Irene Bullock


En una sola secuencia Preston Sturges regala uno de los homenajes más hermosos y emocionantes a la comedia cinematográfica. Es el momento clave de Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, EE.UU, 1941), donde la película adquiere todo su significado, pues conviene recordar que, cuando se estrenó la película el 5 de diciembre de 1941, la sociedad estadounidense no lo estaba pasando bien, salía de la crisis del 29 y  estaba a punto de entrar de lleno en la Segunda Guerra Mundial.  

La cámara de Sturges rueda el interior de una humilde iglesia afroamericana donde los feligreses, bajo la dirección del párroco, preparan el recinto para una proyección de cine. Este les advierte de que, como otras veces, van a recibir a unos invitados especiales y que harán todo lo posible por que estos se encuentren cómodos. Pide que se dejen libres las primeras filas. Una vez que la pantalla, el proyector y la pianista están preparados, todos empiezan a cantar «Go Down Moses», un espiritual negro clásico.

Fuera de la iglesia todo está rodeado de niebla, y surge de la oscuridad una fila doble de hombres presos, encadenados por los tobillos, junto a los guardianes con escopetas, que avanzan despacio al ritmo de la canción. Entran en  el recinto, se quitan los sombreros, y la cámara de Sturges se  centra solo en sus piernas que recorren el pasillo hasta que llegan a los bancos donde los reos se sentarán. Una vez que están todos preparados, incluido el protagonista de la historia, John L. Sullivan (Joel McCrea), el párroco pide que quien esté más cerca de las luces las apague. Hombres y mujeres bajan la luz de los quinqués, y el foco del proyector se enciende. El sonido peculiar de la proyección llena la sala. Es un momento mágico.

En la pantalla se pasa un corto de Disney, El travieso Pluto (1934). Y se van insertando primeros planos de los presos, los guardianes y los afroamericanos riéndose sin parar. De pronto, John L. Sullivan, que se encuentra viviendo una auténtica pesadilla durante varios días, se sorprende a sí mismo al soltar una carcajada. Extrañado, mira a su compañero de fila y le pregunta si es cierto que se está riendo. Este tan solo señala la pantalla, y los dos no paran de reírse. Sullivan acaba de descubrir que no es ninguna tontería su oficio: rodar comedias de cine. Pero hasta ser consciente de esto ha vivido toda una odisea.

El director de comedia, un noble oficio según Preston Sturges

En su momento de máxima creatividad, el guionista y director Preston Sturges realizó Los viajes de Sullivan. Ese mismo año había filmado  Las tres noches de Eva y todavía le quedaban por rodar las divertidísimas Un marido rico, Salve, héroe victorioso y El milagro de Morgan Creek. En su breve filmografía como director tan solo hay comedias. Él mismo en sus memorias inacabadas, Preston Sturges by Preston Sturges: his life in his words, explicó la necesidad que tuvo de rodar esta obra cinematográfica: «Después de ver un par de películas de mis colegas directores de comedias que parecían haber abandonado la diversión por el mensaje, escribí Los viajes de Sullivan para satisfacer mi deseo de decirles que se estaban poniendo un poco profundos, que dejaran los sermones para los predicadores». La ironía del asunto es que él terminó haciendo también una valiosa película con mensaje sobre la necesidad de provocar la carcajada sin más a través de la realización de comedias cinematográficas. Y lo hizo con ese ingenuo director mimado de Hollywood, John L. Sullivan, y sus viajes. Este personaje revela al espectador el poder de la risa. Como explica Sturges en su autobiografía, fue despojando a Sullivan de todo durante sus distintos viajes: de salud, de fortuna, de nombre, de orgullo y de libertad. Pero este se da cuenta finalmente de que no le pueden arrebatar una cosa: la capacidad de reír. Por eso Sullivan termina dando valor a su trabajo como creador de comedias.

