High Flying Bird
Golpe sobre la mesa del sistema económico Yago Paris Película de baloncesto, sin baloncesto. Así podría definirse High Flying Bird, la última obra de Steven Soderbergh, estrenada en Netflix. La […]
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Golpe sobre la mesa del sistema económico Yago Paris Película de baloncesto, sin baloncesto. Así podría definirse High Flying Bird, la última obra de Steven Soderbergh, estrenada en Netflix. La […]
Película de baloncesto, sin baloncesto. Así podría definirse High Flying Bird, la última obra de Steven Soderbergh, estrenada en Netflix. La cinta, que se rodó en apenas dos semanas, utilizando como cámara un iPhone 8, narra una historia sobre el mundo del básquet, pero sin que ni un solo partido aparezca en pantalla. Resulta reveladora la escena que más se acerca a una disputa deportiva. En ella, dos jugadores se disponen a jugar un uno contra uno improvisado, tras haber protagonizado un cruce de acusaciones a través de Twitter. Cuando el enfrentamiento va a tener lugar, Soderbergh corta de manera repentina el plano, porque su película no va sobre la emoción en la cancha, sino sobre los tejemanejes que los empresarios de los equipos, los agentes de los jugadores y los representantes de las cadenas de televisión desarrollan alrededor del baloncesto, en una suerte de «juego encima del propio juego», como así define uno de los personajes de la cinta. A la hora de la verdad, el deporte es lo de menos, y, por ende, las aspiraciones y sueños de los jugadores poco importan en un mundo en el que el capital lo controla y pervierte absolutamente todo.
El filme establece una disección en clave crítica del capitalismo aplicado al mundo del espectáculo deportivo, pero, al mismo tiempo, es un relato sobre las nuevas formas de esclavitud: deporte mayoritariamente conformado por jugadores afroamericanos, y seña de identidad cultural de dicha raza, el baloncesto está, sin embargo, en manos de empresarios blancos. La organización de la NBA aparenta gran rigidez, como si nada pudiera cambiar en esta liga, como si no hubiera otra manera de gestionarla. Es, a juicio de la película, una fachada bien montada para que las personas que se benefician nunca pierdan el poder. Si todo sigue igual, los blancos permanecerán en el escalón más alto de la pirámide, mientras los deportistas, aunque ricos y famosos, continuarán siendo explotados por gente que, en su anonimato, amasa montañas de dólares a costa del sudor ajeno.
No parece casual, por tanto, que esta historia proponga que, dadas unas circunstancias muy concretas y la voluntad de cambio adecuada, el sistema que conforma la NBA se pueda venir abajo. Este tambaleo del coloso, que se da gracias al buen hacer de un hombre negro dentro del propio entramado empresarial (André Holland), pone de manifiesto que un cierto cambio es posible. Lejos de cualquier discurso idealista barato, y asumiendo un pragmatismo por momentos lapidario, High Flying Bird propone la posibilidad de abrir brechas en el sistema económico para que los de abajo puedan tomar el control de aquello que moralmente les pertenece, o, cuando menos, reclama la necesidad de adoptar una actitud crítica e inconformista ante las injusticias. Y es en este punto donde haber hecho una película con un iPhone cobra más sentido, como señala el crítico Andrew Barker en el análisis que le dedica al filme en el medio Variety. Si una cinta rodada con escasos medios —a este nivel de producción, dos millones de dólares de presupuesto suenan a calderilla— forma parte de la parrilla de un coloso como Netflix, y ha tenido su presentación mundial en un festival como el Slamdance, la posibilidad de asaltar el mundo del cine desde abajo, con el móvil que llevas en el bolsillo y gente entregada a la causa, quizás sea posible.
HIGH FLYING BIRD
Dirección: Steven Soderbergh.
Reparto: André Holland, Kyle MacLachlan, Zazie Beetz, Caleb McLaughlin, Michelle Ang, Melvin Gregg, Jeryl Prescott, Zachary Quinto, Bill Duke, Sonja Sohn
Género: drama deportivo. Estados Unidos, 2019.
Duración: 90 minutos.