Intensidad cerrada
Qué difícil nos lo pone Andrea Pallaoro para que no pensemos lo que en otros casos suele ser una facilona muletilla crítica: su película daba para realizar un excelente cortometraje, o hasta un mediometraje, pero el conjunto se resiente sin remedio al haberse extendido el concepto una hora y pico, perdiendo así bastante fuerza e interés. Son indiscutibles las virtudes de la puesta en escena que el director establece en Hannah, principalmente el firme control sobre una austera y enigmática narración consistente en el seguimiento de una mujer abandonada a su suerte dentro de un drama personal marcado por la soledad y los silencios sociales que la rodean. Y Pallaoro propicia, además, que la gran Charlotte Rampling parezca dejarse el alma desde la primera hasta la última secuencia. El problema viene cuando comprobamos que, según van pasando y pasando los minutos, asistimos en realidad a la continua repetición de una misma idea ya expresada de manera completa durante el prólogo y las cinco o seis secuencias siguientes, sin que se salga del mismo concepto ni se aplique ninguna variación significativa que aporte un nuevo grado de tensión, más allá de la secuencia de cierre. Pasada media hora, pocos asideros les concede a los espectadores una propuesta cuya única mecánica narrativa consiste en aclarar con morosidad los velados conflictos de un relato mínimo. Este trabajo propicia, incluso, un efecto aún peor: la constatación de que sí, el mano a mano creativo entre realizador y actriz genera algo intenso, pero a la vez, ay, dicho mano a mano es tan cerrado que apenas se dejan resquicios para poder asomarnos dentro o, simplemente, para que la energía compartida que surge llegue a la pantalla.
HANNAH
Dirección: Andrea Pallaoro
Intérpretes: Charlotte Rampling, André Wilms, Stéphanie Van Vyve, Simon Visschop
Género: drama. Italia, 2017
Duración: 95 minutos