Desde que empieza su película, Sturges tiene claro lo que quiere contar. Y lo hace con una dedicatoria: «A la memoria de todos los que nos han hecho reír: saltimbanquis, payasos, bufones de todas las épocas y naciones, cuyos esfuerzos han aliviado nuestras preocupaciones». Pero los cómicos  también nos hacen pensar y reflexionar, como lo hace Sullivan, el ingenuo protagonista, y todos los que le rodean en esta aventura: desde sus mayordomos, personajes impagables, hasta la chica que ha tirado la toalla como actriz (Veronica Lake) o los miembros de la caravana publicitaria que le acompañan durante sus primeros viajes.

A continuación de la dedicatoria, hay un fundido a negro y dos hombres pelean violentamente en un tren hasta que caen a un río. De pronto aparece la palabra «Fin». Es la proyección de una película con una fuerte carga social que está viendo Sullivan con sus dos productores. Después de este visionado, el joven director, famoso por sus comedias ligeras, les expone sus ganas de realizar una producción que sea «el espejo de la vida», pues «quiero que plasme la dignidad y el sufrimiento de la humanidad». El ambicioso artista quiere «hacer algo muy importante que os enorgullezca, algo que muestre las posibilidades del cine como el medio sociológico y artístico que es». Y entonces uno de los productores especifica que lo que quiere Sullivan es algo «parecido a Capra». Sullivan lo mira alucinado, y le pregunta si tiene algún problema con Frank Capra.

Precisamente Capra ese año estrenó la maravillosa Juan Nadie, una tragicomedia con mucha miga y muchas advertencias sobre lo que estaba pasando en el mundo. Pero es curioso que entre sus documentales de guerra, el director italoamericano iba a rodar más adelante su comedia más negra y divertida, Arsénico por compasión (1944), sin mensaje alguno (como haciendo caso a la advertencia de Sturges). Y es que como vemos en el guion de Los viajes de Sullivan, Preston Sturges ya se está refiriendo a uno de sus compañeros de batalla que se ha puesto profundo (pero, eso sí, creando también joyas cinematográficas como la mencionada o Caballero sin espada). Sturges no quiere que se olvide la importancia de saber hacer reír sobre todas las cosas en tiempos malos.

Los productores dan con el punto débil de Sullivan para que no siga con dicha empresa y se dedique a sus comedias ligeras, que además les aportan beneficios seguros. Le hacen ver que es un millonario mimado que no sabe de la vida, que nunca ha sufrido ni pasado calamidades. Pero el joven director lejos de amilanarse decide seguir adelante con su proyecto O Brother, where art thou? (curiosamente, los hermanos Coen titularon en 2000 una de sus películas, una versión cómica de La Odisea en la Depresión americana, exactamente igual que el proyecto cinematográfico que nunca llegará a rodar Sullivan), y aprender de la vida antes de realizarla. Quiere vestirse de persona sin hogar y salir tan solo con diez centavos en el bolsillo.

La vida como una screwball comedy

Lo que hace Sturges en los primeros viajes que emprende Sullivan para saber sobre el sufrimiento de la vida es introducir en ellos varios estilos de comedia: sobre todo la screwball comedy (en las películas de este género no solo había risas, sino que se reflejaba una sutil crítica social, y también estaba presente la guerra de sexos), pero no falta la comedia más física o el slapstick (que llegó a la excelencia en el cine mudo) y la pantomima, pasando por un homenaje a la sensibilidad de Charlot, el vagabundo, con secuencias que reviven El chico.

Los viajes del protagonista terminan trazando una trayectoria descendente del personaje de la comedia a la tragedia. O de la vida como un juego inocente, sin problemas que desgastan física y mentalmente, a una situación en la que poco a poco el personaje es despojado de todo, incluso de su identidad, y se convierte en un hombre sin orgullo ni libertad, obligado a trabajos forzados y sin posibilidad de defensa. Sullivan que vive continuamente en una screwball comedy desciende a una realidad que hace daño. En ese momento descubrirá el valor de la risa.

