Irene Bullock

*** AVISO IMPORTANTE: el artículo revela elementos fundamentales de la trama de la película***


Cuando crean sus obras, los directores y guionistas son, junto con los escritores y dramaturgos, lo más parecido a la idea de un dios mitológico: un ser supremo del que dependen los designios de los mortales o una especie de maestro titiritero que mueve caprichosamente los hilos de sus personajes. Y eso es lo que ha hecho Quentin Tarantino en Érase una vez en… Hollywood (Once Upon a Time in… Hollywood, Estados Unidos, 2019), contar una vieja historia de Hollywood desde su mirada y hacer realidad sus deseos. Cambiar los destinos. Convertirse en un Puck shakesperiano capaz de exprimir jugos en los ojos de los espectadores para mostrarnos otras vidas posibles.

 Tarantino crea así una de sus obras más maduras y redondas, aunque sigue siendo ese niño grande al que nos tiene acostumbrados, bastante bestia y con esa concepción de la violencia como catarsis exagerada (rozando lo lúdico y lo grotesco), pero con un espíritu romántico y apasionado que quiere, a su manera, impartir  justicia poética. De pronto, es como si ese niño grande fuese consciente de que la vida no es un juego, pero él quisiese seguir creando las reglas en un gran tablero que es el mundo. Además confiesa su amor hacia el cine y  la primera ficción televisiva, pero deja escapar su   pasión hacia   el viejo Hollywood, sin esconder tampoco sus luces y sombras. Quentin Tarantino idealiza, sin embargo, a su particular diosa, una Sharon Tate que iba camino del estrellato y de convertirse en una leyenda cinematográfica como las viejas divas de Hollywood, y también a su entorno, porque son el símbolo de un momento de la historia del cine: la generación entre el viejo Hollywood y el nuevo cine americano que estaba a punto de estallar. Ese momento en que el star system como tal y el poder de los estudios tenían ya los días contados, y otro modelo de industria cinematográfica estaba a punto de instalarse, además de tener que convivir irremediablemente con la  televisión.

Y, además, como el título de la película delata (aunque también es un homenaje a las películas de Sergio Leone), no deja de ser un cuento, con tintes crueles como  de los hermanos Grimm, donde la línea del bien y el mal está marcada. Por un lado Sharon Tate y su entorno. Y, por el otro, los miembros de la familia Manson. Y, en medio de todo, dos héroes ambiguos.

Pero el artefacto que supone Érase una vez en… Hollywood no es simple, esconde varias claves  que convierten su análisis en apasionante, y además muestra un conocimiento objetivo de la historia del  Hollywood de Sharon Tate. Tarantino cuenta muchas más cosas de las que parece, y ni mucho menos la película es tan solo un festival de referencias cinematográficas, musicales y televisivas, sino que el director construye un discurso lúcido y apasionado. Un discurso con varias capas además.

Uno de los aspectos más interesantes es la elección de sus protagonistas: Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor de segunda que consigue cierto éxito en una serie de televisión, del género western, pero que ambiciona hacerse un hueco en el cine. Cuando se tira a la piscina y deja la serie que le da de comer, solo logra papeles en películas de serie B. Así va cayendo en el olvido y vuelve a la tele como el villano al que siempre vence el héroe, y lo único que consigue que le ofrezcan como futuro más próximo es que sea protagonista de spaghetti westerns en Europa. Y el mismo camino toma su amigo Cliff Booth (Brad Pitt), todo un perdedor que asume su condición y que es también el  doble de acción y chico para todo de Dalton; alguien que esconde un pasado con manchas oscuras. Vive al lado de un autocine, en una caravana, y su única compañía es su pitbull terrier.

