El hombre que traicionó sus sueños
Irene Bullock Los títulos de crédito de Saul Bass encierran lo que significa que una persona se rompa. En El gran cuchillo (The big knife, EE.UU, 1955) de Robert Aldrich […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Irene Bullock Los títulos de crédito de Saul Bass encierran lo que significa que una persona se rompa. En El gran cuchillo (The big knife, EE.UU, 1955) de Robert Aldrich […]
Los títulos de crédito de Saul Bass encierran lo que significa que una persona se rompa. En El gran cuchillo (The big knife, EE.UU, 1955) de Robert Aldrich se descubre desde su inicio que el espectador va a penetrar en el interior de un alma. El rostro de un hombre (Jack Palance) llena la pantalla sobre un fondo negro mientras se toca la frente. Parece un dios griego desnudo y atormentado, que no encuentra una salida a su angustia. El drama psicológico está servido. Y la música que lo acompaña, como si un cuchillo afilado estuviese penetrando su cabeza, preludia el contundente título, para luego dejar escapar unas notas dramáticas junto a otras que derraman sensualidad. De repente, la pantalla se quiebra en pedazos y el rostro torturado desaparece sobre un fondo blanco.
Entonces una voz en off guía al espectador por Bel Air y anuncia que se va a contar la historia de un actor de Hollywood, de «un hombre que traicionó sus sueños, pero que no ha logrado olvidarlos». La cámara llega a un jardín donde dos hombres están boxeando. Uno de ellos tiene el mismo rostro que el espectador ha visto en los títulos de crédito, es el protagonista de esta historia, Charlie Castle. A partir de ese momento El gran cuchillo transcurrirá prácticamente en su hogar, sobre todo en el salón. Y la película, con la crispación, como firma característica de Aldrich (tanto en los movimientos de cámara como en la actuación de sus protagonistas), refleja la caída de Castle, pero también su redención.
Esta es una de las crónicas más oscura del Hollywood clásico; quizá por eso ha caído en olvido. Porque es más dolorosa que otras películas más conocidas y deja al desnudo mayor crueldad que en otros retratos cercanos en el tiempo como El crepúsculo de los dioses (1950), En un lugar solitario (1950) o Cautivos del mal (1952). Y porque hay un nombre detrás de esta historia que explica el tono afilado de este relato cinematográfico: Clifford Odets. Aldrich encuentra con la obra de este el modo de gritar con su cámara y dejar pinceladas pesimistas de una sociedad agresiva que aplasta al individuo (uno de los grandes temas de su filmografía).
Clifford Odets, un dramaturgo en la meca del cine
En una entrevista que realizó en 1999 el crítico Mark Cousins a Rod Steiger (que en la película es el antagonista del personaje de Jack Palance, el productor Stanley Hoff), al hablar sobre El gran cuchillo, el actor explicaba que «Hollywood no podía soportarla. Tampoco les gustaba la gente que la había hecho», y añadía como colofón final que «es un reflejo bastante veraz de lo que es Hollywood, y las cosas no han cambiado». Y en parte esto se debe a que se trata de una adaptación de una obra de teatro de Clifford Odets.
Este dramaturgo alternó su trayectoria de éxito en el prestigioso Group Theatre, donde se estrenaban sus obras (de un marcado carácter social) con su trabajo como guionista en Hollywood (también llegó a dirigir dos películas), donde aterrizó en la década de los treinta. Odets tuvo una experiencia amarga en la meca del cine, debido al férreo sistema de estudios, y además, posteriormente, vivió uno de los periodos más convulsos: la caza de brujas y el macartismo (que se desarrolló con virulencia durante los años cincuenta). Algunos profesionales e intelectuales progresistas como Elia Kazan o él mismo decidieron contestar a las preguntas del Comité de Actividades Antiestadounidenses para no formar parte de las listas negras. Esto les marcó posteriormente. La caza de brujas fue un proceso que afectó a muchísimos profesionales de Hollywood, sobre todo cuando se pusieron en marcha las listas negras, que señalaban a centenares de personas como sospechosas de ser comunistas, impidiendo así que trabajaran en los estudios. Como curiosidad, recordemos que uno de los guionistas que sirvieron a los hermanos Coen como inspiración para el personaje principal de Barton Fink (1991) fue, precisamente, Odets.
