Irene Bullock


Norma Desmond (Gloria Swanson) esconde su decadencia en una gran mansión digna de una vieja gloria del cine mudo. Cuando Joe Gillis (William Holden) la pisa por primera vez, no sabe que se convertirá en su prisión. Lo que ve es un viejo caserón como el de Grandes esperanzas de Dickens, y siente que en cualquier momento se va a encontrar frente a frente con la señorita Havisham, la millonaria anciana, amargada y con el corazón roto, que espera eternamente al amado que la dejó plantada en el altar. Pero quien sale a su paso es una gran diva olvidada, podrida de dinero, que quiere regresar de nuevo a la gloria con un guion escrito por ella misma. Un guion sobre un personaje bíblico: Salomé. Y ese será el cebo para encerrar a Joe entre esas cuatro paredes.

Norma Desmond es una delicada y compleja señorita Havisham que se comporta como una Salomé que pide finalmente la cabeza del guionista. La mansión se convierte en una jaula con habitaciones sin cerraduras; con fotografías antiguas, goteras y polvo; con un piano tétrico, una pantalla de cine donde se proyectan películas mudas y una gran piscina. Cuando Joe conoce a Norma Desmond, a esta se le ha muerto su mascota, un mono, y la diva, apartada del mundo, necesita otra para su jaula de oro. Decide, entonces, que su nueva mascota sea un guionista de Hollywood. Billy Wilder describe en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, EE.UU., 1950) un Hollywood duro y negro, pero que también provoca en sus habitantes adicción y pasión por el trabajo que realizan. La película ofrece una poderosa historia de cine dentro del cine.

Esta obra cinematográfica supuso la última colaboración de Billy Wilder con el guionista Charles Brackett. Ambos dejaron una trayectoria brillante y esta película es el colofón de oro: un guion oscuro sobre Hollywood, pero también un canto de amor  hacia la figura del guionista. Después de joyas como Ninotchka, Si no amaneciera, Berlín Occidente o Días sin huella,  Wilder y Brackett escribieron un último trabajo donde se meten de lleno en un oficio que conocen bien. Así, tienen la osadía de convertir a un guionista muerto en narrador. Y es su voz en off la que nos cuenta la historia. Y desde esa película que va tejiendo en el más allá, mezcla magistralmente distintos géneros. El narrador no tiene reparos en emplear las claves del cine negro, pero también maneja la intriga, el terror, el humor negro o un romanticismo exacerbado.

Historia de tres parejas  

Una de las miradas posibles y apasionantes sobre El crepúsculo de los dioses es analizar la historia que cuenta a través de las dinámicas y las relaciones que se establecen entre las tres parejas protagonistas: Norma Desmond y Joe Gillis, Norma Desmond y Max von Mayerling (Erich von Stroheim), Joe Gillis y Betty Schaefer (Nancy Olson).

Como cuento siniestro del guionista gigoló y la diva del cine mudo decadente, lo interesante de la historia de Desmond y Gillis es que a pesar de su relación tóxica, ambos logran crear un universo artificial en el que encuentran un cierto equilibrio, aunque al final termine resquebrajándose. Es imposible vivir totalmente aislados del mundo exterior. Joe Gillis pasa en un abrir y cerrar de ojos de depredador a víctima, pues le queda la suficiente humanidad como para captar la fragilidad de Norma Desmond y su desconexión de la realidad. Eso le hace no ser cruel ni aprovecharse de la situación. Y ella pasa de víctima a verdugo porque se niega a salir de la jaula de oro que ella misma se ha construido. No quiere que la realidad irrumpa en su mundo y no quiere a ningún guionista gigoló que le ponga la verdad ante sus ojos; es más, llegará al límite para impedir que este salga de la jaula. El drama es que Norma no puede habitar siempre en su mundo de cine mudo, viendo una y otra vez sus viejas obras del pasado, imitando a las bañistas de Mack Sennett o transformándose en Charlot para hacer reír al amado. Ni Joe Gillis puede estar toda la vida huyendo en su flamante coche de las deudas, de su fracaso laboral y del caos de su existencia. Cuando ambos tratan de enderezar el rumbo de sus vidas, ya es demasiado tarde. Salir de ese universo artificial supone la muerte de uno y la pérdida de la cabeza de la otra.