Ambos hombres son a la vez dos fracasados enganchados a sus vicios y a sus sombras. Ellos mismos y su amistad son tratados con gran cariño por Tarantino, y no solo eso, sino que los últimos «monos» de la industria, dos figuras secundarias que solo se merecerían una nota a pie de página en una enciclopedia sobre la historia del cine (y el amor minoritario de fanes como Tarantino, si estos dos personajes hubiesen existido realmente), dos «flipados» de la vida y de la cloaca de la industria de los sueños, se convierten en los protagonistas principales de Érase una vez en… Hollywood. Y es más, ellos son los que logran cambiar el destino, los que tienen la llave para  mantener en pie el viejo Hollywood. Curiosamente los vecinos de Rick Dalton en Cielo Drive son Roman Polanski y Sharon Tate (Margot Robbie), la pareja de moda del Hollywood de los años sesenta, y ellos y todos sus amigos (la crème de la crème de la industria en aquellos años) son  tan solo personajes secundarios, pero imprescindibles de la trama.

 

Aquel funesto asesinato

La noche del 8 de agosto de 1969 varios miembros de la familia Manson entraron en la casa de Polanski y Tate y asesinaron de forma violenta a todos los que encontraron: al peluquero Jay Sebring; a Voytek Frykowski, un amigo de la pareja; a su novia Abigail Folger y a la propia Sharon Tate, embarazada de ocho meses. Las explicaciones posteriores y los motivos que dieron los jóvenes asesinos acrecienta el sinsentido de estas muertes. Algunas de las personas del entorno del matrimonio de moda que podrían haber estado aquella fatídica noche tienen su momento en la película. Dos de ellos formaban parte de ese Hollywood de los sesenta: Bruce Lee (polémicas aparte sobre su representación en la película, es uno de los contrapuntos cómicos, además de no faltarle la ternura que tienen todos los personajes que bailan alrededor de Tate) y Steve McQueen. Polanski se encontraba en ese momento en un rodaje en Inglaterra.

¿Por qué se ha creado tanta literatura alrededor de este asesinato? ¿Por qué una y otra vez se vuelve a él? Pues porque como escribió la escritora norteamericana Joan Didion (quien, junto con su marido John Gregory Dunne, elaboró varios guiones de cine, siendo ambos protagonistas activos de la California de aquellos años) en uno de sus ensayos periodísticos: «La felicidad y prosperidad de los años sesenta terminó ese 9 de agosto de 1969». Fue como el fin brusco de una etapa donde se creía que todo era paz, amor, revolución y contracultura. De pronto surgió con fuerza la parte oscura del Flower Power. Aunque se puede hacer también una lectura polémica de cómo se ha tratado este suceso: cuando se recuerda una y otra vez este terrible asesinato y sus consecuencias, se invalida en el fondo un periodo que fue muy rico y en el cual realmente se creía en un fuerte cambio político, social y cultural. Se ha convertido en algo con lo que estigmatizar al movimiento hippy.

Por otra parte estaban el clima político y las revueltas sociales: los asesinatos de Kennedy y Luther King, Vietnam, el futuro escándalo de Nixon… eran hechos que acababan con esa imagen idílica del american way of life y del sueño americano, y este asesinato no fue sino la constatación del final de una proyección mundial que ofrecía un país modélico, pero no real. Este asesinato destapó otra cara, la parte oscura. En la película es como si Tarantino quisiese preservar ese verano del amor…

 

Sharon Tate en el cine y otras anécdotas 

Érase una vez en… Hollywood ha originado una interesante avalancha de artículos, reportajes, crónicas y análisis que no solo han vuelto a contar aquella noche salvaje, sino que también indagan en cada una de las referencias volcadas por Tarantino en su película. Por ejemplo, cómo se autocita: las huellas de Malditos Bastardos (Inglorius Basterds, 2009); la aparición de su famosa marca imaginaria de cigarrillos Red Apple; los actores icónicos —estrellas de otros tiempos— que han salido en sus películas como Kurt Russell, Bruce Dern o Michael Madsen; el eco de Jackie Brown (1997) por el romanticismo imposible que muestra de fondo… O la lista de canciones que emplea, siempre especial (y el revuelo formado en España porque una de sus canciones es de Los Bravos, además de más guiños a estas tierras: una de las secuencias transcurre en una cantina en Almería, un plató de westerns europeos en el pasado; la mención al director Joaquín Romero Marchent). O la riqueza de los homenajes en los carteles de las películas que salen (por ejemplo, a los spaghetti westerns y a Sergio Corbucci), en las series que los personajes ven en la televisión o en los propios rodajes que protagonizan (las secuencias en las que Rick Dalton tiene que meterse en la piel de un villano en un capítulo de una de esas series tan populares y que dejan momentos impagables como su conversación con la niña prodigio). O la recuperación para la pantalla de glorias cinematográficas o televisivas (como Luke Perry en su último papel)…

