Sin filtros

Santiago Alonso 


En una de las secuencias finales de Mula vemos al protagonista, un señor bastante mayor, con la cara llena de golpes y varias heridas abiertas en la piel, subido a su moderno pick-up. Conduce mirando hacia delante, los ojos entrecerrados por el dolor. De repente, poco a poco, gira la cabeza hacia el lado del copiloto, lugar donde está la cámara, y sostiene unos segundos la mirada fija en los espectadores. Por si alguno de ellos no se había percatado todavía, el casi nonagenario Clint Eastwood, quien vuelve a actuar en un trabajo suyo como director después de llevar diez años sin hacerlo, quiere dejar claro con esta ruptura de la cuarta pared que el largometraje ha supuesto, más que otras veces, un instrumento para hablar de sí mismo.

El cineasta viene de completar una peculiar e interesantísima trilogía (El francotirador, Sully y 15:17 Tren a París), basada en diferentes hechos reales, que protagonizan personas que se enfrentan a decisiones extremas, de las cuales depende la vida de quienes están cerca. Después de estos estudios sobre los comportamientos nobles y la duda, sobre héroes sin atributos particulares, se propone ahora retratar una figura nada heroica y con bastantes características negativas. La historia también proviene de una crónica periodística, en concreto una del New York Times escrita por Sam Dolnick acerca de un floricultor de Illinois que, estando al servicio del cártel de Sinaloa, atravesaba los Estados Unidos con bolsones de droga en el maletero. Ahora bien, el personaje se ha trazado a la manera estwoodiana, concretamente en su vertiente dura, como si de una continuación conceptual de Gran Torino se tratase; no en vano el guión de ambas cintas lo escribe Nick Schenk. Mula repite y amplía todo lo que aquella tenía de despedida, aquí en modo mucho más autoconsciente si cabe, quizás añadiendo claves más íntimas en relación a la biografía del artista. Algunas son evidentes. Otras, cabe aventurar, las conocerán él y pocos más.

Las andanzas del veterano de guerra que siempre priorizó otras cuestiones antes que la familia (de nuevo la culpa, la vejez, la soledad, la pérdida…) se complementan con una nada sorprendente serie de planteamientos que expone un hombre de cine que siempre se ha definido por su individualismo y ha examinado las tensiones entre libertad personal y sociedad. Véanse, a modo de ejemplo, las reflexiones acerca de lo bueno y lo malo que se puede hacer con un dinero obtenido de manera sucia. Por otro lado, a la índole eminentemente dramática del conjunto se le va imprimiendo aquí y allí un humor que indica que Eastwood hace mucho tiempo que está de vuelta de todo. Véanse si no los pullazos a cuenta de la estúpida «movilización» en la que está inmersa la gente. O los momentos donde el anciano personaje hace gala de su condición de buen estadounidense blanco, racista y machista: pura chanza que se diría también planteada para tocar las narices a los comentaristas que solo ven un facilón discurso derechista en el realizador.

Por si este es, definitivamente, su último saludo en la pantalla, Eastwood insiste en que se le recuerde como una persona sin filtros: guste o no, para lo bueno y para lo malo, con sus consistencias y con sus contradicciones. Como alguien a veces rudo y a veces sensible, pero, en cualquier caso, sin filtros. Y con el último plano de la película hace un mutis por el foro reposado y sin aspavientos.



 

MULA

Dirección: Clint Eastwood.

Intérpretes: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Taissa Farmiga, Andy García, Michael Peña, Alison Eastwood.

Género: drama. EE UU, 2018.

Duración: 116 minutos.

 


 

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