Norma Desmond y Joe Gillis representan también el enfrentamiento de dos maneras de entender el cine. La magia y sofisticación del cine mudo que se forjó con pioneros y se sumergió en los locos años veinte, después de pasar la Gran Guerra, con el cine sonoro, más curtido y desencantado, que encadenó los golpes de la Gran Depresión con la Segunda Guerra Mundial y, después, con los aires oscuros posteriores al conflicto. Desmond arrastra el pasado del antiguo Hollywood, ese que de la nada se convirtió en una fábrica de sueños, pero que también instauró un mundo despiadado y cruel que revelaba ya las luces y sombras del sistema de estudios. Y contrasta con el espíritu cínico y desencantado de un mundo que ha perdido la inocencia y que tiene el rostro de Gillis. Él es protagonista de un género innovador, que refleja además el alma de una época, el cine negro. Joe Gillis se sale de las normas del cine clásico y habita una historia que se acerca más a lo que son y serán las olas europeas.

Norma Desmond y Max von Mayerling

Norma Desmond habita su mansión con su inseparable mayordomo de vieja escuela, Max von Mayerling. Ficción y realidad se funden en sus rostros. Ellos son Gloria Swanson y Erich von Stroheim. Ambos eran grandes en el cine silente y sus historias llegaron a cruzarse. Cuando protagonizaron El crepúsculo de los dioses, los dos eran ya rostros del pasado. Al igual que sus personajes, su gloria cinematográfica estaba sepultada en el olvido. Desmond y Von Mayerling, sus personajes, van desenredando una trama con aires de melodrama noir. La sorpresa viene cuando se descubre que ese mayordomo protector no es más que el primer marido de Norma. Este, en el pasado, fue su director de cabecera y filmó sus películas mudas de éxito. Max se separó de ella y cayó en una depresión, por eso decidió, para mantener su salud mental, estar siempre a su servicio.

En los rostros de Swanson y Von Stroheim se reflejan la cara y la cruz de la industria de los sueños. Ella era una de las reinas del cine mudo, pero cuando llegó otra forma de hacer cine, se retiró de la pantalla y se dedicó a otros menesteres. Fue una mujer rebelde con una fuerte personalidad y una tormentosa vida amorosa. Él fue un gran director de cine, pero se salió tanto de los cánones de la industria que terminó en los márgenes. No pudo terminar alguna de sus obras cinematográficas e incluso dejó de dirigir. No encajaba en el sistema de estudios. De vez cuando escapó del olvido con sus trabajos como actor.

Max y Norma tienen un ritual en el que hacen partícipe a Joe. Proyectan las viejas películas de la Desmnod. Y ambos quedan siempre hipnotizados ante las imágenes, que ven una y otra vez. Las secuencias que proyectan en una de estas sesiones son de una película muda inacabada: La reina Kelly (1929). Pues bien, esa película existe, la protagonizó Gloria Swanson y la dirigió Erich Von Stroheim. El rodaje esconde otra historia apasionante porque además supone el momento más ambicioso y sublime de sus respectivas carreras, pero también el mayor de los batacazos. De hecho, la película no solo no se terminó, sino que propició la ruptura profesional y personal de Swanson y Von Stroheim. No se vieron durante años, hasta que volvieron a reencontrarse en El crepúsculo de los dioses. Y fue un momento dulce para ambos. Corrían los años cincuenta y los dos habían recorrido ya mucho en la vida. De tal manera que se reconocieron, se admiraron, dejaron viejas rencillas y se volcaron en la película.

Joe Gillis y Betty Schaefer

La tercera pareja está formada por la joven ayudante en el departamento de guiones, Betty Schaefer, y  Gillis. Ella encarna la frescura, la inocencia, la sinceridad y la pasión por el trabajo bien hecho. Betty también es Hollywood y forma parte del ejército de profesionales apasionados que creen en el cine y se vuelcan en él (como su prometido, un ayudante de dirección), porque siempre aspiran a contar buenas historias. Ella es una guionista ávida de aprender. Además se convierte en la posible llave para que Gillis salga de su jaula. Con Betty, Joe recupera otra vez las ganas de escribir un buen guion, y los dos trabajan juntos en la oficina hasta las tantas de la noche. Betty Schaefer dibuja otro futuro a Joe Gillis y este sueña con tocarlo con la punta de sus dedos. Pero opta por no estropear la relación, es decir, por no descubrir a Betty el mundo de decadencia y fracaso en el que está hundido. Gillis prefiere alejarla de su compañía para que la joven siga su carrera con pasión, con una mirada limpia. Los dos se enamoran mientras trabajan y crean. Y, juntos, pasean entre los decorados vacíos de la Paramount, futuros escenarios de buenas historias, para despejarse y para darse cuenta de que son algo más que colegas de trabajo.