Pero también la película deja ver la trayectoria que estaba viviendo Sharon Tate en aquel momento y aporta un guiño especial a la futura filmografía de Polanski. Tarantino juega con buen material de partida, con documentación objetiva. Hay un momento crucial, y es el paseo de Sharon Tate. Primero pasa por delante de la marquesina de un cine que llama su atención porque tiene en cartelera una de sus películas, La mansión de los siete placeres (The Wrecking Crew, 1969), pero en un principio no se detiene, sino que se dirige a una librería de viejo para adquirir una novela concreta. Después vuelve a pasar por la sala y esta vez no solo entra, sino que disfruta de su propia película. La novela que quiere es un ejemplar de Tess, la de los d’Urberville de Thomas Hardy, y le dice al librero que se la va a regalar a su marido. Diez años después de los asesinatos, Polanski la llevaría a la pantalla y se la dedicaría a Sharon Tate.

Cuando va a la sala, emocionada, se lo pasa de miedo viéndose a sí misma y disfrutando de las reacciones del público. Antes ha charlado con la taquillera y el acomodador, que tardan en identificarla, pero luego quieren una fotografía de ella junto al cartel de la película: Tate está en ese momento en que está a punto de despegar su carrera, donde todavía no es considerada una estrella, pero ya empiezan a sonar sus trabajos (como una de las protagonistas, por ejemplo, de El valle de las muñecas). Y es hermoso ver a la Tate de ficción viendo en pantalla de cine a la Tate real.

También, la película construye su vida sentimental (desde una mirada de niño grande), durante la secuencia de la fiesta en la mansión de Playboy, mientras Tate baila. Steve McQueen, desde la distancia, como si estuviera interpretando su  personaje habitual de tipo duro y romántico, explica el triángulo de amistad y amor entre Polanski, Tate y Sebring… Y cómo él se ha quedado fuera.

La película cuenta tres días en la vida de estos personajes y además hay una elipsis de varios meses. Hay dos vuelos de avión que marcan claramente las dos partes de la película. En el primer avión Polanski y Tate llegan de Londres, ya como el matrimonio de moda en Los Ángeles; como dice Dalton, tiene de vecino al director de La semilla del diablo (1968) y a su mujer, la chica de la que todos hablan. Esta parte pone en antecedentes y presenta la situación y las circunstancias de cada uno de los personajes. Transcurre durante un fin de semana de febrero. La segunda parte ocurre seis meses después, un sábado de agosto, el día del funesto asesinato. Ahora en el avión vuelven Dalton y Booth, con Francesca (Lorenza Izzo), la esposa del primero, después de su aventura europea, donde Rick no solo se ha casado y se ha vuelto a arruinar, sino que ha rodado varios westerns  y una película de espías. Es el regreso de dos perdedores. Dalton le plantea a Booth que ya no va a poder contratarle y deciden irse a cenar para cerrar una etapa de sus vidas y celebrar su amistad. Tarantino emplea durante la película todos los formatos y todas las maneras de rodar posibles  para contar su historia: un canto no solo al cine analógico (y a todo tipo de géneros), sino también a esas series de los sesenta que formaron y forman parte de memoria cultural de los espectadores.

