cocinar empanadillas blandas en sus ratos libres. En la primera parte, a modo de prólogo de cerca de 45 minutos, se explica lo que la sinopsis oficial del film desvela: un triángulo amoroso entre Tao y sus dos amigos, uno rico y otro pobre, entre los que tomará una decisión que condicionará el resto de su vida. En este capítulo introductorio se contraponen en la misma región china de Shanxi, lugar de nacimiento del director,  la pobreza y miseria de la comunidad minera y la gente de a pie con los nuevos ricos nacidos de los negocios y la influencia del capitalismo. 

Si bien la imagen de la primera historia se enmarcaba en un formato académico de 4:3, con aires de video noventero, la segunda parte del film ensancha su perspectiva y ofrece una puesta en escena formal más adecuada a su nuevo contexto: el año 2014. Ya acorde a los nuevos tiempos, Mountains may depart continúa su andadura por las vidas de los protagonistas, que poco a poco irán evolucionando e incluso desapareciendo, mientras que la historia no muere porque siempre hay alguna relación que sigue cuando la vida de otros acaba. La vida es así. Es en este impas donde comienza además la crítica de Zhangke: a la pérdida de la cultura china en favor del capitalismo y la globalización. Y así conecta brillantemente con la tercera y última parte: la Australia de 2022. Es ahora la juventud, emigrada hacia las sociedades de occidente, la que protagoniza el futuro hablado en inglés, y no en chino. El formato es ahora panorámico, y la tecnología mucho más avanzada. Pero ahí está la música cantonesa que hábilmente coloca el director para recordar las raíces, para sacar del olvido y muerte unas tradiciones que mueren, en todo el mundo, cada día un poquito más. Como dos lados de una misma balanza, ambas canciones, la china y la de los Pet Shop Boys, se irán alternando repetidamente durante la película para crear una antítesis fantástica: tradición y novedad. Recordar o ir al oeste.

Jia Zhangke, ganador del León de Oro de Venecia por Naturaleza muerta (Still life, 2008) y aclamado integrante de la Sexta Generación del cine chino, firma una película para no olvidar. Su técnica es poderosa. Sus ideas, profundas y cercanas. Su estilo, inconfundible. 


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