Puertas cerradas

Yago Paris


Yoav (Tom Mercier) es un israelí que ha renunciado a su nación, debido a la cruenta cultura de la confrontación que fomenta y, probablemente, también a un traumático pasado en el servicio militar. En su huida desesperada llega a Francia, con la intención de integrarse como el más parisino de los parisinos. Este es el punto de partida de Sinónimos, la nueva película de Nadav Lapid, ganadora del Oso de Oro a la mejor película en el pasado festival de Berlín. El protagonista se esfuerza todo lo posible por encajar en su nueva realidad, y para ello imita los estereotipos de lo que significa ser francés. Y, como esto no es más que una película, el protagonista se comporta como un personaje salido de la nouvelle vague, una corriente paradigmática del intelectualismo francés. Este es el dardo envenenado que el autor de La profesora de parvulario envía al cine de autor contemporáneo, estancado en dinámicas manidas y artificios que difícilmente explican el mundo actual.

Con esta decisión, el cineasta reflexiona acerca de la manera en que el cine aborda aspectos como la cultura, la sociedad y el cruce de caminos entre las dos realidades que se produce en la multiculturalidad de ciudades cosmopolitas al estilo de la capital de Francia. Lapid reflexiona sobre la producción cinematográfica, pero en ningún momento se olvida de la crítica social, y es aquí donde busca un espacio para poner en evidencia ambos lados del asunto: en primer lugar el rechazo naíf de la cultura que da forma al individuo, como si cortar los lazos fuera una simple cuestión de un cambio de localización; y en segundo, la hipocresía de una sociedad que se enorgullece de valores como la razón, la igualdad o la democracia, mientras explota a la comunidad inmigrante, carente de verdaderas oportunidades de prosperar.

El doble juego narrativo, metacinematográfico y de crítica social, aparece desde el primer minuto de metraje. Yoav entabla amistad con una pareja de jóvenes intelectuales de clase alta, estableciéndose un complejo triángulo amoroso que recuerda con facilidad al que se formaba en Soñadores (2003), una cinta de similares aspiraciones. Mientras Yoav se muestra como una figura prototípica del cine modernista francés —emplea frases recargadas y pedantes, se comporta de modo errático y tiende al existencialismo—, sus dos nuevos amigos,mucho más naturales, parecen aprovecharse de él, utilizándolo como una suerte de entretenimiento con el que animar el océano de tedio donde habitan. Mientras Yoav trata de encontrar su sitio en esta nueva realidad, malvive en un piso de mala muerte y apenas gasta dinero en comida mientras trata de encontrar una salida laboral. Y lo cierto es que lo único que encuentra es aquello que más rechaza: trabajos creados por y para israelíes —por ejemplo, un puesto de seguridad en la embajada de su país. Yoav se niega a hablar en hebreo y rechaza la amistad con sus compatriotas, pero la carencia de otras oportunidades lo fuerza a interactuar con estos, encontrándose el mismo panorama de violencia y agresividad del que quería huir.

Yoav pierde el trabajo debido a su ideología y a la conducta de la confrontación en la que se ha criado, y que ahora aplica contra su nación. Al mismo tiempo, es incapaz de alcanzar una verdadera integración en una sociedad que parece cercana pero que le cierra puertas constantemente. El personaje entra en una espiral de desolación espiritual mientras el dinero se va acabando, por lo que se ve obligado a aceptar los trabajos que ningún francés querría, o que, precisamente, fomentan una explotación del inmigrante basada en la exotización racista —a este respecto es muy significativa la demoledora idea que comparte con Hermosa juventud (2014). El protagonista acaba más desencajado que cuando llegó al nuevo país, pues no logra dejar atrás las historias que lo han conformado como ser humano ni tampoco entrar a formar parte de una sociedad en la que sus miembros no hacen ningún esfuerzo real por acoger a los recién llegados. Estas reflexiones sobre lo cinematográfico y lo social se entremezclan en el complejo discurso que elabora Nadav Lapid, un nuevo ejercicio de desconcierto e imprevisibilidad que busca, y logra, provocar al público mediante una propuesta que escapa a la explicación sencilla.


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SINÓNIMOS

Dirección: Nadav Lapid.

Reparto: Tom Mercier, Quentin Dolmaire, Louise Chevillotte, Uria Hayik, Olivier Loustau, Yehuda Almagor, Gaya Von Schwarze, Gal Amitai, Idan Ashkenazi, Dolev Ohana

Género: drama. Francia, 2019.

Duración: 123 minutos.

 


 

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