Amar la vida a las puertas de la muerte

Yago Paris


En la X edición del Atlàntida Film Fest pudo verse la película británica Perfect 10. La obra de Eva Riley, programada dentro de la sección Generación, explora la relación entre dos hermanastros adolescentes que se acaban de conocer. Ella, obediente y trabajadora, descubre en él una manera diferente de encarar la vida, lo que rompe todos sus esquemas y la inspira a desarrollar una conducta más auténtica. Lo problemático de la situación es el hecho de que este nuevo modo de vida no es otro que el de la delincuencia, que en la cinta se entiende, en palabras del crítico Álvaro Peña, como «un horizonte de realización personal». Abandonados a su suerte por un padre irresponsable, incapaz de asumir responsabilidades, los jóvenes se verán forzados a limpiar los destrozos de la infantilizada generación que los precede, y se inspirarán mutuamente para encontrar un camino vital más sano y satisfactorio.

Este esquema narrativo es muy similar al de El glorioso caos de la vida. El filme de la debutante en el largometraje Shannon Murphy narra la historia de Milla (Eliza Scanlen), una adolescente de clase acomodada y enferma de cáncer que conoce por casualidad a un joven marginado. Provenientes de mundos completamente distintos, sin embargo se establece entre ellos una fuerte conexión instantánea, en este caso romántica, que ejerce un efecto positivo en ambos personajes. Al igual que sucedía en Perfect 10, la protagonista es una chica que sigue el paradigma de lo que se supone que debe ser una buena adolescente. Desde el principio parece claro que se opone a unas normas que ni comprende ni respeta, pero ni parece consciente de lo incómoda que está en este rol ni mucho menos se atreve a dar el paso de infringirlas. Es por ello que conocer a Moses (Toby Wallace), una suerte de versión australiana del trapero Cecilio G., supone la apertura a una nueva manera de estar en el mundo, ajena a normas y a conductas impuestas por terceros. Su conducta rebelde, anárquica y autodestructiva provoca una revolución en la joven, que se dispone a vivir lo que le pueda quedar de vida de la manera más auténtica posible. 

Una importante virtud del guion de Rita Kalnejais consiste en la descripción de unos personajes complejos, todos ellos problemáticos, tanto los jóvenes como los adultos. Aquí nadie se salva, pero, al igual que ocurría con el citado filme británico, son los jóvenes los que tienen que afrontar las miserias emocionales de una generación previa que no sabe lidiar con su inmadurez. Sin embargo, el detalle narrativo más destacable consiste en el desinterés por los puntos de giro. Tratándose de una cinta de tono melodramático, donde las emociones se expresan en exabruptos y sin rubor, lo más tentador para la narradora habría consistido en nutrirse de los grandes momentos de intensidad que ofrecen los puntos de giro. Sin embargo, muchos de ellos son eliminados por elipsis, o resumidos en títulos que reducen todo el componente melodramático —por ejemplo, descubrimos que la protagonista tiene cáncer porque se indica en un título que Milla empieza la quimioterapia— e incluso lo exponen de manera irreverente. La carga emocional se vuelca, por tanto, en las interacciones cotidianas, en las complejidades de la relación madre-hija o en el torbellino de sentimientos que es el amor adolescente. 

Esta manera de encarar el tono del relato es del todo problemática en el panorama cinematográfico actual, donde la solemnidad y la mesura coartan en buena medida cualquier intento de caminar por la cuerda floja. El hecho de que la directora haya apostado por una narración por momentos histérica y siempre manierista —en su estética preciosista al estilo festival de Sundance late el formalismo desatado de Douglas Sirk— es especialmente meritoria hoy en día, especialmente dentro de un género de por sí tendente a sufrir menosprecios y prejuicios como el melodrama. Solo hace falta analizar los textos escritos por reputados críticos, algunos tras su estreno en salas y otros tras su paso por el pasado festival de Venecia, para entender que quizás exista una fobia extendida hacia este tipo de propuestas. Elsa Fernández-Santos define el tono de la cinta como «pretencioso y afectado», Luis Martínez la cataloga de «melodrama amanerado, pomposo y casi televisivo», Nando Salvà insiste en la idea de lo televisivo al hablar de «material de telefilme», Sergi Sánchez recae en ella al considerar que la obra «se convierte en uno de aquellos telefilmes de la enfermedad de la semana tan propios de la sobremesa dominical», Josu Eguren señala que la película se fundamenta en «el disfrute culpable de una relación condenada a resolverse a golpe de lagrimón», y de nuevo Salvà, en otro texto, habla de «bandazos entre lo cómico y lo trágico sin encontrar el equilibrio tonal». A tenor de la dureza de sus valoraciones y de una notoria simpleza en la argumentación, podría entenderse que quizás hoy en día una cinta de estética indie que opta una narración desatada, abrazando lo melodramático, provoca urticaria en cierta manera de apreciar el cine, algo que en realidad no debería sorprendernos tratándose del género del que se trata.

Precisamente debido a esta situación, y con el afán de dar una visión alternativa a una cinta que, más allá de sus virtudes y defectos, propone una aproximación nada complaciente a un género defenestrado, y que por tanto merece un análisis que trascienda los lugares comunes, considero conveniente cerrar el texto con la brillante reflexión del crítico Ignacio Pablo Rico, quien expone que quizás sea todo un problema de expectativas: al comparar la recepción de Bajo la misma estrella con la de El glorioso caos de la vida, el crítico señala que «a la película de Boone [el director de Bajo la misma estrella], de claras hechuras comerciales, se le perdonaban la cursilería arrebatada y la apuesta por el efectismo melodramático, mientras que los aires indie de El glorioso caos de la vida inducen a diferentes expectativas. Como si Murphy tuviera que aclimatarse a una concepción átona de lo romántico y lo trágico». Como el propio autor señala, en el fondo quizás todo esto no sea más que «una manifestación habitual de elitismo cinéfilo».



EL GLORIOSO CAOS DE LA VIDA

Dirección: Shannon Murphy.

Reparto: Eliza Scanlen, Toby Wallace, Ben Mendelsohn, Essie Davis, Andrea Demetriades, Emily Barclay, Justin Smith, Charles Grounds, Arka Das, Jack Yabsley.

Género: melodrama. Australia, 2019.

Duración: 120 minutos.


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