Por otra parte, varias de sus obras teatrales se adaptaron al cine, pero él no estuvo presente en la realización del guion, que es el caso de la película que analiza este artículo. Y, por otro lado, es el coautor de uno de los guiones más brutales sobre el mundo del periodismo, Chantaje en Broadway (1957).
En uno de sus regresos al teatro, Odets escribió The big knife, que fue representada con éxito en Broadway durante varios meses de 1949. En el escenario, John Garfield fue Charlie Castle. Y seguramente él hubiese sido Castle en pantalla si no hubiese muerto en 1952 por un ataque al corazón. Durante ese periodo, el actor se sentía muy presionado por sus problemas con el Comité.
El Hollywood más oscuro
¿Qué historia cuenta exactamente tanto la obra como la película? Castle es un actor acomodado que está en un momento vulnerable tanto emocional como profesionalmente. Su esposa Marion (Ida Lupino) está a punto de divorciarse de él, harta del alcoholismo, de las infidelidades y de ver cómo el hombre del que se enamoró cada vez crece menos artísticamente y hace más concesiones comerciales. Pese a que lo ama y se siente irremediablemente unida a él, no reconoce al luchador idealista que conoció, «un tigre al que le gustaba discutir porque tenía ideales y luchaba por ellos». No puede soportar la manera en que Castle se ha convertido en «el esclavo de Hoff». Marion, además, le anuncia que uno de los mejores amigos del actor, Hank (Wesley Addy), un escritor a punto de dejar Hollywood, le ha pedido a ella que se casen. La advertencia es clara: si el actor firma otra vez un contrato de siete años con Hoff, ella se irá para siempre. Y ese es el segundo de los dilemas de Castle: le están presionando para firmar un nuevo contrato, que va a esclavizarlo, pero le asegura una posición económica, porque en la productora de Hoff realiza solo películas que hacen dinero, sin mirar la calidad artística. En el reino del productor no se hacen las obras a las que desea aspirar el protagonista, esas que dirigen, como le recuerda Marion, «Stevens, Mankiewicz, Kazan, Huston, Wyler, Wilder o Stanley Kramer»; allí solo interesa el negocio.
Charlie quiere huir, y le tienta no solo el hecho de volver con su mujer, sino abandonar Hollywood para siempre. ¿Qué es lo que le frena? Una historia del pasado que regresa una y otra vez, y que acecha a cada paso que da. Una noche de borrachera… Él en un coche a toda velocidad con otra mujer… Un atropello y una muerte… La productora puso todo su arsenal para proteger a su estrella, incluso terminó en la cárcel su amigo Buddy Bliss (Paul Langton), que ahora es su publicista, para que el escándalo no salpicara a la máquina de hacer dinero.
Muchos de los que le rodean terminan chantajeándole con amenazas de airear de nuevo el suceso: desde la esposa de Bliss (Jean Hagen), que quiere acostarse con él, hasta el propio Hoff, para asegurarse de que el intérprete vuelva a firmar un contrato. Su viejo agente no puede ayudarle, Nat (Everett Sloane), pero lo quiere mucho y bien . Es consciente de que Castle no es un tipo duro, pues no confunde a la persona con el personaje. Le dice que su problema reside en que, en su día, no se dio cuenta de que no se pueden combinar los negocios con el idealismo. Le aconseja que olvide sus sueños, que no piense en las películas como actos de fe. En el fondo le está hablando un hombre vencido, porque Nat está agotado y solo trata de ser conciliador para que no estalle la polémica. Le advierte de que si no firma irá a la cárcel.
Y, efectivamente, en una visita de Hoff y su mano derecha, el inquietante Smiley Coy (Wendell Corey), Charlie se ve acorralado y no tiene más remedio que firmar. Como le dice el colérico productor: «¡No estás en posición de negociar nada!». Cuando Castle le pide que, por favor, le deje marchar, aduciendo que, en realidad, nunca se han caído bien, el productor añade: «Necesito tu cuerpo, no tu simpatía». A partir de ese momento el camino cuesta abajo de Charlie Castle no tiene fin, y todo indica que la caída va a ser fatal. De compañero de viaje tiene el alcohol. Y sí, él es un actor sin salida, envuelto en una tragedia shakesperiana, como reconoce en un momento dado. Cada vez se siente más identificado con el desfigurado y triste payaso del cuadro de Rouault que cuelga de la pared de su salón. Sin embargo, en el camino intenta recuperar las riendas de su vida y trata de no destrozar más la vida de aquellos que ama (su mujer, su hijo y sus amigos), para finalmente lograr redimirse, dando sus últimos zarpazos y quebrándose del todo… por no alcanzar sus sueños.
