Divino Amor
Sin pecado concebido Jesús Cuéllar En series como Black Mirror o El cuento de la criada, las distopías, más que alejarnos de nuestro mundo para situarnos en otro, se diría […]
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Sin pecado concebido Jesús Cuéllar En series como Black Mirror o El cuento de la criada, las distopías, más que alejarnos de nuestro mundo para situarnos en otro, se diría […]
En series como Black Mirror o El cuento de la criada, las distopías, más que alejarnos de nuestro mundo para situarnos en otro, se diría que nos acercan con una lente de aumento —más o menos distorsionada— al nuestro, para, a partir de ahí, trasladarnos a un futuro que, en ocasiones, resulta tan verosímil que casi podemos tocarlo con los mismos dedos con los que pulsamos el ratón. Divino amor, tercer largometraje de ficción del brasileño Gabriel Mascaro, antaño documentalista, participa de esa inquietante perspectiva. De no ser por la presencia ubicua de identificadores genéticos y personales, que indican en todo momento que el Estado sabe quién eres y dónde estás, el Brasil en el que viven la ferviente burócrata Joana, que se sirve de su trabajo en el registro para intentar evitar divorcios, y su marido Danilo, podría ser perfectamente el de Bolsonaro, y el propio director ha reconocido el vínculo entre ambos; es decir, la fuerza creciente del evangelismo radical en su país, del que es buena muestra su propio presidente, y la proyección de futuro que el director hace a partir de ese hecho.
El Brasil de Divino amor es un país que, aunque se sigue considerando laico, fomenta un modelo de familia tradicional y tiene una especial obsesión con la natalidad. La misma que su protagonista, que no logra quedarse embarazada, por más que su marido y ella lo intentan. Sin embargo, al contrario que en El cuento de la criada, donde esa obsesión se plasma de forma violenta y dictatorial, aquí todo parece fluir sin dramatismo. Mascaro retrata los bienintencionados afanes y el convencimiento de su protagonista, para quien, desde la fe imperante e incuestionada, todo puede aceptarse, incluidas las heterodoxas prácticas sexuales del grupo religioso al que ella y su marido pertenecen, que, aunque parezcan contrarias al conservadurismo del cristianismo evangélico, según ella contribuyen a reforzar precisamente esa forma de entender la fe.
En esta su segunda colaboración con el director de fotografía mexicano Diego García, que ya trabajó en su película anterior, Boi neon, Mascaro crea un entorno kitsch, de suaves tonos pastel, que describe con cierto respeto y bastante sosiego un mundo hipertradicional y claustrofóbico que esconde, literalmente en su seno, sorprendentes paradojas, siempre justificadas por las polisémicas Escrituras. Si en su primera película de ficción, Viento de agosto (2014), Mascaro ya mostraba tangencialmente su interés en la religiosidad popular, que combina lo cristiano con lo pagano, por ejemplo en la figura de la rezadeira que limpiaba los pecados de uno de los protagonistas, en Divino amor ese interés constituye el núcleo de un filme que refleja el choque entre la religión institucionalizada y lo que podría considerarse la inesperada materialización de uno de sus dogmas, el de la concepción virginal. Y lo hace, en líneas generales, sin la ironía con la que otros autores como Jean Luc Godard (Je vous salue, Marie, 1984) o Eugène Green (Le fils de Joseph, 2016) se han acercado al cristianismo y sus presupuestos.
Sin embargo, es precisamente esa aparente falta de distanciamiento respecto a la historia inverosímil que se narra lo que, de la mano de Mascaro, nos permite adentrarnos en el sentir y la perplejidad de Joana. La protagonista del filme acabará descubriendo, muy a su pesar, el potencial subversivo de su propia fe, puesto que, llegado el momento de la verdad, sus correligionarios se negarán a aceptar hasta sus últimas consecuencias las irresolubles paradojas que conllevan sus creencias comunes.
DIVINO AMOR
Dirección: Gabriel Mascaro.
Reparto: Dira Paes, Júlio Machado, Emílio de Melo, Teca Pereira, Mariana Nunes, Thalita Carauta.
Género: drama distópico. Brasil, 2019.
Duración: 101 minutos.