Cuando se prepara para su primer viaje, con toda una maquinaria publicitaria detrás de él (una caravana que controla su viaje y que va a generar publicidad cinematográfica para su proyecto), sus mayordomos no ven con buenos ojos la aventura que va emprender. Además saben que no está en absoluto preparado (uno teme que qué va a ser de él solo con diez centavos en su bolsillo). Los mayordomos saben de lo que hablan, lo que significa la pobreza y pasarlo mal, por lo que miran con recelo la ingenuidad del director. Sobre todo uno de ellos lanza muy serio sus críticas y Sullivan se queda abrumado y le dice al otro mayordomo: «De vez en cuando se pone muy dramático».  Lo que este hombre le expone al ver su indumentaria es: «Nunca me ha parecido bien caricaturizar al pobre y el necesitado, señor», y añade cuando se entera del tipo de película que quiere hacer: «Los pobres conocen muy bien la pobreza, señor, y solo a los ricos morbosos puede parecerles interesante el tópico». A continuación realiza reflexiones complejas que el director, en su inocencia e ignorancia, no entiende en absoluto.

Al final del primer fallido viaje, Sullivan acaba en una cafetería donde una chica (Veronica Lake) le invita a desayunar creyendo que es un hombre necesitado, con hambre. Posteriormente ella se convierte en una improvisada e imprescindible compañera durante los dos siguientes viajes. La chica (igual que sucedía a menudo en las películas de Charlot con sus personajes, este no tiene nombre propio) le dice, una vez que se entera de su identidad, que debe protegerlo, que ella sabe más de la mala vida. Cuando ella se encuentra por primera vez con Sullivan, está a punto de tirar la toalla y prescindir de sus sueños. Al enterarse de que su  nuevo amigo es director de cine,  espera ilusionada que le presente a Ernst Lubitsch. Y aquí vemos a otro de los directores de comedia que Sturges consideraba todo un maestro, que al año siguiente habría de estrenar uno de los hitos de la comedia cinematográfica, Ser o no ser.

Así, con la chica, Sullivan vivirá el segundo y tercer viaje. Y sobre todo en este último, Sturges los pintará como dos personajes charlotianos donde no hacen falta las palabras para explicar sus experiencias y sentimientos. Solo las imágenes y sus acciones acompañan a estos dos personajes por la cadena de recursos sociales que recorren diariamente los ciudadanos  sumidos en la pobreza.

La revelación

Sullivan ya no protagoniza una screwball comedy en su cuarto viaje. Su vida siempre ha sido una comedia alegre y alocada, pero en  esta última aventura, el personaje choca violenta y frontalmente con la realidad. Se encuentra de frente con esa pobreza que, ya le había advertido su mayordomo, es una realidad mucho más compleja y difícil de explicar. Una pobreza sin caretas ni tópicos. Y ahí  experimentará la revelación de la risa y la oportunidad de apreciar el cine divertido, cómico y popular que realizaba como director, y que estaba menospreciando. Ese cine que es capaz de hacer reír en los momentos más duros, y que consigue que el espectador que sufre tenga un respiro.

En un post de El blog de Hildy Johnson sobre la ilusión cinematográfica hay un párrafo para entender lo que Sturges cuenta en esta película: «Recuerdo que una de las cosas que más me llamó la atención de un libro del profesor José María Caparrós Lera (100 películas sobre Historia contemporánea) fue cuando ilustra con películas la etapa de la Depresión americana y en un momento dado se refiere a una tesis doctoral sobre el mundo rural de otro profesor, Andreu Mayayo, que tiene una parte que habla sobre Las uvas de la ira de John Ford y ahí escribe: “El cine durante el New Deal se convirtió en un espectáculo de masas, desde 1927 con la banda sonora incorporada. Los norteamericanos, en plena depresión económica, reivindicaron la entrada gratis para el cine, ya que lo consideraban una necesidad básica como el pan y el vestido. Había hambre de cine…”».

Y es de esto de lo que habla Preston Sturges: de saciar ese hambre de cine durante una hora y media o más para poder meterse en otro mundo y, a ser posible reír, y de esta manera volver a una dura realidad con las energías recargadas.


