Suicidas en un limbo

Santiago Alonso 


Cosas de la distribución: se cuentan con los dedos de una mano los cineastas italianos actuales de cuya obra el espectador español medio tiene un conocimiento más o menos consistente. Y el realizador y guionista Paolo Genovese, en primera línea comercial y con una dilatada carrera desde finales de los años noventa, no está entre ellos. De la veintena de títulos que ha firmado, sin contar los guiones para otros, se habrán estrenado aquí tres o cuatro títulos desde entonces y poco más se sabe de él; ni siquiera suena su nombre cuando se habla de Perfectos desconocidos (2017), de Alex Iglesias, un remake de Perfetti sconosciuti (2016), también exitoso estreno en Italia que escribió y dirigió Genovese. Si tomamos este último y el que ahora llega a nuestras pantallas, El primer día de mi vida, podemos realizar un acercamiento de urgencia a su figura señalando dos rasgos que caracterizan su filmografía. Uno es la querencia por repartos corales, circunstancia por la cual siempre suele reunir a lo más granado de los intérpretes nacionales. Y el segundo, lo poco italianas que lucen en realidad sus películas pese a transcurrir en el país de la bota, a consecuencia de la excesiva estandarización que imprime a escenarios, objetos, vestuarios, detalles, argumentos y conflictos entre personajes, según establece el catálogo fílmico de gustos globales, que no coincide necesariamente con el concepto de «lo universal». Se dice que es Italia, pero no debe notarse.

De la comedia, el género que había definido su quehacer hasta ahora, Genovese ha pasado en los últimos tiempos a explorar el drama y la gravedad argumental, el rebuscamiento filosófico. Lo demuestran El precio de un deseo, la melodramática Una historia de amor italiana y esta El primer día de mi vida, una fantasía que consistente básicamente en multiplicar por cuatro ¡Qué bello es vivir!. Para presentar una reflexión sobre el suicidio y sus circunstancias, tenemos a Toni Servillo en plan misterioso personaje salvador (como el Clarence Odbody cappraniano, pero sin precisarse si es ángel de la guarda u otra cosa) que, durante siete días, retiene en un limbo a cuatro personas que se han quitado la vida. Después, estas deberán decidir si la abrazan de nuevo o siguen prefiriendo la muerte.

Genovese les ha confeccionado a los suicidas Margherita Buy, Valerio Mastandrea, Sara Serraiocco y el niño Giorgio Tirabassi un traje que de primeras saben llevar muy bien. La cuestión es que este les empieza a quedar demasiado estrecho una vez pasada la presentación de cada personaje y con el trascurrir de los siete días, pues el tan ceñido mecanismo narrativo que rige todo no permite un desarrollo efectivo de los conflictos individuales. Sí, a los atribulados protagonistas les pasan cosas, pero los arcos dramáticos que deberían mostrarse no se manifiestan en ningún momento, como si ya se hubieran dado por descontado. El primer día de mi vida, un trabajo donde destaca una ambientación a ratos tenebrista y grisácea, de gran efecto aun estando demasiado cerca a los cánones estéticos publicitarios de alta gama, no consigue levantar el peso de un guion (por cierto, basado en una novela del mismo Genovese) que se coloca por encima de todos los demás factores y los aplasta. Que unos suicidas generen tan poca implicación emocional con el público es la prueba definitiva de que la película no termina de funcionar, algo que sucede, incluso, con el gurú de la autoayuda interpretado por Mastandrea, que protagoniza la única historia con algo más de espesor e interés.



EL PRIMER DÍA DE MI VIDA

Dirección: Paolo Genovese.

Intérpretes: Toni Servillo, Margherita Buy, Valerio Mastandrea, Sara Serraiocco, Giorgio Tirabassi .

Género: drama fantástico. Italia, 2023.

Duración: 121 minutos.


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