Día 8 | Un Palmarés, un adiós y una carta de amor
El final del verano llegó con el Palmarés del Festival de San Sebastián. Y lo ha hecho impregnado del espíritu feminista que este año ha vivido la cultura mainstream: Wonder […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
El final del verano llegó con el Palmarés del Festival de San Sebastián. Y lo ha hecho impregnado del espíritu feminista que este año ha vivido la cultura mainstream: Wonder […]
El final del verano llegó con el Palmarés del Festival de San Sebastián. Y lo ha hecho impregnado del espíritu feminista que este año ha vivido la cultura mainstream: Wonder Woman reventando la taquilla, El cuento de la criada y Big Little Lies arrasando en los premios Emmy, un número mucho mayor de mujeres directoras estrenando en salas comerciales (veteranas como Kathryn Bigelow con Detroit y nuevas caras como Elena Martín, Anne Biller o Alice Lowe) y ganando importantes premios (desde el premio a Mejor Dirección de Sofia Coppola en el Festival de Cannes por La seducción hasta los incontables -y subiendo- de Carla Simón por su ópera prima, Estiu 1993). Sí, ha sido un año de reivindicaciones femeninas, y el festival cinematográfico más prestigioso de nuestro país no se ha quedado atrás. Su Jurado Oficial nos ha regalado un momento histórico: la cineasta argentina Anahí Berneri se ha convertido en la segunda mujer en ganar la Concha de Plata a Mejor Dirección por Alanis, ¡en 65 años! Junto a Berneri, mujeres cineastas como Marcela Said (Los perros) y Marine Francen (Le semeur) se han paseado por el escenario del Kursaal para conformar una imagen para el recuerdo del festival donostiarra.
Pero la revolución del jurado presidido por el actor John Malkovich no ha acabado ahí. Contra todo pronóstico, aunque siendo coherente con la multitud de comentarios positivos que ha recibido en los últimos días, la Concha de Oro ha recaído sobre The Disaster Artist, dirigida por James Franco. Hacía casi 20 años que una comedia no ganaba el premio gordo del certamen, y que lo haya conseguido el film que relata el rodaje de la peor película del siglo XXI no deja de tener cierta gracia. Este relato sobre el rodaje de The Room habla de los sueños, el talento, la ilusión, el cine. Es la culminación de la nueva comedia americana, una buddy movie de gran sentido del humor y momentos para el recuerdo. La actuación de Franco era de Concha, pero ha sido finalmente el protagonista de la rumana Pororoca el que se ha llevado el premio. Completando el Palmarés se encuentran la magnífica The Captain, como Mejor Fotografía, y la decepcionante Una especie de familia, que se ha llevado -a nuestro entender, de forma injusta- el premio a Mejor Guion. Fuera de los premios principales, no podemos dejar de alegrarnos por los premios del público: Tres anuncios a las afueras de Ebbing, Missouri de Martin McDonagh y, como película europea, Custodia compartida de Xavier Legrand.
Así se ha puesto el punto final a una edición con una Sección Oficial admirable, la mejor desde hace años en el festival, que ha culminado con La buena esposa, protagonizada por Glenn Close. Seamos francos: nunca se espera demasiado de las películas de inauguración y clausura, y esta película del sueco Björn Runge no ha sido una excepción. Una narrativa convencional, clichés demasiado evidentes y un desarrollo poco creíble (o, al menos, poco empático) convierten a esta película en un telefilme afortunado de tener una gran actriz a la cabeza. Close salva los muebles, aunque tampoco puede hacer milagros.
A pesar de acabar con cierta decepción, no queremos acabar esta última crónica sin comentar dos de las mejores películas a competición en esta 65ª edición: un retrato de los desertores nazis de la Segunda Guerra Mundial y un delicado relato sobre el cine y la muerte. Dos películas radicalmente distintas, en temática y puesta en escena, pero que han convertido la última jornada del festival donostiarra en una fiesta.
