La gripe que mataba a los homosexuales

Santiago Alonso 


Puede considerarse un pequeño acto de justicia poética que el galés Russell T Davies y el escocés Steven Moffat, dos guionistas de ciencia ficción y género fantástico, territorios narrativos que la crítica no siempre reconoce como merecen, y cuyo disfrute a menudo se queda en un círculo de fieles aficionados, se hayan convertido en dos de los más reputados (y mejores) escritores de la televisión británica de las últimas décadas. Y la justicia es aún mayor porque el reconocimiento vino a raíz de la impecable labor de ambos como responsables del felicísimo renacimiento de Doctor Who, una serie que el primero sacó del olvido en 2005. Davies, además, compagina las querencias genéricas, a veces dirigidas al público juvenil, con un deseo de analizar la sociedad británica, tratando la religión (sobre todo en sus primeros trabajos), el sexo en general y, más concretamente, la homosexualidad. Con la pionera Queer as Folk (1999) empezó de manera abierta a crear series de evidente índole activista («Vivir como gay se convierte en un acto político», declaraba en una entrevista), un impulso creativo que vimos recientemente en Un escándalo muy inglés (2018), y ahora con el estreno de It´s a Sin, (2021) donde se propone homenajear a su generación, la que fue joven durante los ochenta y víctima de la dramática irrupción del sida.

Esta producción de Channel 4, que ha estrenado en España la plataforma HBO, se presenta como un híbrido de Queer as Folk y Years and Years (2019), el trabajo anterior de Davies. Trazando durante cinco episodios un arco temporal que va de 1981 a 1991, relata las vivencias en común de una familia «de hecho», formada por varios chicos gais y una amiga de ellos. Se trata de jóvenes que se han mudado a Londres porque buscan un espacio de libertad en el que poder expresar su sexualidad y sus ganas de vivir, sin el peso de la coerción moral que impera en los lugares donde han crecido. Cada capítulo comienza en un año distinto (1981, 1983, 1986, 1989 y 1991), y lo que al inicio parecía el relato feliz de una liberación se va trasformando en una pesadilla en seis tiempos que concluyen con sendas muertes, una clave de la estructura que no le está destripando al lector quien teclea estas líneas, sino que se intuye desde el principio. Los objetivos principales son, por tanto, recordar una década que no fue tan prodigiosa como la pintan y mostrar un amplio abanico de reacciones ante una enfermedad que cogió desprevenidos a quienes la contrajeron y a sus allegados. Por eso la radiografía de aquella situación incluye la incredulidad, después el desconcierto y, finalmente, el miedo de la comunidad gay cuando el sida entró a formar parte, de una manera u otra, de sus vidas; hasta la ignorancia, la homofobia y la crueldad de quienes se creían que el virus no les afectaba.

Perfecto ejemplo de serie en la que el director cumple sin estridencias con su labor y los intérpretes hacen un trabajo sobresaliente, aunque es el guionista quien se alza por encima de todos y su mano aparece en cualquier plano que veamos, It´s a Sin tiene un planteamiento donde el drama se va comiendo poco a poco la parte de comedia. Y como producción en la que se toman con sumo cuidado las referencias históricas y hay una excelente labor de ambientación, se matiza a su vez la apuesta por el realismo al incluirse arquetipos y, en ocasiones, clichés narrativos, como cuando se ruedan las noches de fiesta y sexo desenfrenado (dos o tres secuencias con montaje frenético e iluminaciones videocliperas), o cuando la acción transcurre en la casa compartida. De hecho, ni Davies ni el director Peter Hoar intentan disimular que emplean ciertos recursos formularios, quizás para llegar a mayor público, porque lo importante es que tampoco se detienen mucho en ellos. La historia no pierde la gravedad que su creador quiere plasmar, y para la que, por cierto, recurre a episodios provenientes de sus vivencias personales. Por ejemplo, Jill Baxter (Lydia West), la compañera y activista que se dedica a concienciar a la sociedad y acompañar en el hospital a muchos afectados, está basada en una amiga real de Davies, Jill Nalder, quien hace un cameo interpretando a la madre del personaje.

El punto fuerte de la función siempre se manifiesta en el tiempo dedicado a las escenas emotivas y tristes, que están escritas de manera sobresaliente. Davies, eso sí, flojea a la hora de profundizar en el personaje de Baxter, y decepciona al redondear el significado final de la otra figura femenina importante. Lo vemos cuando en la diatriba de Baxter contra la madre de su amigo (interpretada por Keeley Hawes, tan estupenda como acostumbra), por otra parte merecidísima y fundamental desde el punto de vista de la crítica general que desarrolla la serie, porque señala cómo muchas familias contribuyeron a intensificar el ataque que cometía la sociedad contra la dignidad de los homosexuales, se obvia de manera no muy comprensible el papel represivo del padre. Pese a este detalle (¿existe también aquí otra vivencia autobiográfica?), escenas como esta, la que hace un homenaje a Doctor Who y uno de sus secundarios, las dos o tres de los enfermos encerrados con llave, la de la despedida en el coche, la del furgón policial o la del hospital, con dicha madre yendo de un lado para otro y desestabilizando la precaria paz de los moribundos, revelan el envidiable pulso que posee para dosificar un relato a lo largo de un determinado número de episodios, y para sorprender, como pocos consiguen, al espectador cuando menos lo espera: en definitiva, que sigue siendo un poderoso narrador y dramaturgo de televisión.



 

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