Dentro de estas tres parejas hay dos generaciones de actores que se comportan de distinta manera frente las cámaras, y, sin embargo, la combinación entre los cuatro resulta muy significativa. La destreza y variedad gestual de Gloria Swanson, que además juega con sus manos hipnóticas en distintos momentos relevantes de la trama, choca con la sobriedad y modernidad de un William Holden que logra dar cuerpo a un atractivo perdedor de cine negro. El hieratismo y misterio de Erich von Stroheim, que lo dice todo con solo una mirada o con movimientos muy contenidos,  es muy diferente a la frescura y espontaneidad de Nancy Olson, toda naturalidad ante la cámara.

Cameos de lujo

Cada secuencia, cada fotograma, cada gesto, cada palabra es un referente cinematográfico. Uno de sus momentos más míticos es una reunión de viejas glorias para jugar a las cartas con Norma Desmond. Joe Gillis los contempla y piensa que son como figuras de cera. Uno de ellos es uno de los genios del cine cómico mudo americano, Buster Keaton. No necesita presentación. En la mesa se sienta otra dama, Anna Q. Nilsson, una sueca que conquistó Hollywood antes que Greta Garbo. Y el tercer jugador es H.B. Warner, un rostro inconfundible del universo de Qué bello es vivir, ya que interpretó al dueño de la droguería donde trabaja George Bailey. Warner nunca dejó de ser un buen actor de reparto, pero durante el cine mudo había sido todo un hito. Por eso, se convirtió en Jesucristo en la versión silente de Rey de Reyes, dirigida por Cecil B. DeMille.

Y precisamente DeMille hace de él mismo en los estudios de la Paramount. Se trata de otra de las secuencias clave de la película. Norma Desmond piensa en él para que  dirija su ansiada vuelta a la pantalla. Como no consigue hablar con él por teléfono, decide ir personalmente al plató donde este trabaja. La diva sale de su jaula de oro y visita el estudio donde fue reina y donde ahora solo es un fantasma. DeMille, el rey del cine espectáculo, la dirigió en los buenos tiempos. Mientras que ella cayó en el olvido, él sí que supo lidiar con la transición del cine mudo al hablado, y sigue al mando de superproducciones espectaculares.

Realmente DeMille, durante el rodaje de El crepúsculo de los dioses, estaba rodando una de sus películas más recordadas, Sansón y Dalila. Y también es cierto que dirigió varias veces a Gloria Swanson, una de sus musas, cuando esta era una de las reinas de Hollywood. Se presenta a Cecil B. DeMille como alguien con poder, como un profesional exigente, pero que trata con delicadeza a Norma Desmond y procura recordarles a todos la importancia que tuvo la actriz en su época. A la vez es un hombre realista y sabe que la Desmond ya no tiene hueco en la industria. No obstante la protege en todo momento y  vigila para que no la humillen.

Por último, cuando Norma cae totalmente en la locura, y es acosada por la prensa, Max logra que piense que la están filmando en su triunfal vuelta al mundo del cine. En esta escena no podía faltar Hedda Hopper, la reina del chismorreo.

Las películas que dejan huella tienen un principio que atrapa, un desarrollo que mantiene el interés y un final que deja clavado al espectador en el asiento. Eso es lo que pasa con El crepúsculo de los dioses. No es posible no dejarse seducir por un cadáver que flota en una piscina y que se anuncia narrador de una historia. Todo espectador quiere saber cómo ha llegado a esa situación y para eso tiene que dejarse enredar por el desarrollo de la historia. Es difícil olvidar su final, una Norma Desmond que, creyéndose Salomé, baja las escaleras, hipnotizando a todos con su mirada y sus manos, totalmente desconectada de la realidad, atraída por las cámaras que no dejan de rodar su desgracia y siendo, finalmente, devorada por ellas.



Puedes ver EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES en diferentes plataformas.


