La luz de mi vida (Light of my Life)
Cuando ya solo queda el amor Yago Paris Un padre y su hija han acampado en mitad de un bosque y hablan en plena noche en la intimidad de una […]
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Cuando ya solo queda el amor Yago Paris Un padre y su hija han acampado en mitad de un bosque y hablan en plena noche en la intimidad de una […]
Un padre y su hija han acampado en mitad de un bosque y hablan en plena noche en la intimidad de una tienda de campaña. El adulto se inventa sobre la marcha un cuento para dormir, tratando de sorprender a la joven; ella no parece demasiado impactada ante los esfuerzos de su progenitor, por lo que reacciona gastándole bromas y poniendo en entredicho su creación narrativa. El prólogo de La luz de mi vida, que se prolonga durante más de diez minutos, condensa la esencia de la historia: una relación que promete salirse de los senderos narrativos habituales a través de una construcción de personajes que esquiva el arquetipo. El segmento de filme destila cercanía, comprensión y respeto mutuos, además de transmitir el profundo amor que ambos personajes se profesan. Resulta, no obstante, especialmente llamativo apostar por esta introducción, si se tiene en cuenta que, en realidad, estamos en un futuro posapocalíptico.
La luz de mi vida es una cinta atípica en muchos sentidos. La obra podría comprenderse como el resultado de combinar Hijos de los hombres con La carretera y Captain Fantastic. Lo que nos sorprende de esta inesperada relación paternofilial es que el padre trate como una adulta a su hija (Anna Pniowsky); algo que, lejos de ser una decisión descerebrada, parece tener todo el sentido del mundo si, precisamente como el adulto intenta, el motivo es educar a un ser humano para que desarrolle un alto grado de madurez, responsabilidad y mirada crítica ante un panorama de supervivencia en una sociedad violenta y deprimida, especialmente para las mujeres. En este punto cabría preguntarse si acaso esa visión de la educación no debería ser la norma, en vez de la excepción. El director y guionista parece estar de acuerdo con esta idea, dado que el hecho de que la historia se desarrolle en un ambiente hostil donde los protagonistas corren peligro en todo momento es la excusa para justificar este tipo de crianza, pero lo cierto es que el relato se sustentaría por sí mismo si se eliminase el contexto.
A esta enriquecedora mirada sobre la paternidad se suma una serie de decisiones formales que aumentan el interés del filme. El manejo de la información introduce poco a poco al público en el relato, provocándole un constante estado de desconcierto, especialmente en la primera mitad del metraje. Aunque dicho suministro de datos flaquee por momentos —chirría el uso de los flashbacks, todos ellos perfectamente prescindibles—, la cinta se eleva gracias a la puesta en escena. Esta se basa en un conjunto de planos fijos, buena parte de ellos generales, que retratan constantemente a los personajes condicionados por el entorno. El realizador retrata un ambiente en constante cambio —pues el hombre y su hija no pueden permanecer mucho tiempo en un mismo lugar—, del que se debe sospechar en todo momento, a pesar de que no se observe nada que aparentemente pueda poner en peligro sus vidas —lo que en cierta manera recuerda a lo que proponía M. Night Shyamalan en El incidente. Con un clímax de violencia cruda y seca, que consigue impactar, precisamente, gracias al estatismo y el distanciamiento del encuadre, La luz de mi vida confirma —si no lo había hecho ya con su debut, I’m Still Here— que también el pequeño de los hermanos Affleck tiene talento detrás de las cámaras.
LA LUZ DE MI VIDA
Dirección: Casey Affleck.
Reparto: Casey Affleck, Anna Pniowsky, Tom Bower, Elisabeth Moss, Hrothgar Mathews, Timothy Webber, Patrick Keating.
Género: drama posapocalíptico. Estados Unidos, 2019.
Duración: 119 minutos.