 

La familia Manson

Y en medio de estos dos tiempos, la larga e inquietante secuencia en el rancho Spahn, que fue un antiguo plató de series, sobre todo de las ambientadas en el mundo del Oeste, y donde vivieron los miembros de la familia Manson. Hasta allí lleva Cliff Booth a una joven hippy, Pussycat (Margaret Qualley). Antes de esa secuencia, vemos que el tonteo entre ambos es parecido al que se establecía entre los protagonistas de un olvidado  largometraje de Clint Eastwood de los setenta, Primavera en otoño (Breezy, 1973), sobre la historia de amor entre un viejo y desencantado empresario y una joven hippy. Pero, de pronto, Érase una vez en Hollywood se convierte en una película inquietante con mucho suspense, pues bajo ese mundo del Flower Power se oculta una cara muy oscura, que alerta a un tipo como Booth. Este se preocupa por la situación del viejo dueño del rancho, un hombre ciego, George Spahn (Bruce Dern), y la amenaza de que algo horrible va a suceder es constante. Se nota la fuerte presencia de Charles Manson, el gran ausente de la película, sobre los jóvenes que allí habitan. Manson solo aparece una vez en pantalla, y como una presencia incómoda, en una visita a Cielo Drive donde pregunta por el inquilino que vivía anteriormente en casa de Sharon Tate y Polanski, el productor musical, Terry Melcher. Es interesante como Booth, que el día del asesinato está bajo los efectos del ácido, se convierte en el antagonista de Manson, y en el posible héroe de esta historia. Los dos son seres con sombras y psicopatías, pero la diferencia es que Booth no trata de someter a nadie, conoce sus prontos, es un ser solitario que no va de nada, no es narcisista y tiene un sentido de la amistad y la lealtad que lo aleja de Manson.

Es curioso que muchos de los miembros de esta familia Manson ficticia están interpretados por jóvenes promesas del Hollywood actual; algunos son hijos de actores, que siguen los pasos de sus padres, y otros poseen ya una trayectoria muy interesante en la nueva industria. Entre los rostros de esta familia están, por ejemplo, Margaret Qualley, que es la hija de Andie McDowell; una de las hermanas Fanning, Dakota; también Lena Dunham o Maya Hawke, la hija de Ethan Hawke y Uma Thurman… Es algo así como si estas jóvenes promesas se encontraran ya a punto de «asaltar» a las grandes estrellas de ahora, y arrasar en su relevo.

Lo cierto es que Quentin Tarantino en Érase una vez en Hollywood se convierte en un demiurgo que cambia el destino (o quizá solo es un duende shakesperiano y travieso, un Puck contemporáneo) y deja en manos de dos tarados fracasados, con sus miserias y frustraciones a cuestas, cargados de ácido y alcohol, la salvación de la princesa del cuento, una Sharon Tate que se quedó en el camino de ser una leyenda cinematográfica.


 


 

8 Comentarios »

  1. Querida Irene, no he visto esta película aún, Tarantino no es de mis consentidos pero me llama mucho la atención esta historia y tu texto no ha hecho más que aumentar mi interés. No conocía gran cosa acerca del Clan Manson y sus crímenes hasta que hace un par de semanas atrás escuché una temporada de doce episodios de un podcast especializado en Hollywood, que cubre las diferentes aristas del caso y de verdad es de no creer lo que sucedió. El nivel de sinsentido de la situación es atrayente, visto desde hoy, por lo desconcertante. –
    Esperaré nomás a que esta película llegue a algún formato hogareño.-
    Un besote grande, Bet.-

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  2. Ya, pero a los documentadísimos comentarios de esta noticia les falta decir lo principal: la película es una «castaña». Porque, como es verdad que Tarantino es como un niño grande al que nunca puede tomarse del todo en serio, lo menos que se le puede pedir a una película suya es que, ya que es un chiste, se cuente bien y tenga un desenlace gracioso. Ninguna de las dos cosas ocurre en esta película, premiosa y reiterativa en la narración y cuyo desenlace, teniendo en cuenta cuál fue la torva realidad, tiene poquísima gracia. Una cosa es Uma Thurman descuartizando en la ficción a doscientos tipos con gafas negras en KIll Bill y otra incinerar imaginariamente a los desgraciadamente muy reales y muy sanguinarios asesinos de Sharon Tate y sus compañeros. Con ciertos asuntos es difícil que tomárselos a broma resulte gracioso.