 

7 Comentarios »

  1. Hola Irene:
    ¡Qué Grande es el CINE! Y que importantes las películas/monumento que lo hicieron crecer hasta otra dimensión.
    Norma Desmond es un nombre perfecto; pero Gloria Swanson (Gloria Cantodecisne) sería el nombre pluscuamperfecto para el personaje.
    Un placer leerte. Manuel

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  2. ¡Manuel, buenas tardes!
    Muchísimas gracias por el comentario. Para mí es placer escribir sobre estas películas.
    Qué grande está Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses.
    Es una película que se puede analizar desde un montón de miradas, por eso nunca se cansa uno de verla una y otra vez.
    Pero siguiendo con Gloria, en La reina Kelly está increíble. Qué pena que sea una película inacabada. La unión de Swanson y Stronheim al completo hubiese sido una cumbre por lo que ya se intuye con el metraje rescatado.
    Otro placer es verla en La frágil voluntad, como Sadie Thompson, genial personaje literario de Somerset Maugham. Sadie Thompson es otro personaje cinematográfico que me gusta, donde también Joan Crawford está magnífica en la versión hablada, Rain.
    Sí, Manuel, qué grande es el cine. ¡Repito tu frase!

    Con mucho cariño
    Irene Bullock

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  3. ¡Uff, necesito revisitar esa mansión imposible! Hace mucho que no veo esta película, pero es imposible olvidarla, no importa cuánto tiempo haya pasado. Siempre que la veo me quedo embobada con la inmensa valentía de Swanson (y de von Stronheim también) de ponerse en la piel de lo que el público imaginaba de ellos, que no necesariamente – al menos en el caso de Swanson, tengo entendido – coincidía con la realidad.-
    Me falta ver su filmografía del período mudo y tengo pendiente conseguir un ejemplar de sus memorias, deben ser imperdibles. Hay una foto de Swanson que me encanta, en donde se la ve con el cabello ya cubierto de canas y una gran sonrisa que contagia vitalidad y que pinta una imagen bien distinta de la de Sunset Boulevard. En todo caso, creo que Holden es más parecido a Gillis que Swanson a Desmond y la genialidad de Swanson y del equipo Wilder-Brackett es convencernos de que eso que estamos viendo en la pantalla es a la propia Swanson.-
    Y qué juego de espejos propone esta película, con nosotros viendo a los personajes viendo a los actores en la pantalla. Gracias por traérnosla de vuelta, querida Irene.-
    Besos, Bet.-

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  4. Amiga Bet, cómo me ha gustado la fotografía de Gloria, qué anciana tan atractiva y vital. Mil gracias. Cómo me gusta leerte.
    A mí me encantó revisitar la película de nuevo. El juego de espejos es interesantísimo. Y efectivamente Gloria estaba lejos de la Desmond. En un principio no se pensó en ella para el papel… ¡¡¡llamaron a Mae West y a Mary Pickford!!!
    ¿Sabes, una cosa? Adoro a William Holden y me gusta muchísimo en esta película. Él estaba de capa caída, y el papel de Joe Gillis volvió a ponerle en órbita durante mucho tiempo.

    Con mucho cariño
    Irene Bullock

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  5. Me ha encantado el análisis que le dedicas a esta joya del cine. Esa atención a varias bandas de las relaciones entre los principales personajes me ha parecido de lo más enriquecedora, exprimiendo al máximo sus implicaciones. Es un lujo leer textos como el tuyo y seguir descubriendo aspectos de películas que no te cansarías de ver. «Sunset Boulevard» es uno de mis largometrajes favoritos y por eso es un placer continuar saboreándolo a través de nuevos visionados y de lecturas como esta. Muchas gracias, apreciada Irene.

    Junto con «Fedora» compone un díptico muy especial. En esta con la televisión, que aparece ya en sus créditos iniciales, como nuevo medio que propició una nueva crisis en el cine. Su protagonista femenina es otra gran víctima de un éxito volátil con el tiempo. Aunque fue un fracaso en su día y se le considere una obra menor en la filmografía de Billy Wilder, creo que contiene aspectos muy interesantes y es un título a reivindicar. En su juego de conexiones con «El crepúsculo de los dioses», el personaje de William Holden resulta esencial.

    ¡Que viva el gran cine y su divulgación!

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  6. ¡Amiga Ana, qué alegría más grande leerte!
    Bienvenida, para Irene Bullock es un placer que me escribas. Ya sabes que yo también disfruto de tu magnífico blog, Atmósfera cine.
    No me extraña que te guste El crepúsculo de los dioses ¡es una película tan rica! Tiene tantas miradas. Y estás en lo cierto: qué sesión doble más especial El crepúsculo y Fedora.
    Grito contigo: ¡Que viva el gran cine y su divulgación!

    Con mucho cariño
    Irene Bullock

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