Yago Paris


Más de dos años han pasado entre el estreno de la primera temporada de Jessica Jones y su continuación. La historia de la detective privada con superpoderes llegó a Netflix en 2015, tras el éxito de su predecesora, Daredevil. Marvel Studios y la plataforma de streaming quisieron trasladar el universo cinematográfico a la pequeña pantalla, y a los éxitos de estas dos series se sumaron los fracasos de Luke Cage y Iron Fist. A continuación los cuatro superhéroes protagonizaron la miniserie The Defenders, otro fracaso de público y crítica. El proyecto se iba a pique, por lo que la última esperanza de reflotar la incursión de los personajes de Marvel en Netflix pasaba por la segunda temporada de la superheroína malhablada que reniega de sus poderes, y la fecha escogida para el regreso distó de ser casual: 8 de marzo, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer.

Más allá del gesto simbólico, la decisión ayuda a entender la ideología de la propuesta que ha creado la showrunner Melissa Rosenberg, que adapta a la televisión el cómic Alias, creado por Brian Michael Bendis y Michael Gaydos. En la primera temporada ya se construía una protagonista tan compleja como Jessica (Krysten Ritter) prestando especial atención a los roles de género en su interacción con los hombres. En la segunda, el feminismo se convierte en el núcleo a partir del que se articulan la trama y los subtextos. Todo se tiñe de morado, desde el detalle más nimio hasta el aspecto más relevante de la historia. Rosenberg ha querido crear la gran serie feminista de la cultura pop, y, más por avasallamiento que por la profundidad de sus reflexiones, en cierta manera lo logra.

A lo largo de los trece episodios, todos con directoras al frente, se ponen sobre la mesa los principales problemas que afectan a la vida diaria de las mujeres: acoso sexual en la calle, la dura exposición y el constante juicio a los que son sometidas las mujeres en los medios de comunicación, el tabú del lesbianismo o, incluso, los abusos de poder en industrias del espectáculo como la cinematográfica —la serie no podía llegar en mejor momento— son varias de las cuestiones que se tratan. Aunque, eso sí, se tienda al trazo grueso —nada que deba sorprender, puesto que la serie no promete otra cosa—, el interés está en el esfuerzo de la showrunner y el equipo de guionistas por crear un universo en el que la mujer es la absoluta protagonista. Si hay que atascar un inodoro por necesidades del guion, ya no se hará con papel higiénico, sino concretamente con tampones. Si se quiere crear un ambiente malsano en el que el sexo es sucio y las drogas siempre están presentes, la orgía es un recurso clásico para alcanzarlo, pero en este caso se empleará una de tipo lésbico. O, en un golpe maestro, escoger una actitud machista tomada por el padre de la protagonista —empeñarse en conducir a pesar de su torpeza al volante— como la causa que ha dado lugar a todo el sufrimiento de la familia Jones, un accidente de tráfico que acabó con los familiares de Jessica cuando esta era una adolescente.

Pero el caldo de cultivo feminista no se limita a la reflexión sociocultural del presente, sino que a su vez permite un enfoque diferente del género narrativo de la serie: el noir. En la primera entrega Jessica Jones ya era una investigadora privada, rol clásico del cine negro —mayoritariamente encarnado por varones— que compaginaba con sus superpoderes para combatir el mal, a pesar de que renegaba —y sigue renegando— de ellos, debido al trauma que le había causado su relación con el villano Kilgrave, como se narra en la primera temporada. Por otro lado, como en todo personaje de cine negro que se precie, su tormentoso pasado será determinante para entender la conducta en el presente. Esto sucede en la nueva temporada, en la que se destapa una relación maternofilial que funciona en diferentes planos narrativos.

Aparte de ser la base de la trama superheroica, el drama familiar se convierte en la clave para comprender el origen, el comportamiento, los traumas y las limitaciones de Jessica Jones, lo que desemboca en un tercio final de temporada que explora los estándares del noir de manual —la huida de la justicia, la ayuda a un personaje que vive al margen de la ley, la incapacidad para escapar junto al ser querido, etc. Con su habitual retrato de personajes en clave existencialista, la construcción de un universo en el que se ve como algo natural que las mujeres sean fuertes y tomen la iniciativa, y una jugosa aproximación al género negro, Melissa Rosenberg ha creado una obra feminista de la cultura pop que aspira a grabarse en el imaginario colectivo.


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