Puedes ver LOS VIAJES DE SULLIVAN en Filmin



 

4 Comentarios »

  1. Kris, muchas gracias por pasarte por aquí.

    La obra cinematográfica de Lubitsch es una auténtica gozada, e imposible resumirla en pocas palabras. Tiene una manera de contar tan elegante y depurada… Una puesta en escena con un dominio tan perfecto del lenguaje cinematográfico que ver cada película se convierte en algo que merece la pena. Ahí está ese famoso «toque Lubitsch», esa forma de contar muy característica a través de las imágenes. De sugerir en vez de mostrar… Ese uso de los espacios, de las ventanas y las puertas, de los objetos, del sonido o las inteligentes elipsis…
    Así que te remito mis preferencias.

    Tiene joyas en su etapa muda estadounidense como «Los peligros del flirt» o «El abanico de Lady Windermere», donde ya hay un gran director en marcha (hay muchísimo cine silente alemán antes del salto a EE UU, no solo sus dramas históricos, sino obras como «La princesa de las ostras», donde Lubitstch fue adquiriendo el «lenguaje» que le haría famoso).

    De su primera etapa sonora es una gozada ver los musicales pre code (películas anteriores al código de censura, al código Hays) como «El desfile del amor» o «El teniente seductor», operetas ligeras, elegantes y sofisticadas… y muy divertidas.

    Antes de sus comedias pre code con Miriam Hopkins como musa («Una mujer para dos» o «Un ladrón en su alcoba», ¡no hay que perdérselas!, son además tremendamente modernas), rodó una película que hoy permanece bastante olvidada, un drama sobre la primera guerra mundial, que merece toda la atención. Para mí fue todo un descubrimiento: «Remordimiento» (1932). ¿Recuerdas la reciente película de Ozon, «Frantz»? Pues Ozon realizó un remake libre de «Remordimiento». Lubitsch rueda un final hermosísimo e inolvidable. Emocionante.

    Yo empecé a amar a Lubitsch por tres películas que vi varias veces durante mi infancia y que ahora no dejo de ver en cualquier ocasión. Si me preguntasen por preferencias pondría en primer lugar «El bazar de las sorpresas», no solo la historia que cuenta y cómo la cuenta es sencilla y maravillosa, sino que hasta el personaje más secundario entre los secundarios está perfectamente construido. En segundo lugar, «Ninotchka», una preciosa comedia romántica que pone frente a frente, y pega collejas por todos lados, al comunismo y al capitalismo. Y, por último, la que nombro en este artículo, «Ser o no ser», en tiempos difíciles (1942), Lubitsch rodó una inteligente y divertidísima comedia antinazi.
    Pero también están «La octava mujer de Barbazul», «Ángel» o «El pecado de Cluny Brown» que siguen mostrando en muchas de sus secuencias por qué es un cineasta a reivindicar continuamente.

    Siento no ser excesivamente exhaustiva y simplificar tanto, esto tan solo es una pequeña guía o un caramelo por una obra que merece la pena visitar una y otra vez y analizar a fondo.

    Con mucho cariño
    Irene Bullock

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  2. Otra película que no he visto (suspiro). Pero qué bello paseo por la filmografía de Lubitsch has dado en los comentarios y hoy me encuentro con la sorpresa de que El Blog de Hildy Johnson trae reseñas de mis dos favoritas del período pre-code del director (o al menos las dos que más he visto, que siempre es complicado elegir las favoritas). Me anoto Remordimiento, que aún no he visto pero está hace tiempo entre mis pendientes.-
    Muchos besos, qué bueno leerte como siempre, Bet.-

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  3. Amiga Bet, qué alegría y ánimos me da también leerte. Intuyo que va a gustarte mucho Los viajes de Sullivan. Tengo esa sensación. Las comedias de Preston Sturges son joyas y algunas de ellas tremendamente divertidas. Esta además, a mi parecer, es muy especial.
    «Remordimiento» de Lubitsch es una de las grandes desconocidas de su filmografía y para mí una película hermosísima. Ojalá puedas verla pronto.
    El tecleo de mi máquina y la de Hildy van a la par en estos días, las dos queremos estar bien presentes. Sí, Lubitsch en vena en el blog de Hildy.

    Con mucho y especial cariño
    Irene Bullock

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