El detonante para la rebelión de Castle y su destrucción redentora será Dixie Evans (Shelley Winters), la actriz de tercera del estudio que iba con él en el coche. Charlie descubre cómo Coy está dispuesto a poner en marcha las prácticas más mafiosas (bajo la sombra de Hoff) para deshacerse de ella, pues esta siempre amenaza con irse de la lengua. Castle y ella mantienen una conversación, bajo los efectos del alcohol, donde Dixie representa la franqueza pura y dura. La actriz sabe que está en un mundo de lobos. Sus frases son demoledoras y hacen entender dónde están las raíces del reciente estallido del #MeToo en Hollywood: «Prefiero ver a un monstruo que a un productor de Hollywood»; «A las chicas como yo las contratan para entretener a los publicistas»; «Soy deducible de impuestos y me incluyen en los gastos», «Arruinan tu vida y luego te tratan como basura»…
Cuando Castle se da cuenta de que la amenaza sobre Dixie sigue en pie, no quiere ser cómplice y es consciente de que no puede seguir en ese mundo corrupto y mafioso. Volverá a luchar no solo para proteger a Dixie, sino para enfrentarse por fin a Hoff, para atreverse a cumplir sus sueños y, además, recuperar a Marion y a su hijo. Aunque sea demasiado tarde.
Para poner en marcha este material trágico, Robert Aldrich convierte la crispación en arte: todos los actores principales tienen su momento de explosión, excepto Wendell Corey, pues la fuerza de su personaje está en que aparentemente nunca pierde el control. El cineasta también dota de vida al salón de la casa de Charlie Castle (la historia se desarrolla fuera de él en dos ocasiones), no solo por los movimientos de cámara, sino por la importancia que adquieren los objetos: el tocadiscos, el mueble bar, la escalera de caracol que une el salón con ese piso de arriba donde todo ocurre fuera de campo, el cuadro del payaso, el acceso al patio… Además, junto con el director de fotografía Ernest Laszlo, recrea un blanco y negro al estilo del más puro cine negro. El aire de ese género no se abandona tampoco en la forma de contar la historia ni en la ambigüedad moral de cada uno de los personajes así como ese aire de destino inevitable. Por otro lado, está presente una desgarrada historia de amor donde Jack Palance e Ida Lupino logran una química especial. Y el reparto no solo es brillante, sino que todos los actores que circulan alrededor del personaje principal tienen su momento de gloria.
Jack Palance… y, de pronto, un hombre sensible
Pero la gran sorpresa de El gran cuchillo es sin duda Jack Palance, que repetiría más de una vez con Robert Aldrich. El rostro de Palance era tan especial y tenía tal apariencia de tipo duro que Hollywood lo relegó a papeles de villano, y este fue un motivo por el que luchó durante toda su carrera e, incluso, le hizo alejarse de la meca del cine. Sin embargo, quién olvida su presencia inquietante y silenciosa en Raíces profundas (1953). Tan solo algunas veces pudo salir de ese rol, como, por ejemplo, en Los profesionales (1966) o en Bagdad Cafe (1987). Y al final de su carrera supo reírse de sí mismo en distintos papeles. Por eso una de sus grandes oportunidades fue Charlie Castle. En la película compone un personaje lleno de matices y con una sensibilidad extrema, además de mostrar una sensualidad especial. Antes de dedicarse al teatro y al cine, Jack Palance fue boxeador profesional, y eso ya desfiguró bastante su rostro. Durante la Segunda Guerra Mundial, estalló el avión donde iba y sobrevivió, pero tuvo que pasar por varias operaciones para que los médicos le reconstruyeran la cara. Aun así poseía un atractivo especial, y cuando aparecía en pantalla era difícil apartar la mirada. Su larga trayectoria incluye varios papeles que le han convertido en un actor de culto. Charlie Castle le dio la oportunidad de mostrar su versatilidad y fuerza frente la cámara. Tanto en esta película como en El desprecio (1963), Jack Palance está presente en historias que muestran el lado más duro del mundo del cine. El gran cuchillo no es una crónica más de la cara oscura de Hollywood. Es un grito incómodo y desgarrado.
