Elogio de las pasiones
En el principio no fue el verbo, fue la llama purificadora, y quien aquí la atiza con su lanzallamas en semáforos o efigies es una bailarina, primero de danza contemporánea, después de un sofisticado reguetón, que decide soltar todas las amarras y arriesgarse a un descubrimiento desaforado de sí misma y a crear nuevas formas de vivir acordes con sus propósitos.
Una vez propagado el fuego, una vez iniciada la danza, Ema, hipnótica y maquiavélica, arrastra irremediablemente al espectador a la espiral de un gozoso y desconcertante torbellino, a veces en contra de lo que le dictaría la razón. Como esas canciones que se te pegan aunque no quieras.
Ema, interpretada con un asombroso magnetismo por Mariana di Girolamo, está casada con el coreógrafo Gastón (Gael García Bernal) y ambos han renunciado a su hijo adoptado, Polo, pero Ema no acaba de estar contenta con esta situación e inicia un camino de ruptura radical que parece llevarla a abandonar tanto a su marido como el respetable vanguardismo artístico que él dictaba, a buscar nuevas y desinhibidas relaciones sexuales, y a ponerle (literalmente) mucho fuego a todo lo que hace, desde el reguetón que baila por las calles y muelles de Valparaíso, entre otras cosas para «asustar a los turistas», hasta la enrevesada red que va tejiendo a su alrededor para materializar sus planes.
La andrógina e independiente Ema es un cóctel explosivo de contradicciones e íntimos combates. Esta nueva Eva sin manzana, este ángel caído portador tanto de la perversión como del conocimiento, es manipuladora, hermosa, feminista (a veces más bien hembrista, por el papel de mero decorado que concede a los hombres) y apasionada, y está mucho menos confusa de lo que parece.
Mediante una narración visualmente vertiginosa y envolvente, y un guión que se enreda demasiado en los meandros de las relaciones que va estableciendo Ema, filmándolas en ocasiones con excesivo voyerismo, Pablo Larraín hace aquí una de sus apuestas más arriesgadas. En manos de otro director esta historia tan rompedora como inverosímil se habría diluido por falta de pegada, pero la fuerza interpretativa de su protagonista, la atrevida y decidida puesta en escena y unos impresionantes secundarios —todos son secundarios frente a Ema—, llevan al espectador por la senda de la perplejidad y casi de la revelación.
La nueva película de Larraín tiene algo de desconcertante manifiesto feminista y de estridente cuestionamiento de todas las ataduras. No en vano Chile ha gestado el himno, de alcance global, Un violador en tu camino, la reivindicativa coreografía que lo acompaña (ambos creados por un colectivo feminista, precisamente de Valparaíso) y un vigoroso movimiento social callejero que pugna por librarse de las cadenas económicas y sociales legadas por la dictadura. Ema presenta a una joven que, haciendo suya la máxima de que «el fin justifica los medios», acaba siendo el vértice de una sororidad que no sólo seduce a poligoneras adictas al perreo, sino a una respetable abogada casada o a una convencional directora de colegio, todas ellas deseando librarse de las cortapisas que les han impuesto el patriarcado, su clase social o los roles sexuales. «Hoy día el orgasmo lo podemos bailar», le espeta una amiga de Ema al perplejo Gastón cuando éste, en una magnífica escena, sermonea con sarcasmo y a la defensiva a esas airadas mujeres que tiene ante sí, diciéndoles que el reguetón es «música de cárcel», que las hace encerrarse en sí mismas.
Así es Ema, una película tensa y tersa como el cuerpo de una bailarina, contradictoria, a veces irritante y siempre provocadora; desatará debates, filias y fobias, seguramente extremas: ¿a cuántos les gustaría esa Ema como profesora de danza de sus hijos en el cole? Menos mal que todavía hay películas, obras de arte, que agitan y sacuden como ésta.
EMA
Dirección: Pablo Larraín.
Intérpretes: Mariana Di Girolamo, Gael García Bernal, Santiago Cabrera, Giannina Fruttero.
Género: drama musical. Chile, 2019.
Duración: 102 minutos.