El pasado jueves 12 de noviembre se inauguraba la IX Muestra de Novocine, destinada a la promoción del nuevo cine brasileño, aquel que se ha abierto paso junto a la también recientemente transformada realidad social del país. Su programación, con pases gratuitos tanto en la Sala Berlanga como en la Cineteca del Matadero, traza una línea desde algunas de las películas más destacadas de su cinematografía en los últimos años, todas ellas inéditas aquí, hasta uno de sus grandes maestros ineludibles, Eduardo Coutinho (sobrecogedoramente desaparecido el pasado año tras ser apuñalado por su hijo), del que se presentan dos películas que nunca llegaron a comercializarse en España, así como dos documentales sobre su figura. 

Hasta hace relativamente poco, el cine de Brasil fue conocido en todo el mundo debido a las llamadas películas de favelas, subgénero catapultado por el éxito brutal de Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002), inmediatamente seguida de una infinidad de títulos en la misma onda, entre los que destacaría el díptico Tropa de élite (José Padilha, 2007–2010). En ambos casos, no solo las películas obtuvieron relevancia a nivel internacional, sino que sus directores acabarían fichando por Hollywood. Las medidas llevadas a cabo por los presidentes Lula da Silva primero y Dilma Rousseff después, que han propiciado el surgimiento de una clase media prácticamente inexistente hasta entonces, consecuentemente ha ido, sin embargo, desplazando el interés de muchos cineastas hacia nuevos conflictos sociales, como el de la adaptación de una burguesía particularmente reaccionaria a un esquema que para ellos resultaba inconcebible.

Es el conflicto sobre el que versa una de los mejores ejemplos de cine social del año, Una segunda madre (Anna Muylaert, 2014), candidata de su país a los próximos Oscar. Y también el de la excelente película del viernes en Novocine, Casa grande (Fellipe Barbosa, 2014), envenenadísima comedia negra sobre el quiebre de una estructura incapaz de contener por más tiempo el magma que late a sus pies. Con inteligencia y sutileza, Barbosa construye su argumento en dos frentes: a un lado, el hundimiento económico de una familia de ricos con un patriarca demasiado escrupuloso para admitirlo y ponerse a trabajar; a otro, el despertar sexual de un adolescente enfrentado a unos padres castradores que ven en la libido motivo de sanción. En uno y otro caso, por rígidos que puedan resultar los barrotes, lo reprimido acaba encontrando camino como un auténtico tren de carga. Así, la soberbia con la que los burgueses contemplan, indignados, cómo los habitantes de las favelas adquieren derechos y cómo los negros (ciudadanos de tercera, o cuarta) se van acercando a lograr la igualdad, es solo la antesala de su merecida extinción; la juventud, en cambio, puede aún aspirar a salvarse si está dispuesta a vivir más allá de la trinchera. El austero armazón visual de la película en los tramos de la casa le confiere un aún más patético tono cercano al documental de animales, sacudido por el contraste con el vivaz exterior. Sin embargo, lo mejor es que Barbosa nunca cae en la sátira explícita, propiciando una película tan punzante y biliosa como pegada a la realidad.

Foto Sangue Azul 1

La hermética Sangue azul (Lírio Ferreira, 2014) relata el retorno a una isla del Atlántico de un joven (Zolah) entregado dos décadas atrás por su madre al dueño de un circo ambulante. Allí, se reencuentra con su hermana, su propia madre y también con sus raíces: curtido como hombre bala en su fulgurante carrera circense, Zolah ha convertido su rol en una auténtica filosofía de vida, funcionando como una máquina de combate en cada faceta suya, encadenando una actuación brillante tras otra, dándose una satisfacción carnal noche sí y noche también. Sin embargo, existe una fobia que aún no ha superado: el agua. Invitado por su hermana, precisamente buceadora, el protagonista inicia un autocuestionamiento que trunca sus espectaculares registros y reverdece el ambiente, pero también le lleva a profundizar en su propia esencia, hallando una inesperada pulsión oculta. De portentoso despliegue formal, Lírio Ferreira plantea una película de inmersión en todos los términos, utilizando el tema circense probablemente como excusa para un juego psicológico entre representación y realidad. La película guarda sus cartas tan celosamente, o las enseña de manera tan contundentemente directa, que cuesta etiquetarla, pero también esto mismo hace de ella un fascinante y muy estimulante viaje.

Menos interesante es A despedida (Marcelo Galvão, 2014), tierno pero un tanto grueso melodrama sobre los últimos momentos en la vida de un nonagenario. La película sorprende de inicio al mostrar de manera hiperrealista los estragos de la vejez mediante el despertar del anciano (valiente e intensa interpretación de Nelson Xavier) y cómo lentamente se prepara, paso a paso y prenda a prenda, para salir a la calle. Más tarde veremos que la secuencia, pese a su impacto, realmente da un tono equivocado a lo que se verá después: A despedida es una sencilla fábula vitalista de moribundo volviendo a nacer, bastante convencional en su fondo –no tanto en sus procedimientos: el equipo de corresponsales de Insertos no cuenta con cubrir en esta muestra más películas donde un abuelo se fume un porro con unos raperos– y con varios kilos de azúcar, a la que solo su falta de complejos convierte en algo medianamente perdurable. 

A DESPEDIDA CORTE 10 06-06-16


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