En una escena de The Captain, el impecable blanco y negro que ha acompañado a la narración cambia. Ahora la imagen es en color y de poca calidad. Es el presente. Sólo son unos segundos, pero son suficientes para conectar el lugar -un antiguo campo de concentración de militares desertores nazis- con nuestra contemporaneidad. Donde los personajes que hemos seguido escribieron su historia, hoy sólo queda un ladrillo y recuerdos empañados de violencia. El pasado es en blanco y negro, y el presente está en ruinas.
Esto es lo más sorprendente de la nueva película de Robert Schwentke: su capacidad para contar una historia de la Segunda Guerra Mundial y dotarla, al mismo tiempo, de unas resonancias actuales estremecedoras. Teniendo en cuenta que los fascistas vuelven a estar en la primera línea política en Alemania, esta película llega en un momento inmejorable con un objetivo claro: cuestionar el espíritu patriótico nazi -el que venga de cualquier procedencia, en realidad- y poner en evidencia sus contradicciones. Y todo a través de una historia real: la de un joven desertor que, en su huida, encuentra un uniforme de capitán nazi y se hace pasar por un militar de alto rango para sobrevivir a los que quieren darle caza. Su disfraz le llevará a recoger más desertores como él y formar un escuadrón que, en las últimas semanas de una guerra que ya está perdida, se burlan en la cara del nazismo y sus falsos valores.
The Captain es la película que necestitábamos en el último día de festival. Tiene el tono satírico y gamberro de Quentin Tarantino, sin abandonar la excelencia visual -ya hemos hablado de ese sobrecogedor blanco y negro- y con una puesta en escena apabullante. Ese es su mayor logro: impresionar desde la inteligencia, y nunca desde el más absoluto vacío.
Parece de justicia poética que la última crítica de nuestra cobertura del Festival de San Sebastián sea una hermosa celebración de la magia del cine. Eso es algo que ya vimos en The Disaster Artist, a través de la historia de los sueños frustrados de Tommy Wiseau, pero en este film del japonés Nobuhiro Suwa entramos en la cuestión -la pasión- a través de un terreno extremadamente fértil: la infancia. Como en una suerte de reflejo de la escena más famosa de El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), un grupo de niños contempla una pantalla con los ojos llenos de ilusión, y nosotros les contemplamos a ellos a través de primeros planos iluminados por las imágenes que hay frente a ellos. En este caso, los infantes contemplan el resultado de su primera experiencia cinematográfica: una historia de fantasmas en la que participa un extraño anciano actor que se encontraron durante el proceso (Jean Pierre Léaud). Y es entonces cuando la infancia encuentra su contrario, la vejez, conformando uno de los retratos más sensibles y naturalistas del año sobre las dicotomías entre lo nuevo y lo viejo, entre la vida y la muerte. Le lion est mort ce soir es una suerte de Cuenta conmigo rodado por Éric Rohmer, donde una de las caras más icónicas de la nouvelle vague -Léaud es el niño de Los cuatrocientos golpes (François Truffaut, 1959)- se convierte en un vehículo inmejorable para reflexionar sobre ese momento en el que toca decir adiós a la vida.
La película vive en un constante limbo donde lo real y lo onírico caminan de la mano. El protagonista mantiene conversaciones con sus propios recuerdos, consigo mismo, a la espera de encontrar la inspiración que necesita para su trabajo: es actor, y tiene que representar su propia muerte en pantalla. Irónico, ¿no? Con una estructura circular, Suwa empieza y acaba con ese momento en el que Léaud mira de frente al final -aunque sea de forma ficticia- y le dice que está preparado para dejar atrás todos sus fantasmas y descansar en paz. En su preparación se encuentra con aquellos niños y sus historias de cazafantasmas, en los que el director parece proyectar una aguda y melancólica reflexión sobre la ingenuidad perdida del cine, sobre lo intuitivo y hermoso que resulta coger una cámara y dejar para la posteridad tu personalísima visión del mundo.
No se me ocurre mejor manera para despedirnos de esta nueva edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Porque, por si en algún momento se nos olvidó, lo que importa aquí es, y siempre será, nuestro amor por el cine.