    Si se entra en la red de filmaffinity puede encontrar decenas de críticas en español y en inglés. Casi todas muy elogiosas pero, si uno entra en el detalle, son críticas de cinéfilo que se derrite porque ha sido capaz de reconocer pistas cinéfilas en ciertas secuencias o determinadas canciones. El espectador normal, creo yo, está mucho más de acuerdo con Boyero (su crítica está también incluida) al que la película le dejó frío tirando a helado.

    Resumiendo: un chiste demasiado largo y con desenlace poco gracioso. Solo para cinéfilos.

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  3. Querida Bet, lo que ocurrió aquella noche de 9 de agosto de 1969 como dices fue un sinsentido. Y la mirada de Tarantino hacia los hechos es muy especial. Pero además refleja una época muy concreta de Hollywood y es una película de análisis rico y apasionante. Es de esas películas que va ganando con sus visionados, así que su llegada a formatos hogareños será bienvenida.

    Brindo contigo una copa de champán.
    Irene

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  4. Jorge, ¡al habla Irene Bullock!, gracias por pasarte y dejar un comentario, aunque sea para debatir sobre la película, porque eso siempre enriquece mucho más la mirada. De miradas contrarias se sacan apreciaciones siempre interesantes.

    A mí sí me gustó. Para mí Tarantino cuenta muy bien su historia, por muchos de los motivos que he expuesto en el artículo. Como digo, sí, el director se comporta como un Puck shakesperiano que cambia los destinos, pero él mismo es consciente de que lo que está haciendo no es real, por eso su película tiene en el fondo ese poso triste, trágico. De cuento, de fantasía… No le resulta gracioso lo que está contando.

    Sé que no es en absoluto tu caso por lo que escribes en el comentario (que conoces la historia bien), pero sí que es cierto que si alguien entra a ver la película de Tarantino y no sabe lo que le ocurrió a Sharon Tate ni el periodo que vivió en Hollywood, la película pierde mucho el sentido, y es más puede que resulte absolutamente inexplicable y absurdo ese final con telefonillo, que para mí es emocionante.

    Yo, Jorge, ¡ya la he visto dos veces y no me importaría una tercera! Creo que es una película muy rica en lecturas y análisis, independientemente de las referencias de cine, música y televisión que tiene. Pero sé que no te convenceré para que la veas una segunda vez, quizá no ahora, sino cuando salga en otros formatos. Para mí también ha sido clave como espectadora verla como un cuento, con tintes crueles a lo Grimm. Pero como se dice sobre gustos no hay nada escrito, y como digo de las miradas contrarias, siempre surgen reflexiones interesantes.

    Brindis con copa de champán
    Irene

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    • Los cinéfilos veis las películas de una manera distinta al común de los mortales. Igual que los músicos profesionales que dicen (supongo que sin mentir) que determinado pasaje de una obra dodecafónica es de una profundidad abisal pero a los simples aficionados ese mismo fragmento nos parece un interminable latazo disonante y desagradable. Para mí, como dije antes, esta última de Tarantino es un chiste demasiado largo, mal contado y con un final muy poco gracioso. No creo que haga mucho por verla en otros formatos, la verdad.

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  5. Aquí Irene Bullock, al otro lado de la línea. Jesús, no se me enfade, por favor. A usted le parece una castaña. No le ha gustado la película. Y ya está, no pasa nada. Yo he tratado de exponer por qué me parece una película con un interesante análisis. Le agradezco en el alma que por lo menos me diga que sé referenciar planos y secuencias de la película de Tarantino. Y también gracias por dejar aquí su parecer.

    Un brindis
    Irene

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