La mirada milenial
Yago Paris Resulta fascinante cuando un director es capaz de captar en una única imagen la idea global de la película. Esto suele suceder al principio, como presentación de lo […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Yago Paris Resulta fascinante cuando un director es capaz de captar en una única imagen la idea global de la película. Esto suele suceder al principio, como presentación de lo […]
Resulta fascinante cuando un director es capaz de captar en una única imagen la idea global de la película. Esto suele suceder al principio, como presentación de lo que tendrá lugar, o al final, como cierre y resumen de lo que se ha presenciado. Este segundo caso es el de Frances Ha. La última toma del filme de Noah Baumbach consiste en un plano detalle del buzón de la protagonista (interpretada por Greta Gerwig), donde se puede leer el nombre que da título a la cinta. Ella en realidad se llama Frances Halladay, pero su nombre completo no cabe en el buzón, por lo que decide doblar el papel para que encaje con el espacio del que dispone, como se observa en las imágenes.
El último plano muestra el resultado final: «Frances Ha». En este momento comprendemos el porqué del título de la obra. La imagen funciona como metáfora del proceso vital que ha sufrido la protagonista. La joven de 27 años encaja a la perfección dentro de cierto espectro de la generación milenial, esa que pertenece a la clase media-alta intelectual, con altas aspiraciones artísticas y un eterno colchón de seguridad en forma de padres trabajadores e indulgentes que sustentan económicamente a sus hijos y sus planes vitales, por poco realistas que sean. Frances vive en Nueva York, la meca de este estilo de vida moderno y cool. Como siempre lo ha tenido todo, no es consciente de lo difícil que es vivir como ella vive. Como siempre lo ha tenido todo, no se esfuerza por lograr su objetivo —ser una bailarina profesional—, pues no es consciente de lo duro que resulta, y porque sabe que, si finalmente la cosa no funciona, siempre tendrá la protección familiar. Como resultado, Frances vive en un eterno estado de tardoadolescencia, y aunque tenga madurez intelectual suficiente como para apreciar expresiones artísticas de gran complejidad humana, sus acciones en el día a día, en lo que se viene a denominar «ganarse la vida», demuestran una flagrante inconsciencia.
El último plano del filme recoge, por tanto, el arco dramático del personaje. Encajar el nombre dentro del buzón parece una metáfora evidente sobre la idea de madurar como la aceptación de que la vida no es como uno espera y de que uno debe adaptarse a lo que esta ofrece. Sin embargo, detrás de esta interpretación clásica se esconde un detalle que dice mucho sobre cómo es este personaje. A la hora de doblar el papel con su nombre, la protagonista tiene que escoger entre doblar la parte del nombre o la del apellido, y no resulta casual que escoja la opción menos práctica pero la más directamente relacionada con la identidad. De esta manera, lo que el personaje deja ver es, ante todo, su nombre, cumbre del yo, uno de los aspectos más destacables de la sensibilidad milenial, que, en la era de la hipervisibilidad que ofrece internet, ha generado unas dinámicas de autoconsciencia que han provocado que las personas le den una importancia descomunal a su propia identidad. Más allá de una resultona pero convencional metáfora visual sobre el arco del personaje, el verdadero valor de este plano es su capacidad para expresar la mirada de la protagonista en una única imagen. Estos detalles convierten Frances Ha en una cinta estimable, y ponen de manifiesto que tanto Greta Gerwig como Noah Baumbach, pareja creativa de esta y posteriores cintas del director, han sabido entender aspectos muy relevantes de una generación que observan con fascinación.
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