¡Queridísima Irene, cuánto jugo para sacar de tu texto! Primero que nada, ¿no se te parte el corazón de sólo imaginar a John Garfield en este papel? En la última foto que incluís en tu artículo Palance hasta se parece a él. Nunca he visto a Palance de joven (ni mucho de mayor tampoco, a qué negarlo, es más una imagen de fotografías que en movimiento para mí), será interesante descubrirlo. ¡Y qué reparto! Si me faltaba un último empujón, lo has dado al mencionar a Jean Hagen. Desde que ví por primera vez Cantando bajo la lluvia y supe que su voz natural es la que se escucha en la escena del doblaje, morí de ganas de verla en otra película pero no he tenido oportunidad.-
¿La peli menciona a todos esos directores por nombre? Qué patada habrá sido en su momento, con todos ellos (y los omitidos también) en actividad. Mi única cuestión es con Kazan, no conozco su obra (excepto Gentleman’s Agreement que no me gustó tanto la última vez que la vi) pero no logro conciliar su tan mentada grandeza con su declaración ante HUAC. Y Kramer tampoco saltó a respaldar a Carl Foreman que digamos… tiempos difíciles de juzgar a la distancia sin dudas… Ah, y ¿no sentiste que el personaje principal en esta película se parece bastante a la vida real del propio Garfield? Por lo que leo en tu texto y lo que sé sobre él, intuyo que hay más de una conexión.-
Lo que mencionás sobre el personaje de Shelley Winters me hizo recordar un documental que no he visto, pero suena muy interesante, «Girl 27». ¿Lo viste? Cuenta la historia de una joven que, justamente, fue convocada para «dar ambiente» en una fiesta de distribuidores organizada por MGM, fue violada por uno de los asistentes, y luego destrozada por el sistema judicial cuando intentó hacer valer sus derechos. Es escalofriante pensar que alguien pueda tener tanto poder y últimamente me peleo mucho con la historia de los grandes estudios (de MGM en particular) en relación al placer que nos entregan. Es complejo sentarse a ver, pongamos por caso, El Mago de Oz sabiendo al mismo tiempo todo el daño que hicieron a Judy Garland… me he ido un poco de tema, perdón, jeje.-
Lo dejo aquí para no terminar metida en un jardín jaja, un beso enorme, ya me he puesto en campaña para ver esta película lo antes posible. Bet.-
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Al habla Irene Bullock
Pero ¡Bettttt!, tu comentario sí que es jugoso.
De momento me he apuntado el documental Girl 27, que tiene una pinta maravillosa.
Sí, hubiese sido muy interesante también ver a Garfield en esta película.
Yo tengo verdadera debilidad por Jack Palance. Me gusta muchísimo este hombre. Además está presente en Raíces profundas, que es una película a la que tengo un gran cariño.
Por cierto, parece ser que en la película de «Judy», están reflejados los episodios que vivió la actriz durante dicho rodaje. Así lo acabo de leer en la crítica de Insertos. Está claro que en el sistema de estudios había luces y sombras. Y películas como El gran cuchillo lo reflejan.
Un brindis
Irene Bullock
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Los artículos de Irene Bullock son capaces de convertir en cinéfilo al menos aficionado al cine. Además de conocimiento del tema, rebosan entusiasmo. Lo malo el caso del artículo de hoy es que no es nada fácil conseguir la película. Aún así, creo que ya ha cambiado para siempre mi opinión sobre Jack Palance.
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Al habla Irene Bullock.
Jorge, agradecida por tus palabras.
Sí, tienes razón, no es fácil de localizar. Te cuento que yo adquirí el dvd hace años en una tienda y que en ese momento no lo dejé escapar, pues llevaba mucho tiempo detrás de la película. Tampoco la he localizado en plataformas, y no es una película que emitan habitualmente en televisión, de hecho yo nunca la he visto programada. Pero el dvd existe, y creo que aún se puede conseguir.
Jack Palance es un actor con una filmografía interesantísima. En esta película, El gran cuchillo, me parece que está soberbio. Además de las nombradas en el artículo, merece la pena verlo en Miedo súbito (de David Miller), Ataque (también de Aldrich) o El último homicidio (de Ralph Nelson).
Brindis
Irene Bullock
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