Pelé, el nacimiento de una leyenda (Pelé: Birth of a Legend)

Santa leyenda

Como todo relato hagiográfico de manual, la primera película que se hace sobre la vida de Pelé es la operación bien medida de una religión que busca limpiar, fijar y dar esplendor al santuario. Pelé, el nacimiento de una leyenda cumple a rajatabla con lo que anuncia su título, además de jugar sobre un terreno infalible al ceñirse a los comienzos del astro del balompié y detenerse en su primer Mundial (Suecia 1958): las hazañas de un santo siendo niño y jovenzuelo confieren un plus emocional que jamás se puede desdeñar en los afanes divulgativos de los mensajes edificantes. Después, al espectador ateo o no practicante sólo le quedaría comprobar si la cinta está hecha con mayor o menor gusto, si sus responsables han deslizado tal vez algún comentario reñido con el dogma o introducido algún elemento adyacente con interés.

Ninguna curiosidad adicional contenía el contrato que firmaron los hermanos norteamericanos Jeff y Michael Zimbalist, a quienes poco parecen servir sus orígenes en el documental – hicieron Los dos Escobar, que ya trataba el mundo del fútbol en una Colombia inmersa en la guerra entre los cárteles de la droga durante los años noventa – más allá de que saben imprimir al conjunto algún aire a verismo de la miseria, eso sí, debidamente pausterizada para el consumo general, pues el mercado está tanto en Estados Unidos como en China, pasando por los países entre medias. Porque un hecho se verifica tras la experiencia de acercarse al cine a ver el film: los sacerdotes del culto consideran definitivamente la edad mental de un niño de siete años como la apropiada para el espectador globalizado, ponga la edad que ponga su carnet. Véase, si no, cómo se habla sobre el jogo bonito y su relación con el racismo, o las intensidades a lo Oliver y Benji.